Enrico Falconi
Deslizo los dedos con fuerza entre las piernas de la morena, buscando su punto más sensible. Avanzo abriendo sus labios más húmedos y al palpar sus fluidos, sonrío con suficiencia.
Está así por mí y apuesto a que jamás ha experimentado unas ansias de ser tomada como ahora.
Azoto su nudo palpitante con palmadas secas, obteniendo mi recompensa cuando deja escapar un pequeño gritito de placer. Repito la acción y entonces, introduzco un dedo en su cuerpo.
Quiero más, mucho más.
La animo a inclinarse hacia adelante hasta quedar recostada sobre la mesa de trabajo antes añadir un segundo dígito.
¡Joder!
Amo venerar el cuerpo femenino, a veces con mimos, a veces con agresividad. La mujer es el tesoro más preciado de la humanidad y solo puedo agradecer a Dios o a quien sea que haya creado semejante joya por dejarme tener una todos los días a la cual disfrutar.
Desesperado por saborearla, la empujo con brusquedad contra la mesa e incorporo mi cabeza entre sus piernas.
Saqueo cada espacio de su sexo con los movimientos frenéticos de mi lengua. Lamo, absorbo, muerdo y saboreo.
La chica es muy receptiva, resistente y le gusta duro... Exactamente lo que me apetece en estos momentos.
Sin darle tregua le muerdo la cara lateral de sus mejillas traseras; primero una, después la otra.
La azoto no demasiado fuerte —esta vez con mis manos— antes de sacarle la tela que me estorba por la cabeza.
—¡Oh, por Dios! —gime enfebrecida con mis movimientos acelerados.
—¿Me quieres, piccolina? —inquiero con una sonrisa pervertida, a pesar de que ella no puede verme.
—Sí, sí, sí —responde desesperada por ser poseída.
—Entonces, solo tienes que pedirlo con amabilidad —detengo mis dedos justo en su entrada en impidiendo el movimiento de sus caderas—. Pídelo, piccolina.
—Por favor —jadea sin poder controlarse—. Por favor, señor.
Libero mi masculinidad ansiosa del pantalón, me coloco un preservativo guardado en el bolsillo de mi chaqueta y sin siquiera quitarme la ropa, invado su cuestiones de una implacable estocada.
El mundo entero sostiene la idea de que soy un libertino, pervertido y con más dinero que sentido común. Bueno, eso es porque el mundo me conoce a la perfección. Al menos en ese aspecto de mi vida.
Sus claves se mueven al compás de las mías y el golpeteo de su carne contra la madera del escritorio resuena en las paredes junto a nuestros gemidos.
Froto su nudo con dos dedos y es suficiente para que el éxtasis la ataque con violencia.
Me centro en mi propio placer y doy tres estocadas más antes de perderme ese abismo de placer que tanto anhelo como si de una especie de droga se tratara.
Me recuesto a su espalda medio desnuda por unos leves segundos para recuperar el aliento y luego, me siento de vuelta en mi silla de trabajo antes de atraerla hacia mi regazo y besarle los labios con el deseo que no se apaga.
—Estuviste maravillosa...
—Greta —completa ella por mí.
¡Joder! Volví a olvidar su nombre.
—Greta, hermoso nombre —la adulo paseando mis dedos todavía húmedos por su cuello y mejillas—, como tú. Ha sido estupendo, Greta y ciertamente, espero poder repetirlo.
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Princesa de Acero
RomanceElla ha decidido seguir los pasos de su padre y convertirse en la empresaria joven más exitosa de Italia. Por supuesto, para llegar a donde está, debe hacer pequeños sacrificios. Su prioridad número uno es el trabajo, por tanto, para ella no existe...