32. ESTÚPIDA

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Stella Di Lauro

Se arrepiente...

Creo que un puñetazo habría dolido menos.

Mi hermano mayor golpea a su mejor amigo con furia y el otro idiota se deja ser pateado como un saco de papas. Tengo la rabia en estado máximo y eso no es bueno, porque suelo explotar en llamas como los fuegos artificiales.

Actúo con rapidez al tirar del brazo de Federico, pero es en vano. El muy jodío parece un Titán lleno de fuerza bruta. Entonces, opto por lo más práctico: me meto en medio de los dos en cuanto veo la oportunidad.

—Apártate, Ella —pide el Di Lauro en un tono muy bajo. Tiene la mirada perdida en sus crueles instintos y de ser otra persona, le tendría miedo.

—No.

—¡Joder, Ella, apártate! —ahora sí grita enrabietado.

—¡He dicho que no! —replico en el mismo tono—. ¡Deja de meterte en mi jodida vida! ¡Es mía! ¡Mía! No tienes ningún derecho.

—Soy tu hermano mayor —Fede se remueve inquieto en su sitio, aunque sin perder su posición de combate.

—¡Y una hostia hermano mayor! —exlamo fuera de mí—. ¡Te comportas como un animal del siglo pasado! Estoy harta, ¡harta de vuestros numeritos en fin de protegerme! ¡No soy una niña! ¡No soy una damisela en apuros! ¡No necesito ser salvada! Así que apártate tú.

—Te vienes conmigo.

—¡Yo no voy a ir a ningún sitio contigo! —protesto al mismo tiempo que lucho contra su afán por agarrarme.

—Hazle caso a tu hermano, Stella —intervine el otro bruto—. Quítate del medio para que pueda satisfacer su rabia.

—Cállate, imbécil —ordeno al instante sin voltear a mirarlo.

—Déjalo que te defienda, alguien tiene que hacerlo —ignora mi orden—. Sí, te mentí, Federico. Me gusta tu hermana y no pienso dejarla por nadie, no siquiera por ti.

Le está provocando. El muy energúmeno le está provocando a conciencia y mi hermano se encuentra lo suficiente cegado como para reaccionar de la forma esperada.

¡Me cago en la leche! ¡La madre que parió a la testosterona!

—Ella... —Federico vuelve al ataque forcejeando conmigo, pese a que todavía le queda un poco de cordura y es cauteloso para no hacerme daño—. ¡Quítate, leche! Deja que le parta hasta la vida a este imbécil, mal amigo, irrespetuoso.

—Te está provocando a propósito, ¿no lo ves? —trato de abrirle los ojos.

—¡Pues no me importa! —profiere el testarudo. Al parecer la inteligencia se le ha ido por el cañón de desagüe—. Con gusto le romperé esa bonita sonrisa.

—¿Piensas que mi sonrisa es bonita?

Es inútil, es jodidamente inútil. Estos dos no van a parar hasta obtener lo que quieren y yo no me voy a sentar en primera fila para ver.

Giro sobre mis pies para enfrentarme al hombre que primero me llevó al cielo, solo para después lanzarme al abismo más oscuro de todos y en esta ocasión no llevaba paracaídas.

¡Joder! Por un momento llegué a pensar que...

«De haberlo sabido, ¿te habrías acostado conmigo?», mis propias palabras hacen eco en mi mente.

«¡Por supuesto que no!»

Lo arruinó. Arruinó una de las mejores experiencias que he tenido en toda mi vida y también arruinó las sensaciones tan bonitas e indescriptibles que habían comenzado a aflorar. Lo jodió todo y me obligó a golpearme de bruces contra la realidad: él no se acuesta con vírgenes porque simplemente no quiere ataduras de ningún tipo. Probablemente mañana me trate como si nunca me hubiese conocido o tal vez la rabia le anime a odiarme porque las cosas no eran como lo esperaba.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora