Stella Di Lauro
Doy vueltas en la cama hasta que me doy por vencida. Por más que lo intente, soy consciente de que no volveré a conciliar el sueño. Estoy agotada, pero mi cuerpo se ha adaptado a la rutina de las últimas semanas y despierta a las cinco y media de la mañana como si fuese un reloj con alarma automática.
Dejo escapar un fuerte resoplido antes de levantarme en cámara lenta e ir al armario por unos pantalones cortos y una sudadera. Me he acostumbrado a trotar por las mañanas, pues en los últimos tiempos me ayudan más con el estrés que los cubos de Rubik.
—¿Te importa si te acompaño? —el molesto de mi hermano me pilla a unos pocos metros de la verja de la residencia.
—De hecho, sí —soy directa a la hora de contestar—. Prefiero correr sola.
—Ella...
—¿Qué pasa? —le corto de raíz. Una semana ha pasado y el enfado continúa latente. No quiero verlos, ni a él ni al energúmeno ridículo que me ha enviado flores, bombones y hasta un coche forrado en lazos rojos—. ¿Acaso temes que me fugue con tu amiguito en sudadera?
—Como está la situación en estos momentos, no lo creo —responde el muy jodío.
El par de idiotas parece aberse reconciliado después de liberar la testosterona a golpes y ahora, dan la impresión que han vuelto a jugar en el mismo bando.
—Oh, espera —continúo con mi especial espectáculo de ironía—. Tal vez piensas que planea secuestrarme en la primera curva para obligarme a casarme con él.
—Siendo honesto, no lo dudo.
—Déjame en paz, Federico —adopto una expresión pétrea—. No voy a volver a repetirlo.
—¡Lo siento! ¿Vale? —me interrumpe el paso una vez más—. Lo siento, fui un idiota, celoso, posesivo. Llámame retrógrado también si quieres.
—Menos mal que conoces tus defectos —bufo con evidente sarcasmo. Mi hermano mayor odia cuando las cosas no van según sus planes.
—Me he disculpado cientos de veces de cien maneras posibles —brama exasperado a la vez que pasa las manos por su cabello de manera repetida. Es un gesto muy propio de él—. ¿Qué más quieres que haga, joder?
—Cuando llegues a mil, me avisas —palmeo su rostro en un acto condescendiente y rodeo su imponente figura para continuar.
—¡Trata de entenderme un poco, m@ldita sea! —grita a mis espaldas—. Mi jodido mejor amigo mujeriego y mi hermana pequeña. ¿Cómo querías que reaccionara?
—Pides perdón, pero sigues justificando tus acciones —digo en voz baja sin llegar a voltearme.
—¡Lo hice para protegerte! ¡Es mi jodido deber!
—¡Y yo jamás te lo he impedido! —de un seco movimiento giro sobre mis pies antes de cortar la distancia entre los dos para encararle—. ¡Somos un equipo y el deber es mutuo! ¡Pero esta no es la forma! Necesito que entiendas eso, Federico. Tienes que entenderlo, aceptarlo y dejar de perseguirme, joder.
—Ella, yo...
—Me veis como la niña, la princesa, la buena estudiante y la empresaria... —no le permito hablar—, pero jamás tenéis en cuenta a la mujer. ¡Soy una mujer! ¡Mírame, joder!
—Solo quiero lo mejor para ti.
—Lo mejor para mí es lo que yo decida, no lo que creas tú —rebato—. Lo que has hecho no está bien, de una forma u otra me humillaste con tu sobreprotección. Estoy enfadada contigo —dejo ir una exhalación para contener las rabiosas lágrimas—, creo que lo estaré por un buen tiempo y debes abandonar tu afán de insistir, porque tengo el jodido derecho a estar molesta.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...