19. LA PEOR DE LAS TORTURAS

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Stella Di Lauro

Tengo la ligera impresión de que, por un momento, el mundo desaparece a nuestro alrededor mientras nos quedamos clavados en nuestros sitios, mirándonos con fijeza.

¿Qué hace aquí? ¿Me ha seguido?

Lo veo caminar hacia nosotras y mi instinto de supervivencia me incita a correr, sin embargo, el brazo que me une a mi madre me lo impide.

—Buenas noches —saluda desplegando su característico encanto—. ¡Pero qué agradable sorpresa encontrarme con tan bellas damas! Señora Di Lauro —centra su atención en mi acompañante—, creo que no nos han presentado formalmente. Soy…

—Enrico Falconi —completa ella la frase mientras extiende la mano libre para saludarlo. Él por su parte, decide besar el dorso de la misma como un caballero de la época victoriana y yo no puedo evitar poner los ojos en blanco—, por fin tengo el gusto de conocerle.

—Créame, el gusto es todo mío. Stella —hasta que se digna a mirarme. Por un segundo llegué a pensar que sobraba. No puedo molestarme o sentir celos, pues estoy acostumbrada a que la Mujer de Acero sea el centro de atención en cualquier lugar que pise—, me alegra verte. ¿Llegaste bien a casa ayer?

—Muy bien —finjo mi mejor sonrisa—. ¿Recibiste el auto?

—En una pieza. Gracias por cuidarlo, aunque no me hubiera importado regalártelo.

«Descarado»

Ni siquiera se mide al comerme con los ojos frente a mi madre. ¡Qué vergüenza, por Dios!

—Agradezco el acto de generosidad, pero tengo más coches de los que puedo contar y en todo caso, tengo suficiente dinero para comprarme el que desee.

—Ella —me reprende mi madre en voz baja con una disimulada sonrisa—, estás siendo grosera. 

Me encojo de hombros como si conmigo no fuera y ella suspira murmurando algo relacionado con mi padre.

—¿Habéis venido a ver la obra? —indaga en sujeto ignorando por completo mi mala contestación.

—No —respondo—, venimos a pintarnos las uñas.

—Tenemos dos asientos en primera fila —mamá trata de salvar la situación en tanto aprieta el agarre sobre mi antebrazo con disimulo—. ¿Qué hay de usted? ¿Le gusta la función de esta noche?

—Más o menos —responde él con amabilidad—. He escuchado que los actores son muy buenos.

—Así es —la conversación entre los dos continúa mientras yo alterno el peso de mi cuerpo entre un pie y el otro—. Es la compañía de teatro más famosa de toda Europa. Las entradas ni siquiera salieron a la venta, puesto que ya habían sido compradas con antelación. La presentación de esta noche es única y exclusiva. Solo actuarán aquí en Florencia y en Roma la semana que viene. 

—Y nos la vamos a perder como sigamos aquí —intervengo con un resoplido. 

¿Por qué este idiota me sale hasta en la sopa?

¿Qué intentas decirme, destino?

—Tienes razón —concilia la rubia—. ¿Nos acompaña, señor Falconi?

—Por favor, llámeme Enrico y si no es mucha imprudencia, me gustaría invitaros a subir conmigo. Tengo un palco privado en el segundo piso.

—Oh, eso sería maravilloso.

¡Ay, Dios! Creo que estoy a punto de sufrir un ataque al corazón. Perdóname, señor, por desarrollar instintos asesinos contra mi propia madre en estos momentos.

—¡Excelente! Si sois tan amables de seguirme…

Nos indica el camino mientras nosotras caminamos detrás, tomando un par de metros de distancia.

—¿Qué crees que haces? —pregunto en voz baja, pero con un alto grado de histeria. Una madre normal te aleja de situaciones como estas, sin embargo, ella me lanza a la boca del lobo.

—No podía rechazar su amabilidad después de tu mal trato y además —añade sin darme tiempo a protestar—, ¿quién rechaza poder ver su obra de teatro favorita desde un palco privado?

—¡Estás loca! —le recrimino entre murmullos. El amplio pasillo por el que caminamos para llegar hasta el reservado, nos da espacio para hablar antes de que nos quedemos los tres atrapados en el mismo sitio—. Si papá se entera que andas haciendo de Cupido conmigo…

—De tu padre me encargo yo —replica con tono severo al instante— y no estoy haciendo de nada. Simplemente he aceptado una invitación muy amable y tentadora. 

—Con el hombre que trato de evitar —señalo— y que probablemente me ha seguido hasta aquí.

—No lo creo, pero de ser así, significa que le gustas mucho.

Suelto un silencioso bufido.

—Solo está ardido porque soy la primera mujer en rechazarle.

—Tonterías.

—Ese hombre —señalo al susodicho con disimulo—, quiere meterse en las bragas de tu hija, mamá.

—Y mi hija en sus calzones.

—¡Mamá!

—¿Todo bien? —inquiere el imbécil antes de cedernos el paso.

—De maravilla —exclama mi madre mientras pasa de largo.

No es justo. ¿Por qué me hace esto?

Resoplo frustrada al mismo tiempo que me siento en el cómodo y amplio sofá. La vista es demasiado bonita, pero no compensa la tensión de mis músculos ante su cercanía. Supongo que estas son las consecuencias de que tu mamá y tu mejor amiga sean la misma persona.

Un joven aparece frente a nosotros brindándonos algo de tomar y acepto la copa de vino blanco. Al menos podré disfrutar de la bebida.

«Vamos, Ella», me animo mentalmente. «Llevas dos semanas resistiéndolo en tu oficina. Aguantaste el porte ayer en las carreras, incluso lo disfrutaste. Puedes con esto»

A medida que pasa el tiempo, todo va de mal en peor. La obra inicia y por supuesto, él no pierde la oportunidad de sentarse a mi lado. Yo trato de ignorar el sonido de su respiración mientras alterno la vista entre el escenario y la Mujer de Acero, quien parece muy a gusto en su sillón con una copa de champán en la mano.

«Genial. Simplemente genial»

La noche de chicas queda estropeada. Se supone que tendría la mejor noche de mi vida en mucho tiempo y me deleitaría rememorando las líneas de mi historia favorita, viendo la mejor caracterización de personajes en vivo y en directo. Pero no, Enrico Falconi y Cassandra Di Lauro lo han jodido todo. Tal parece que se hubieran puesto de acuerdo.

—Así que… —su voz penetra en mis oídos y yo maldigo para mis adentros en respuesta. La tortura se vuelve más dolorosa a cada segundo— esta es tu obra preferida. “Mujercitas”… No puedo decir que me sorprende.

El intento de sacarme plática ni me inmuta. Mi lengua muere por soltar la pregunta que lleva guardada desde hace más de una hora y sin miramientos, la deja escapar:

—¿Cómo has sabido que vendría? 

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora