52. CONTRA EL RELOJ

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Stella Di Lauro

—Ella —giro sobre mis pies para enfrentarme a mi exasperado hermano mayor—, estoy esperando una respuesta.

En este preciso instante se parece tanto a papá que me causa escalofríos.

—Yo... —mi voz se escucha extraña y la respiración se me corta apenas abro la boca—, necesito que conduzcas, Federico, porque no creo capacitada para hacerlo.

Él se remite a avanzar en silencio hasta acortar la distancia entre los dos y tomarme de los hombros para barrer mi cuerpo con sus ojos azules oscuros como los de nuestro padre.

—Te conozco desde que naciste —murmura con el ceño fruncido— y sé cuando estás escondiendo algo que te atormenta. ¿Qué pasa, Ella?

—Llévame a casa —pido casi en una súplica al mismo tiempo que me aferro a su cuello, puesto que temo perder el equilibrio en cualquier momento—. Tengo que hablar con papá...

Le escribo a mi tío para que se reúna con nostros en la mansión y entonces, abro el chat con Enrico. El último mensajes que tengo es un te amo con letras mayúsculas y sin siquiera poder controlarlo, las lágrimas comienzan a salir.

Es mi culpa. Está metido en este embrollo debido a la fijación del inglés despreciable hacia mí.

Soy consciente de que encontraremos una solución y juntos aplastaremos a esa cucaracha... Sin embargo, su imagen pública y su reputación saldrá perjudicada.

¡Maldito el día en que ese tipo apareció en nuestras vidas con lo que parecía el proyecto más revolucionario de la última década!

—¡Ella, joder! —Fede golpea el timón del auto enrabietado sin perder la vista de la carretera—. ¿Qué coño te pasa?

—La situación se ha complicado, Federico —respondo antes de iniciar la llamada—. Enrico...

—Princesa —creo que escucho un jadeo, como si estuviera corriendo—, te quiero, me vuelves loco y te echo de menos —suelta todo de carretilla—, pero ahora mismo me has pillado bastante liado.

—Necesito decirte algo...

—Escucha —habla con alguien más pidiendo privacidad—, estoy cumpliendo mi promesa y trato de agilizar todo para estar mañana contigo. No sé si pueda conseguirlo...

—No importa, yo entiendo —aseguro—. Tú céntrate en lo más importante...

—Eso intento. Quiero que te quede clara una cosa, princesita —agrega con desesperación— y es que nada en el mundo me importa más que tú. Mi prioridad se encuentra en Florencia y solo deseo quitarme este polvillo de los hombros para ir hasta allá.

—¿Hablamos mañana, entonces? —inquiero después de oír como le llaman.

—Si todo marcha según lo planeado, haremos mucho más que hablar —cavila volviendo a su tono seductor—. Te amo.

—Yo... —no logro decir nada más al darme cuenta de que ha colgado.

Apago el teléfono en medio de un sustituto y me mantengo callada con la cabeza trabajando a mil kilómetros por horas durante el corto viaje a la mansión.

—¿Te sientes mejor? —cuestiona mi hermano con evidente preocupación.

«No»

«Y presiento que no lo estaré por un buen tiempo», agrego mentalmente.

—Sí —le doy mi mejor sonrisa antes de subir la escalinata de la entrada.

—¿Por qué Pietro viene hacia aquí a esta hora de la noche? —mi padre me intercepta apenas cruzo la puerta.

—Necesito tomar agua —le informo al sentir la garganta seca de repente. Estoy asustada, no me importa admitirlo, porque estos son los síntomas que solía tener antes o después de una crisis nerviosa—. Espérame en el despacho.

Me bebo casi un litro de agua en la cocina y niego con la cabeza cuando Vivi me ofrece algo de cenar. Mi estómago se ha cerrado y todavía tengo las galletas con leche atoradas en la garganta.

Al llegar al despacho, mi tío ya está allí con mi padre y antes de que siquiera me pregunten, lanza la carpeta —la cual no he soltado en ningún momento— sobre el escritorio.

—Enrico es inocente —aclaro—. Tenemos un problema y se llama Leonardo Dawson. Él nos ha tendido una trampa.

—Con nosotros te refieres a... —mi padre arquea las cejas en torno a mí. La frialdad que mantiene, pese a deducir el significado de mis palabras, es admirable y... perturbador.

—A todos, no solo a Enrico —explico—. Tenemos que buscar una solución a esto como sea, papá y debemos hacerlo cuanto antes. Nos jugamos mucho y estamos contra el reloj.

—Puedes dar algo por sentado, Ella y es que lo voy a destruir —promete—. Ahora, empieza desde el principio.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora