Stella Di Lauro
No sé cómo reaccionar.
Es un compendio de sensaciones novedosas que me dominan.
Justo por cosas así no quería una relación con nadie y siempre me he cuidado de no involucrarme en historias amorosas. Cuando conoces algo íntimo de alguien, es el principio del fin.
El fin de mi libertad, de la suya. Aunque no puedo negar que también es el inicio de algo para lo que no sé si esté preparada, pero desde luego sí dispuesta a averiguarlo.
Por el tono del play boy y su reserva respecto al tema en la última hora, puedo deducir la importancia que tiene la señora parada frente a nosotros para él. No necesito indagar demasiado para entender que me ha traído a un sitio muy suyo, el cual ahora comparte conmigo.
¡Joder!
Siento que ese troglodita de palabras rebuscadas me empieza a pertenecer y no tengo idea de cómo manejarlo.
Enrico es todo lo que no esperaba y sin embargo, más de lo que estoy dispuesta a dejar ir.
Me gusta. Me embriaga, me domina y se entrega en igual manera de una forma tan deliciosa como peculiar... Es muy bizarro lo que hace, pero me voy a lanzar a vivirlo esperando a que él lleve el paracaídas para sostenernos a los dos, porque vale la pena. Esto me demuestra que así es.
—¡Oh cielo..., qué hermosa eres! —me halaga la señora y empiezo a salir de mi aturdimiento
Él me acompaña en mi estupor, dándome ánimos y mimos en la espalda, empatizando con mi estado de shock
Presiento que los dos padecemos del mismo mal y somos la cura del otro.
Entonces, ella se acerca de buenas a primeras para abrazarme, al mismo tiempo que yo observo a mi novio ojiplática.
Enrico simplemente se remite a encogerse de hombros y guiñarme un ojo, como si hace apenas unos minutos la tensión que podía cortarse con cuchillo de plástico no hubiera existido.
Fueron unos escasos treinta y seis minutos en los que creí que me había engañado como niña de tet@, pero para mí fue una eternidad.
—¿Os parece si entramos? —propone el Falconi y de inmediato, soy arrastrada por la rubia regordeta que debe rondar los cincuenta años.
Reparo en las paredes repletas de fotografías enmarcadas en tanto nos conduce hacia la cocina. El rostro del niño rubio que predomina en los cuadros se me hace familiar, pero no logro identificarlo.
Compartimos una taza de té entre risas y de pronto, me veo envuelta en la amplia cocina con un delantar puesto y mezclando una masa para raviolis. Yo por mi parte solo río y pronuncio frases cortas de vez en cuando, puesto que prefiero contemplar la magia desatada entre ellos dos.
No hay otra forma de definirlo.
Es curiosa la forma en la que Enrico cambia alrededor de Paola, como si se convirtiera en un niño mimoso y obediente —algo que me consta que no es—. Por primera vez, me pica demasiado la curiosidad por saber de su pasado. Teniendo en cuenta lo poco que me ha contado Federico, asumo que fue bastante traumático para él.
—¡Buenas tardes, familia! —el chico de las fotografías irrumpe en el lugar—. Vaya, pero si el hermano descarriado ha reaparecido. Te lo dije, mamá —besa la mejilla de Paola—, sin importar el rumbo que tome, siempre termina regresando.
—Deja las frases célebres y mejor céntrate en las curvas —interviene en Falconi con fingido enfado—, que como filósofo no te ganas ni un euro.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...