Stella Di Lauro
Un jodido documento de cesión de acciones. ¡Joder, se ha vuelto loco!
—¡De ninguna manera! —exclamo de forma repentina—. Bueno, ¿es que se te han soltado los tornillos con tuercas y todo?
—Ella...
—¡Ella ni hostias! —le corto de sopetón—. ¿Te has vuelto loco?
—¿Puedes escucharme? —adopta una postura determinada muy parecida a la mía—. Es una medida de seguridad. En caso de que ocurra algo inesperado, las acciones estarán protegidas.
—¿Regalándolas a alguien más? —bufo—. ¡Por Dios! ¡Este es tu patrimonio!
—Y por ello debo asegurarlo —replica—. Esta es la vía más conveniente, Ella.
—Muy bien, entonces dáselas a Lucas o a Paola!
—Ya lo he hecho —responde con rapidez—. Las acciones han sido divididas entre vosotros tres, siendo tú la mayoritaria.
—¿Por qué yo?
—¡Porque te quiero! —explota, dejándome muda del tiro—. Eres mi compañera, mi mujer y lo más importante que tengo en la vida.
—Enrico... —la veracidad de sus palabras me golpean con la fuerza de un tren y me dejan grogui. Lo peor es que cuando se acerca a rodear mi cuello con sus manos, las emociones se intensifican hasta aplastarme por completo.
—Eres la mujer que amo, Ella —habla muy pegado a mí, penetrándome con esos ojos avellanas tan comunes y particulares a la vez—. Lo eres todo para mí, ¡todo! ¿Quién mejor que tú para cuidar de esas acciones?
—Es tu legado familiar —pronuncio muy bajito—. No puedes darlo así como así.
—Ya te he dado esto —me toma por la muñecas derecha para colocar la palma de mi mano en el sitio donde late su corazón desaforado—. ¿Qué más da entregarte mi vida?
Un sollozo se me escapa de manera involuntaria y él lo acalla a la velocidad de la luz con su boca. Me besa como si no hubiera mañana, entregándome más que su pasión, poniendo su alma en mis manos.
Enrico me ha dado todo... y yo... no tengo idea de cómo responder a tanta devoción. Las sensaciones son demasiado intensas, al punto de consumirme, no como lo haría un incendio, sino como una explosión: rápida, petrificadora, mortal.
»Te amo, Stella Di Lauro —murmura contra mis labios, con la voz más ronca que nunca—. Soy tuyo.
—Yo...
—¿Pero qué hacéis aquí todavía? —mamá irrumpe en la puerta del despacho, rompiendo la magia del instante—. Por mucho que me guste veros juntitos, no es el momento. ¡Tenéis una boda a la que llegar!
—Dame cinco minutos, Cassie —pide mi novio sin romper el contacto visual.
—¡¿Qué parte de «ahora» no habéis entendido?!
Por mucho que grite como loca endemoniada, yo no puedo dejar de ver al hombre parado frente a mí, menos aún cuando él parece en la misma situación.
Lo quiero, lo amo con todo lo que soy y tengo que encontrar las palabras para decírselo. Él no me ha presionado nunca, pero sé que está esperando por esa declaración.
—¿Por qué no firmas para sacar a tu madre de la miseria e irnos? —sugiere con una sonrisa que termina por hacerme papilla al derretirme entre sus brazos.
—¿Estás seguro? —pregunto una última vez.
—Como nunca en mi vida —asevera con una seguridad atemorizante—. Sé que no estarán en mejores manos.
ESTÁS LEYENDO
Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...