Stella Di Lauro
Reviso el expediente de nuestra más reciente adquisición y resalto con rotulador los puntos claves que necesito para hacer de una pequeña posada toda una cadena de restaurantes.
Ese es mi trabajo, convertir lo imposible en algo increíble, aunque para ello debo quemarme las pestañas y hasta dormir en el sofá/ cama de mi oficina.
Los retos de mi padre cada vez son mayores y no veo la hora de pasar sus dichosas pruebas. Ya no recuerdo la última vez que me di un buen masaje de cinco horas o me tomé una copa de champán mientras me hacían la manicura completa.
Resoplo frustrada al ver la hora en mi reloj de pulsera y marco la extensión de mi secretaria en el teléfono fijo.
—Rita, necesito esos informes para hoy.
—Aquí están, señorita Di Lauro —la castaña unos cuatro años mayor que yo tarda menos de tres minutos en cruzar la puerta—. Lamento la demora, pero la impresora se averió. Tuve que usar...
—Puedes irte —la despacho al percibir su parloteo. Es muy buena en su trabajo y a mí no me gusta ser descortés, pero la pobre tiene un defecto bastante fastidioso: habla hasta por los codos.
Termino con el expediente y paso a las nuevas propuestas de la junta de accionistas. Por azares del destino, la primera que abro es la que más odio: La empresa Falconi. Sus coches ahora están de moda en Europa, han creado tendencia en el sector y los precios por muy sencillos que sean son desorbitantes.
Dinero llama dinero y mi padre está de acuerdo con el resto de los ejecutivos en que una asociación entre ambas empresas para impulsar una nueva línea de coches de carreras será provechoso.
Yo en cambio, no le veo los grandes beneficios excepto el éxito en los medios de comunicación, porque eso sí, la fama es algo que persigue al dueño de la marca como si se tratara del Emperador de China. Claro, que dados sus exóticos gustos, si vida diaria resulta una noticia muy jugosa para los paparazzi y la prensa italiana.
Cómo odio a los herederos mimados que desperdician su fortunas y el privilegio que el destino ha elegido otorgarles. Se la pasan entre vicios y mujeres cuando podrían estar haciendo algo bueno por la sociedad. Yo soy la hija de mi jefe, pero he tenido que ganarme el lugar en donde estoy a punta de desvelos y sacrificios.
Me pregunto qué querrá el soltero más codiciado del momento de "Empresas Di Lauro". Enrico Falconi puede impulsar la nueva colección de autos deportivos perfectamente solito. No entiendo en qué le beneficia compartir ganancias con nosotros. Me da mala espina y por eso no termino de comprarme la idea.
La buena de Rita se remueve inquieta frente a mi escritorio y entonces, desvío la mirada de los papeles un segundo para reparar en su presencia.
»¿Algo más que necesite saber, Rita? —cuestiono un poco impaciente. Por lo general, suelo ser más amable, pero hoy no me pilla en un buen día.
—Son las cinco y media, señorita Di Lauro.
—Puedo ver la hora en mi muñeca, Rita —señalo exasperada con marcado sarcasmo.
—Su madre dijo...
—¿Ves a mi madre por algún lado? —le corto a media frase. Conozco a la perfección por dónde va y ese es precisamente el problema que me acarrea.
—No, pero...
—Entonces no hay de qué preocuparse —se queda clavada en su sitio y cuento hasta diez para no descargar mi mala leche sobre ella—. Mientras más me entretengas, más me demoraré.
ESTÁS LEYENDO
Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...