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 Arranque pasional en la oficina

Stella Falconi (nótese el cambio de apellido jaja)

Ambos estamos tan cerca que podríamos tocarnos si nos inclináramos un poco más. Sigo de cara a la puerta, esperando el momento que sé que va a llegar. Entonces, en un acuerdo tácito, nos movemos. Me doy la vuelta y él me presiona contra la puerta. Puedo sentir el bulto de su miembrO presionando contra mi vientre, y sus labios encuentran los míos en un beso ardiente. Su lengua serpentea en mi boca y coloca sus manos pesadas y poderosas en mis caderas. No puedo hacer otra cosa que agarrarme a él, perdida en la sensación de su tacto.

Entonces, tan abruptamente como me besó, él se aparta. Lo repentino de esto me deja tambaleándome y jadeando, tratando de recuperar el aliento. La presión de su cuerpo sobre el mío sigue siendo fuerte, y también noto la puerta en mi espalda.

—¡Joder, Falconi! —jadeo, echando la cabeza hacia atrás—. Eso ha sido...

—Exactamente lo que querías, ¿verdad? —pregunta con suavidad. Se inclina y me pellizca la mandíbula, haciendo que me estremezca contra él—. Has estado tratando de atraerme toda la mañana, ¿no es así?

No puedo negarlo, pero tampoco me salen las palabras mientras él me mordisquea el cuello. Se toma mi silencio como un asentimiento.

¿Qué hay de malo en querer seducir a mi esposo? 

La oficina y la empresa soN mías, puedo hacer lo que me dé la gana en ella. 

—Has estado jugando —añade con su voz ronca tan sensual que me pone como una moto. Su agarre se estrecha—. ¿Sabes lo difícil que ha sido resistirme toda la semana? ¿Cuántas veces he querido tumbarte sobre mi mesa y hacerte mía?

La imagen que producen sus palabras es tan sorprendente y tan abrumadora que gimo. MierdA, sí, la idea es maravillosa. Tal vez pueda sentir mi corazón latiendo salvaje por sus palabras, porque una sonrisa aparece en sus labios. Es la primera vez que lo veo sonreír, aunque se trata de una oscura promesa de lo que está por venir, y un escalofrío recorre mi columna vertebral.
Sí, definitivamente, quiero lo que está a punto de hacerme.

Me enderezo y lo miro a los ojos. Puedo ver su hambre. Me quiere tanto como yo a él. No hay nada entre nosotros salvo lujuria pura.

—¿Sí? —lo desafío, haciendo que sus ojos avellanas se oscurezcan—. ¿Qué te detiene, entonces, playboy pervertido?

Los dos respiramos pesadamente. Mi estómago se aprieta en anticipación y ya puedo sentir la humedad entre mis piernas. Los ojos de mi esposo brillan. Su sonrisa se estira y yo me estremezco cuando se agacha contra mí, su dura masculinidad presionando contra mi muslo. Sin embargo, no es suficiente. Quiero más. Quiero sentir su gruesa longitud deslizándose dentro y fuera de mí mientras nos convertimos en uno solo.

—Voy a poseerte —dice él, con la voz baja y áspera—. Voy a hacerte mía y no seré dulce, princesita, sino fuerte sobre mi mesa.

—Sí —jadeo y mis brazos se deslizan alrededor de su cuello. Maniobro con el nudo de su corbata—, pero, primero, quiero desnudarte; quiero quitarte toda esta ropa.

Le quito la corbata mientras él desabrocha los botones de mi blusa blanca, sus dedos calientes rozando la piel de mi estómago. Febrilmente, yo también le desabrocho los botones. Uno de ellos sale volando, pero a ninguno de los dos nos importa. La extensión de su suave pecho se me revela, y deslizo mis manos sobre sus músculos desnudos, sintiendo sus ondulaciones. Enrico está en forma y me emociona tocarlo por fin después de seis jodidas horas sin verlo desnudo.

—¡La madre que te parió, Falconi! —suspiro. Me inclino y le doy un beso en el hombro—. ¿Cómo te mantienes tan en forma si te pasas todo el día sentado?

—Tengo un gimnasio privado en casa y una esposa exigente en la cama —me saca la blusa por los hombros y la desliza hacia el suelo. Sus manos me envuelven las caderas—. Mira lo que has estado escondiendo bajo tu ropa de trabajo.

Mantenerme en forma siempre han sido importante para mí cuando era más joven. Cuando me quedé embarazada de Ellia y me vi obligada a cambiar mi estilo de vida, mantuve el hábito de hacer ejercicio en el poco tiempo libre que tenía.

El italiano se echa hacia atrás y sus manos bajan hasta la cinturilla de mi falda, buscando la cremallera. Yo le quito la camisa y agarro la hebilla de su cinturón. Gruño cuando siento que me suelta la falda y cae al suelo formando un remolino alrededor de mis tobillos. Me quito los tacones y le envuelvo una pierna alrededor de los muslos. Gemimos por la sensación. Por fin, logro liberar su cinturón y lo lanzo a un lado.

Me siento expuesta y vulnerable en ropa interior y puedo sentir sus ojos rasgando mi cuerpo, su mirada caliente. Luego retrocede y baja la cabeza para besarme una vez más. Es tan feroz como antes. Él domina el beso y me chupa la lengua. Me derrito al sentirlo y me agarro a sus antebrazos mientras lucho por mantenerme erguida. Noto el borde de su mesa en el trasero y él me ayuda a subirme en ella. Se inclina sobre mí, el sudor de su pecho desnudo brillando al sol.

—Ahora, voy a hundirme en ti, princesita. 

—¿No qué era tu Reina de Acero? —cuestiono sin aliento al sentirlo dentro. 

—Mi princesa, mi reina, mi esposa —con cada palabra me ataca con una embestida—, mi todo. Mía y de nadie más, Stella Falconi. 

Me aprieto contra él, mis brazos se enrollan alrededor de su cuello. Mi corazón late a la velocidad de la luz y sé que no hay ningún otro lugar en el mundo donde preferiría estar. 

***
Capítulo especial para que no olvidemos a nuestra princesita y a nuestro playboy favorito.
Muchísimas gracias por esas 200k de lecturas, cruzando los dedos para que se multipliquen.

Besos.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora