Stella Di Lauro
Estar con mi familia me relaja. No tengo que mantener mi pose de mujer fría de negocios y puedo mostrarme vulnerable porque sé que ellos no me van a lastimar. No van a aprovechar mi debilidad y solo me harán sentirme así, en casa.
Abro regalos que parecen no acabar de abrirse con tantos envoltorios... Mi mamá me regala dos entradas para ir juntas a ver nuestra obra de teatro favorita: Mujercitas. Tres de mis hermanos se ponen de acuerdo para obsequiarme una colección exclusiva de cubos de Rubik, mientras que Adri asegura tener su propio regalo.
Por otro lado, mis abuelas se explayan con prendas de vestir y accesorios, al punto de cuestionarme si han comprado la tienda entera. Luego, mi abuelo me regala una botella sellada de vino tinto. Nada más ni nada menos que Castillo Ygay, Gran Reserva Especial 2010, de la bodega Marqués de Murrieta.—¡Joder! —el gemido escapa de mis labios de manera involuntaria. Mi abuelo me ha regalado el mejor vino del mundo.
—Dilo, Ellita —interviene mi anciano favorito con tono exigente—, ¿quién hace los mejores regalos del mundo?
Sin pensármelo dos veces, corro a lanzarme entre sus brazos.—Pues tú —respondo recibiendo el abrazo de buena gana. Adoro ser apapachada por mis hombres Di Lauro. A pesar de que a veces siento que me asfixian, siempre me hacen sentir como una princesa—. Eso no tienes ni que preguntarlo.
—Mi niña crece, pero siempre será mi niña. ¿Ya lo has escuchado, muchacho? —tomo un poco de distancia para verle dirigirse hacia Adriano con una mirada retadora. Abuelo y nieto tienen la mala manía de competir en todo—. Yo soy el ganador.
—No cantes victoria tan rápido, viejo carcamán —rebate el demonio de la familia con una sonrisa bastante inquietante antes de tenerme una caja envuelta en lazos de colores—. Feliz cumpleaños, Ellita.
—Miedito me da tu regalito con esa cara de pervertido —comento examinando la caja entre mis manos, en un vano intento de descifrar su contenido sin abrirlo.
Con este niño siempre hay que andarse con cautela o de lo contrario, la bomba te explota en la cara.
—No te daré lo que quieres, pero sí lo que más necesitas. ¿Qué esperas para abrirlo? —añade con desespero, puesto que la paciencia no es una de sus cualidades.
Procedo a desatar los moños con extrema delicadeza y lentitud.
—Nada más te advierto que si es una bomba de tinta o algún bicho de esos que solías esconder en mi clóset, te mato, Adriano Di Lauro —advierto con un tono bastante amenazador, el cual me pone los pelos de punta incluso a mí misma.
Toda la familia me observa de pie en silencio y hasta Vivi deja sus quehaceres para quedar a la expectativa, al mismo tiempo que saco el objeto curiosamente pequeño de la caja.
Lo tomo entre mis dedos índice y anular para luego alzarlo a la altura de mis ojos, buscando enfocar la vista y examinarlo como si estuviese imitando a Sherlock Holmes.
»¿Un labial? —inquiero entrecerrando los ojos en torno a mi hermanito ocurrente—. ¿En serio?
—¿De verdad crees que yo me tomaría la molestia de regalarte un inútil labial? —cuestiona él desafiante. Ya presiento que el objeto en mis manos será causante de discordia—. Ábrelo, Ellita.
Cada vez que Adriano me llama Ellita los pelos se me ponen de punta, pero eso es un detalle que jamás revelaré o podría sacarle provecho. Mi secreto se va conmigo a la tumba.
—Sigo sin saber qué es —expongo ya mosqueada con el dichoso regalito una vez lo destapo. Odio el misterio.
Veo lo que parece un pequeño botón con cuatro números en los costados y picada por la curiosidad, lo presiono. Entonces, el objeto con forma de pintalabios empieza a vibrar.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...