Stella Di Lauro
Leo las líneas una y otra vez, buscando la trampa, el fallo, lo que sea... Cualquier indicio que juegue a nuestro favor, pero es inútil. Por más que reviso las facturas y los documentos no encuentro nada que salve a mi novio de la guillotina.
Quien hizo esto sabe muy bien cómo hacerlo.
—Enrico... —alzo la vista para verle frente a mí—, ¿estás seguro de que no formaste estos papeles?
—Completamente —vuelve a responder él con toda seguridad—, es mi firma, pero yo no la puse ahí.
—Tal vez alguien te la ha jugado, Falconi —salta mi padre. Los tres llevamos horas encerrados en su despacho junto a mi tío Pietro, buscando la mejor solución para este desastre—. Tal vez depositaste tu confianza en la persona equivocada y firmaste con los ojos cerrados.
—Yo no me permito errores como esos, Di Lauro —refuta mi chico con una postura igual de desafiante que mi progenitor—. Leo todo lo que firmo, no soy un principiante y la reputación que me precede no es inventada.
—¿Incluso la de mujeriego pervertido?
—Incluso esa —contesta el más joven con reticencia.
—Esa afirmación no te da muchos puntos conmigo, Falconi —señala papá con las cejas fruncidas.
—¿Quién dijo que intentaba ganarlos?
El enfrentamiento verbal continúa y yo observo a mi tío de reojo antes de que los dos resoplemos al mismo tiempo.
Ya ni me molesto en interceder. Total, los callo ahora y a los dos minutos vuelven al ataque. Debo aceptar que ellos así se entienden y de hecho, creo que es su forma de manifestar su afecto por el otro.
—Bueno, ¿y qué se supone que vamos a hacer? —pregunto exasperada—. ¿Por qué leches no estamos planeando la caída de Leonardo Dawson?
—Porque ese mequetrefe no tiene ni cerebro ni poder para preparar esta conspiración —sisea Enrico entre dientes con evidente molestia.
—Exacto —secunda mi padre—, tenemos que dejarle crees que ha ganado, para que haga su siguiente movimiento y entonces, atrapar al pez gordo.
—¿Esa es vuestra grandiosa idea? —cuestino con marcado sarcasmo y además, cierto matiz burlón—. Esperar a que estos papeles salgan a la luz, arruinen nuestra reputación y hasta te cojan preso —enfoco la vista en mi novio—. ¿Es eso lo que queréis?
—No nos queda de otra, Ella —replica él. Sin embargo, yo me niego aceptarlo.
—¿Desde cuándo sois tan pacientes? —inquiero poniéndome en pie—. ¡Joder! Que tú eres un Falconi y nosotros Di Lauro, papá. ¿Desde cuándo dejamos a un lado la acción para sentarnos a esperar a que nos cojan de las pelotas?
—Desde que no sabemos con quién estamos lidiando, Ella —interviene mi padre—. Olvidas un aspecto muy importante y es que los Di Lauro no damos pasos en falso. No podemos lanzarnos a la guerra a ciegas. ¿Has recibido algún otra mensaje o llamada de Dawson?
—No —niego de inmediato con la cabeza y es que eso es lo que mayor incertidumbres me causa. Nadie abandona sus planes así porque sí. Menos él que tiene una pequeña obsesión conmigo.
—Eso solo significa que se trae algo entre manos —continúa papá—. Quien hizo esto —señala la documental desparramada por todo el local—, debe llevar años planeando la conspiración. Falconi tiene al enemigo pisándole los talones y si no movemos bien nuestras piezas, esto puede terminar muy mal.
—Tendremos que correr el riesgo, princesita.
—¡¿Pero es que no lo ves?! —me giro hacia el play boy reformado con los ojos bien abiertos—. ¡Quien corre riesgo aquí eres tú! ¡Tu libertad! ¡Tal vez tu vida!
—Ella...
—¡No! —retrocedo dos pasos cuando le veo avanzar en mi dirección—. Pensé que a estas alturas el inglés sería historia y tendríamos un plan para devaluar todas estas falsedades.
—Me temo que la situación es mucho más complicada, sobrina —intercede mi tío—. Escucha a tus hombres, porque esperar es la mejor opción.
—¡Pues no lo acepto! —las lágrimas me vuelven a tomar y maldigo por lo bajo. Llorar es lo que más he hecho en las últimas semanas y estoy harta—. ¿De qué nos sirve el apellido, el dinero o el poder ahora?
—De mucho —mi padre llega hasta mi piso—. Florencia sigue siendo mi ciudad, Ella y si tengo que tomar medidas drásticas para salirme con la mía, créeme que no me va a temblar la mano. Pero antes debemos darle una oportunidad a esta estrategia, sin tanto desmadre.
—Pues para mí vuestra estrategia es una cagada —resoplo por enésima—. ¿En verdad esta en nuestra mejor opción?
—Por el momento sí —Enrico tira de mi mano para arroparme con sus fuertes brazos—. Estaremos bien —me besa la coronilla con ternura—. Vamos a atrapar a esos hijos de puta.
—Eh, a diez metros de distancia, Falconi —protesta papá con fastidio.
—¿Y si no qué? —el aludido le reta de vuelta en tanto yo me aferro a su cuello. Estoy cansada, apenas he podido pegar ojo desde que la bomba explotó y el hecho de que mi novio trate de distraerme con sexo no me tranquiliza mucho—. ¿Vas a sacar la escopeta?
—No lo dudes ni por un segundo.
—¡Mira cómo tiemblo! —se mofa mi novio, sosteniendo mi peso casi por completo—. ¿Sigues con nosotros, princesita? ¿Te busco un almohadón para la cabeza?
—Con tu pecho me basta, gracias —respondo inhalando su aroma fresco y varonil.
—¿Pero qué hacéis aquí todavía? —la voz de mi madre llega a mis oídos desde la puerta y por el tono, puedo adivinar su cara de pocos amigos—. Os recuerdo que la función comienza en media hora y vosotros dos —no necesito mirar para saber nos apunta al hombre que me sostiene y a mí— sois los protagonistas.
—Se supone que la novia siempre llega tarde —comento como si nada.
—Muy graciosa —a mamá no parece gustarle mi broma—, pero me parece que el novio ya sufrirá lo suficiente cuando le dejes plantado por irte con un macarra en auto bonito.
—Me hieres, Cassie —Enrico se hace el ofendido—. Pensé que éramos amigos.
—Estoy embarazada, hormonal y se me han acabado los suministros de chocolate —enumera ella—, así que no me toques las narices, amigo. ¡A moverse todo el mundo antes de que acabe la función sin que siquiera empiece!
Nos encaminamos hacia la salida, sin embargo, un tirón en mi brazo me impide avanzar.
—¿Qué pasa? —inquiero con el ceño fruncido.
—Hay algo que necesito de ti.
—¿Qué cosa? —indago a la vez que me dejo arrastrar de vuelta al escritorio.
—Una firma —dice antes de extenderme una carpeta.
—¿Pero qué leches...? —el alma ne baja a los pies en cuanto leo las primeras líneas—. Dime que esto no es lo que creo que es.
—No puedo, porque lo es.
—Me estás tomando el pelo, ¿no? —bufo con escepticismo. Es imposible que él haga algo así.
—No, princesita. Necesito que firmes este documento... para hacerte socia de mi empresa. Tú, Stella Di Lauro, te convertirás en la accionista mayoritaria de la marca Falconi.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...