43. ENAMORADA Y PETRIFICADA

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Stella Di Lauro

Pese a estar aún a varios metros de distancia, ambos hombres se retan en silencio, lanzándose cuchillos con la mirada.

Veo a mi padre abrir la boca y le detengo de inmediato con un simple gesto con la mano.

—Antes de que vayas a decir nada —aludo—, advierto que aquí nadie va a matar a nadie, ¿de acuerdo? Estoy saliendo con Enrico y no os vais a meter en nuestra relación. Ninguno de vosotros —le lanzo una mirada de advertencia a mi madre de reojo—. ¿Queda claro?

—Si vuelves a llevarte a mi hija a la fuerza —alude mi padre—, mi mujer no podrá salvarte de una muerte segura, ¿queda claro?

—¡Papá! —protesto.

—No te garantizo nada, Di Lauro —le reta Enrico—. Con Ella nunca se sabe.

—¿Pero es que no me habéis oído? —cuestiono con los puños apretados—. ¿Siempre os las tenéis que dar de machitos?

—Y otra cosa —añade el Magnate de Acero ignorándome por completo—, mi hija es una niña decente. Lo que significa que debe estar en casa todos los días antes de las diez.

—¡Mamá! —decido intervenir por el otro lado. Sin embargo, ella solo me observa con cara de circunstancias.

—Ni siquiera voy a discutir tal ridiculez —salta el play boy. Yo creo que estos dos se desafían el uno al otro simplemente porque les gusta hacerlo.

—Tiempo al tiempo, Falconi —cavila papá—. Entonces, ¿cuándo vienes a pedir la mano de mi hija?

—De acuerdo —me entrometo entre los dos fornidos cuerpos. Siendo honesta, no puedo definir a ciencia cierta quién tiene mayor musculatura—, se acabó la función. Tú —señalo a mi señor progenitor—, vas a entrar a casa y tú —me giro hacia mi recién estrenado novio—, te vienes conmigo.

—Vamos, cariño —mi madre tira del brazo de su esposo—. Creo que por hoy ya ha sido bastante.

—Esta conversación no ha terminado, Falconi —declara imponente.

—Cuando quieras, Di Lauro —contesta el otro sin amilanarse.

—Bueno, ¿no que yo iba a hablar y tú te quedabas calladito? —le reprendo golpeteando su pecho una vez nos quedamos a solas.

—No pude evitarlo, princesita —pese a que se disculpa, no muestra señal alguna de arrepentimiento.

—¡Idiota!

—Ya te he dicho que estás atascada conmigo —reitera—. Este idiota te vuelve loca y no piensa dejarte escapar.

—Si sigues actuando como un troglodita —le apunto con gesto severo—, te romperé la nariz, Enrico Falconi.

—¿Desde cuándo eres tan agresiva, princesa?

—¡Desde que me sacas de quicio! —vuelvo a golpearle.

—¿Por qué no dejas de regañarme y me das un beso?

—¡Lo único que voy a darte será un...! —no puedo seguir hablando, puesto que su boca se adueña de la mía.

La resistencia se va y pronto caigo rendida al sabor de sus labios. Suspiro entre beso y beso, sin detenerme a respirar. Si por mí fuera, me quedaría prendida de su boca por toda la eternidad.

—¡Ella, entra ya! —la voz del Magnate de Acero pone fin al apasionado momento.

—¡Adriano Di Lauro, ven aquí! —escucho al instante a mamá.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora