68. ENFRENTAMIENTO FAMILIAR

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Stella Di Lauro

Mientras mi hermano conduce la moto como un demente, se le nota tan desesperado como yo. Solo pienso en que quisiera poder volar para verlo, para que me pueda ver a mí y saber que a pesar de todo lo que he hecho, lo que tengo por hacer y lo que sé que me va a reprochar, estaremos bien.

No tuvimos tiempo de nada más que montarnos en la BMW y salir pitando.

Saber que había despertado fue una locura y un chute de adrenalina para lo dos.
No íbamos a esperar por el protocolo del puto chofer que maneja como si fuera Miss Daysi.

—Señorita, no puede pasar así —siento que gritan a mis espaldas y sigo mi rumbo ignorando al guardia, quien me exige que me registre antes de subir a ver a mi hombre.

¡Tendrá que dispararme si quiere que me detenga!

Corro por los pasillos como una demente y voy tropezando con todo el que se pone a mi paso. Doblo en cada esquina con apuro y por fin derrapo sobre mis propios pies y me detengo delante del cristal de la habitación en la que lo tienen.

La sensación es mágica, no puedo describirlo. Siento que me falta el aire. Le miro, intentando conectar mis ojos por entre la gente que le examina y en algún momento, con una sonrisa auténtica y aliviada en mis labios, nuestros ojos se conectan.

Ese momento..., ese instante, un segundo simplemente que tenemos para él y para mí es la prueba de que el amor existe y nosotros lo tenemos en nuestro poder.

—¡Señorita! —el guardia de antes nos alcanza observándonos con cara de circunstancias—. Le voy a pedir que me acompañe a la salida.

Emito un fuerte resoplido al mismo tiempo que pongo los ojos en blanco, pero en ningún momento rompo el contacto visual con mi novio.

—¿Perdona? —escucho a Federico a mis espaldas—. Al parecer es usted nuevo, señor. ¿Sabe quiénes somos...?

Dejo de escuchar en cuanto sus labios me dedican una sonrisa conciliadora. Las piernas me tiemblan debido a las ansias de querer correr a su lado, la piel me vibra anhelando su tacto y manos pican deseando tocarle como si el mundo fuera a terminarse.

Me aferro a la pared temiendo no poder sostenerme, pero cuando el personal médico sale rumbo a nuestra posición, soy atacada por una ola de adrenalina.

El tipo de la seguridad se ha marchado y no tengo idea de cuándo ha pasado, pero descubro a mi hermano mayor sosteniéndome de los hombros en tanto el resto de mi familia se acerca poco a poco.

—Está bien —mi tío Romeo me da las dos palabras que tanto necesito escuchar—. Podéis estar tranquilos, porque Enrico se encuentra fuera de peligro.

El suspiro colectivo no se hace esperar... y mis lágrimas tampoco.

—Ahora viene la etapa de rehabilitación y reposo —interviene Rossi—, pero nada alarmante si sigue las indicaciones al pie de la letra...

—Quiero verlo —suelto interrumpiendo su exposición. Lo que quería saber ya me lo ha dicho y del resto me ocuparé más tarde—. Por favor, tenéis que dejarme entrar.

—Ya sabes el protocolo... —alude el director del hospital—. Ve con Federico para que te consiga un uniforme de cirugía.

Como mismo andamos en la moto, ahora nuestros pies parecen volar por los pasillos de la planta y en menos de diez minutos me encuentro atravesando la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos.

Mis pies se detienen por sí solos frente a su cama comunicándose con mis ojos, porque estos últimos se niegan a creer lo que ven. Tenerlo así, despierto ante mí parece tan irreal como cuando soñaba de pequeña que el Ratón Pérez venía a visitarme.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora