69. LA PROPUESTA

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Stella Di Lauro

Abro los ojos de repente y me obligo a cerrarlos con la misma rapidez cuando la luz blanca me golpea con fuerza.

—Vuelve a intentarlo más despacio —sugiere una voz, la cual reconozco como la de Santino—. ¿Cómo te sientes?

—Bien —respondo sin pensarlo demasiado—. Un poco aturdida tal vez.

—Es normal. Mira hacia allá —indica antes de examinarme las pupilas con la lucecita—. ¿No tienes mareos, dolor de cabeza o visión borrosa?

—No a ninguna de las tres —contesto confundida—. ¿Por qué me estás examinando?

—Te has desmayado, ¿no lo recuerdas?

Sus palabras actúan como una especie de hechizo, trayendo el enfrentamiento con mi señor padre a mi memoria.

—Ahora sí —no sé si resoplo o suspiro. Lo único que sé es que estoy hasta la mierda de esta situación. Quiero irme a las Maldivas y quedarme a vivir en una casa flotante a orillas del mar—. ¿Tienes alguna receta para el cansancio y de paso quitarle lo idiota a un hombre?

—Para lo primero dormir —contesta sonriendo como rara vez hace—. Debes descansar, porque lo más probable es que tus episodios sean producto del estrés. Ya me han dicho que esta no ha sido la única vez. De todas formas, te he tomado muestras para dar un diagnóstico más certero.

—Vale.

Cuando destruya a Vittorio Veneto me acostaré a dormir cien años como la Bella Durmiente. Por ahora trataré de relajarme con los cubos de Rubik, los besos de Enrico Falconi y las fantasías de retorcerle el cuello a mis enemigos y sí..., a mi progenitor también.

—En cuanto a lo segundo... —alude midiéndome el pulso desde el cuello—, me parece que ni golpeando a cada uno con un bate de béisbol lo solucionas.

—Tú también eres un idiota —arrojo en protesta.

—Un cirujano capullo para ser exactos —aclara con mofa—. Así me puso tu madre y se me quedó.

—Y encima lo exhibes con orgullo —resoplo con la cabeza—. En serio, ¿cómo fue que conseguiste casarte?

—Porque también soy otras cosas y créeme, no quieres saberlo —se hace el misterioso y yo pongo los ojos en blanco en respuesta—. La pandilla de idiotas desquiciados están afuera armando un buen revuelo.

«Oh, no»

—Diles que sigo dormida —estampo la cara contra el almohadón de la cama.

—¿Y perderme el espectáculo en primera fila? —bufa divertido—. No voy a hacer tal cosa.

—Te odio.

—Ambos sabemos que mientes —continúa con sus burlas—. Admítelo, no has podido evitar tomarme cariño con los años, Ellita.

—¡Cállate! —le tiro la almohada sin pensarlo—. El energúmeno de tu hijo tiene a quién salir.

—Gracias por la parte que me toca.

—¡No es un cumplido, capullo! —protesto fastidiada. Los idiotas están por todos lados, vivo rodeados por ellos y para mí mala suerte, Rossi tiene razón: ni cayéndole a palazos soluciono el problema—. ¿No se supone que odias tener a cualquier miembro de mi familia cerca?

—A todo ser humano le gusta un poco de diversión a veces.

—Bueno, me alegra saber que a alguien le divierte mi desdicha.

—Te contaré un secreto, Ella —incluso tiene el descaro de acercarse mirando en derredor— y es que no soporto al hombre que te dio la vida.

—Eso no es ningún secreto —resoplo fastidiada.

—El secreto es que me empeño en demostrarlo más de lo que en verdad pretendo.

—¿Por qué no te esfumas? —le despacho aburrida de su parafernalia. Ni siquiera sé por qué demonios lo intento, jamás entenderé la forma en la que trabaja el cerebro del sexo masculino.

—Soy tu médico.

—Que yo sepa nunca me han operado —señalo para arruinarle el buen humor—. ¿No me digas que te han degradado por gilipollas?

—Por el contrario, los Di Lauro no se dejan atender por nadie excepto el mejor, ¿recuerdas?

—Engreído...

No podemos seguir hablando, puesto que mi familia entra cual remolino, aplastando todo a su paso.

Las preguntas y los abrazos no se hacen esperar, al mismo tiempo que empiezan a llover los ataques de preguntas al cirujano.

Enrico ha salido de la cama bajo las protestas de Rossi e inician una trifulca a la cual su mejor amigo no duda en meterse. Mi madre discute con mi padre, quien evita mirarme. Los abuelos tratan de poner orden en el gallinero mientras Adriano hijo se burla del panorama y cuando mis tías entran en la habitación, la situación ya se sale de control.

Yo por mi parte apoyo la cabeza en el colchón, miro al techo y suelto el aire contenido en mis pulmones hasta vaciarlos, queriendo volver a encerrarme en una burbuja.

Me siento un poco mejor una vez mi novio llega hasta mi lugar para envolverme entre sus brazos y me centro en el sonido de su corazón en tanto el caos continúa a nuestro alrededor.

—¿Estás bien? —pregunta en mi oído con tono preocupado

—Sí —miento. Siento que el cualquier momento puedo colapsar y temo que sea antes de tiempo—. Me gustaría dormir un rato.

—Pues no se diga más.

—¡¿Pero qué haces?! —mi chillido apaga cualquier sonido en el local cuando me carga entre sus brazos—. ¡Se te van a abrir los puntos, imbécil!

—Mis puntos están perfectos.

—¡Bájame ahora, Falconi!

—Si pones resistencia, entonces sí puedes lastimarme y hacerme el trabajo más difícil, princesita.

—¡Eres un tonto! —pese a seguir protestando, no me muevo con miedo de forzarlo más. Por suerte, su habitación queda justo al lado y en cuanto me deposita sobre la cama, descargo la tensión en un largo suspiro—. Estás loco.

—Loco me volví cuando te desplomaste en mis propias narices —replica—. ¿Por qué no dijiste que te sentías mal?

—Siendo honesta, fue bastante repentino.

—Bueno, ahora vamos a dormir y no pienso perderte de vista.

—¿Y qué hay de...?

—Chist —me silencia con sus labios sobre los míos—. No puedo evitarte el estrés, pero lo reduciré todo cuanto me sea posible.

—Mañana es el gran día —murmuro de buenas a primeras.

—Lo sé —vuelve a besarme—. Lo aplastaremos como cucaracha, ya verás.

—Eso espero, Enrico —suspiro contra su boca—. Eso espero.

—Sé que lo de tu padre te tiene decaída —alude sin espacio a réplicas— y tal vez no sea el momento, pero tengo una propuesta que hacerte.

—¿Qué clase de propuesta? —alzo la vista para verle con curiosidad.

—Una que implica dos cenas al día, muchos baños juntos e infinitas noches de pasión.

—¿Cómo...?

—Múdate a mi ático, princesita —me acalla con sus palabras—. Ven a vivir conmigo y conviértete en la señora de mi casa.

                               

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora