25. YA NO SOY UNA NIÑA

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Stella Di Lauro

Recorro el local contemplando cada uno de los reconocimientos colgados en la pared. Me pregunto si habrá espacio para alguno más. La verdad es que su trayectoria con apenas veintisiete años es impresionante.

Cuando ambos conocimos a Cassie, nos enamoramos de ella y jugar a los doctores se convirtió en nuestro pasatiempo favorito. Sin embargo, con el pasar del tiempo la medicina se trasformó en más que un juego para Federico.

Escucho el sonido de la puerta al cerrarse, pero de todas formas mantengo la vista fija en la pared. Me gustaría escaquearme de esta incómoda situación, pero entonces no podría quitarme al pedante de mi hermano mayor de encima. Al menos he ganado algo de tiempo respecto al interrogatorio de mi madre. La recuperación de la abuela la tendrá ocupada por unos días.

—Los abuelos se han marchado a casa junto con Pietro y Gibs —dice a mis espaldas—. Adriano esperará por ti para iros juntos y más tarde regresar con ropa para nuestros padres. Los dos se quedarán con la abuela esta noche.

—Lo supuse —comento centrando la mirada en el certificado dorado que lo califica como especialista en Cardiología, dispuesto en el centro de todos los cuadros—. ¿En qué momento descubriste que deseabas volver el juego realidad?

—Desde que mamá hizo magia frente a mí —lo siento acercarse a mi posición a pasos largos hasta quedar a mi lado—. Fue el día en que me dio de alta luego de la operación. 

—Ese cuento nunca me lo has contado.

—Sí lo hice, apenas llegué a casa ese mismo día —aclara mientras yo frunzo el entrecejo en respuesta. No recuerdo tal cosa—. Solo que tú estabas demasiado pletórica cantando que habías encontrado a tu nueva mami.

El calor de mi cuerpo se me concentra en las mejillas al escucharle. Por aquellos tiempos solía ser un poco… intensa.

—Bueno, en mi defensa debo decir que tenía solo cinco años.

—El punto es que Cassie fingió tener el corazón roto debido a mi actitud hostil porque me habían prohibido el chocolate.

—Típico de ti —no puedo evitar reír.

—Entonces me hizo curar su corazón con un beso.

—Y desde ese instante quisiste reparar corazones —concluyo divertida—. Es una bonita historia.

—Puede que sea una tontería, pero para mí fue amor a primera vista. Mamá me miró directamente a los ojos como si pudiera ver a través de mi rebeldía e hizo desaparecer la furia en un santiamén. 

—Recuerdo tus malos tiempos, eras un auténtico grano en el trasero —me mofo al mismo tiempo que la melancolía inunda mis sentidos. Los inicios de nuestra niñez estuvieron llenos de espacios en blanco debido a la ausencia de nuestra madre biológica—. ¿Recuerdas a nuestra mamá, Fede? A Stella, quiero decir.

—Tenía cuatro años cuando murió —responde tras un suspiro—. Los recuerdos son muy vagos, pero sí, me acuerdo de algunas cosas. A veces sueño que estoy acostado en su regazo, con la cabeza sobre su panza crecida y ella me acaricia el pelo mientras me pide perdón. 

—¿Perdón por qué? —cuestiono contrariada.

—No tengo idea. Tal vez la escena sea producto de mi imaginación. Tú eres como una copia suya, al menos en el aspecto físico.

—Eso me han dicho —comento distraído—. Las fotos también lo comprueban.

—Los viejos álbumes y el cuadro del salón de la mansión son un buen recurso para mantenerla viva en mi memoria.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora