71. EL ESTAFADOR ESTAFADO

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Stella Di Lauro

—¡Salid de mi empresa ahora! —demanda el anciano mientras su cómplice parece un pollito asustado.

—¿Tu empresa? —es mi novio quién toma la palabra riendo a carcajadas—. ¿Qué te hace pensar semejante ridiculez? ¿De verdad creíste que te saldrías con la tuya? —el Falconi avanza envalentonado—. ¿Pensaste que podrías vencernos? —me incluye en la ecuación—. Mira a tu alrededor, mídete con tus adversarios para comprobar que no nos llegas ni a los talones. No eres más que un iluso y además de asco, me das pena.

—¿Qué significa esto, Stella? —el sujeto posa sus ojos en mí con expresión asesina—. Si me has engañado...

—¿Qué? —le desafío—. ¿Qué vas a hacer?

—Tú me cediste las acciones... El documento habla por sí mismo y contra ello, no podéis hacer nada...

—Ahí está el problema —interrumpo dibujando una lenta sonrisa—. No pude habértelas cedido, porque para empezar, no eran mías.

—¿Pero qué clase de treta es esta?

—La que nos has obligado a crear —respondo—. Horas antes de reunirme contigo ya habían sido vendidas y el señor Frost a mi lado —señalo al aludido—, las compró. Por tanto, la marca Falconi nunca ha sido tuya y el documento que supongo guardas en tu caja fuerte, es falso.

—Por si no te ha quedado claro —interviene papá—, aquí estás de sobra. ¿Sabías que invadir propiedad privada es un delito?

—¡Mientes! —exclama el delincuente sin apartar la vista de mi rostro—. Todos mentís.

—Para alguien que preparó un plan macabro medianamente sostenible, luces bastante estúpido —comenta el Diablo con exasperación—. Y tú —señala a Darío—, ni se te ocurra moverte o terminarás con una bala entre ceja y ceja.

—¡El legado Falconi es mío! —grita enrabietado—. Veamos lo que piensa la policía sobre esto.

—Me alegra que lo menciones —salta mi novio—. Estoy encantado de comunicarte que mi celda tenía micrófonos escondidos y cada una de las conversaciones ocurridas allí han quedado grabadas. Eso incluye la tuya intentando matarme.

—¡Maldito!

—Debiste estudiar mejor tu maestro plan —se mofa Enrico—, porque tenía sus fallos y eso es algo que ni un Falconi ni un Di Lauro perdona.

—Ninguna de las acciones que ostentas son tuyas —intercedo—. Lo que sí te pertenece es la cuenta de banco con un fondo de diez millones de euros, creada por Darío Parisien para desviar fondos de la empresa con el objetivo de desfarcarla.

—Yo no...

—Cuenta —me impongo con voz firme— de la cual salió el dinero para pagar a Leonardo Dawson por prestarse para chivo expiatorio y además, para sobornar al juez del caso Falconi. Quedando demostrado que Vittorio Veneto siempre ha estado detrás del complot contra Enrico Falconi. Bonito artículo para la prensa, ¿no os parece?

—Tal vez deberías haberte dedicado al periodismo en vez de a las finanzas —se mofa el marido de mi tía, haciendo gruñir algo ininteligible por lo bajo a mi papá.

—¡Yo no he hecho tal cosa! —protesta el vicepresidente histérico.

—Eso reclámaselo a tu compañero —replico—. Fue él quien se echó la soga al cuello reconociendo vuestro delito.

—Me gusta cómo piensa tu brillante cerebro, hermosa Stella —enuncia Vittorio—, pero me temo que ahora sí estás delirando.

—¿Lo estoy? —cuestiono con una ceja enarcada, más segura que nunca—. Tengo un montón de papeles y facturas con tu firma, los cuales dicen todo lo contrario.

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora