Stella Di Lauro
Miles de emociones pasan por su expresión y como ya es habitual, me las transmite como si fuéramos uno solo.
—Enrico...
—¡Enrico ni una hostia! —me corta con brusquedad—. ¿Pero dónde tenías la cabeza, joder?
—Bueno, ¿y qué querías que hiciera? —cuestiono con las cejas arqueadas, sintiendo cómo la rabia va tomando forma en la boca del estómago.
—No lo sé —rezonga haciendo un ruidito extraño con la nariz—, tal vez llamarme, no ir ¡o incluso avisar a tu padre!
—No tuve tiempo...
—¡Y una mierda, Ella! —comienza a pasearse de un lado a otro como bestia enjaulada—. Fuiste hasta él con los ojos cerrados, sin decirle a nadie, ¡exponiéndote! ¡¿Por qué?!
—¡Por ti! —bramo en el mismo tono—. Dawson tiene documentos de la empresa firmados por ti. Transacciones ilegales, cuentas ficticias, lavado de activos, ¡todo para condenarte!
—¡Son falsas!
—¡Lo sé! —me acerco a él con cautela—. Lo sé, pero en ese momento no pude pensar en nada más y...
—Y fuiste —completa por mí—. Tenías que habérmelo dicho y no ir.
—Como mismo me dijiste tú lo que sucedía, ¿no? —replico indignada—. Preferiste solucionarlo solo mientras yo me enteraba por los reclamos de mi padre y me peleaba con él por ti, sin siquiera tener idea de lo que hablaba.
—Es diferente.
—¿Por qué? —le desafío—. ¿Porque eres hombre y yo mujer? Deja de hacerte historias en la cabeza, Enrico, porque no soy la princesa indefensa a la que debes rescatar.
—Eso no fue lo que quise decir. ¡Joder! —se aleja pasando las manos por su pelo—. Yo no trabajo solo, Ella, en cambio tú sí. ¿Tienes idea del riesgo que corriste?
—Enrico...
—No —se aleja de forma repentina cuando trato de tocarle y me obligo a morderme los labios para no llorar—. Por favor, no.
Me quedo estática como si me hubiesen pegado los pies al suelo con cola blanca en tanto él se apresura a buscar su ropa.
Su dolor se refleja en el mío y viceversa. No sé en qué momento llegamos a esto. Yo confié en él, entendí sus razones, ¡le defendí! ¿Por qué no puede hacer lo mismo conmigo?
—¿Qué haces? —pregunto alarmada cuando le veo abrir la puerta—. ¡No te atrevas a irte, Enrico Falconi!
—Necesito tomar aire.
—¡Y yo necesito que dejes de comportarte como un gilipollas! —salto al borde de las lágrimas.
—¡Estoy muy enojado, Stella! —explota con una voz que jamás le había escuchado—. Tengo que salir antes de que haga o diga algo de lo que pueda arrepentirme luego.
—Así que me dejas aquí sola, después de una semana sin vernos y en medio de la crisis —bufo con un enorme nudo en la garganta—. Muy bien, no tienes que salir a ningún sitio porque la que se va soy yo.
—Stella...
Ignoro su llamado y comienzo a vestirme a toda prisa. Día de mierda y noche cagada. ¡La vida es una maravilla!
—Ni siquiera lo intentes, Falconi —me antepongo a sus intenciones—. Ahora la que no quiere hablar o tocarte soy yo.
Él se remite a resoplar al mismo tiempo que desvía la mirada hacia el techo.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...