33. NO PUEDO ALEJARME DE ELLA

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Enrico Falconi

La veo irse y me acuerdo de todos mis antepasados. ¿Cómo es posible que me haya atrofiado el cerebro al punto de no poder controlar mis propias palabras?

Joder, que ha entendido todo mal y me ha apuñalados en el proceso.

La expresión asesina de Federico Di Lauro no me ayuda a salir de mi ensimismamiento.

—Federico...

—¡Cállate! —me corta de manera abrupta—. No quiero escucharte porque tus palabras no tienen valor para mí.

—¿Qué quieres entonces, eh? —cuestiono—. ¿Golpearme? Vamos, aprovecha que tu hermana se ha ido.

—A mi hermana no la menciones, imbécil —me señala con tono amenazante, pese a que no le veo intenciones de acercarse—. Podría molerte a golpes... si te defendieras y sé que no vas a hacerlo.

—¿Por qué?

—No lo sé, ya no puedo reconocerte, Enrico.

—Si te sirve de algo —mi mirada se pierde entre la nada—, yo tampoco.

—¡Maledetto bastardo gilipollas! —vuelve a enfrentarme—. ¿Por qué ella? ¿Por qué mi hermana, joder? ¡Con todas las mujeres que hay en el mundo!

—¡Pero la vi a ella! ¿Crees que lo hice a propósito? —inquiero imitando su tono. Ya estoy fuera de control y un poco perdido—. ¿Que tuve elección? No planeé verla aquella noche en el club, no conté con que me provocara y me retara cada vez que nos veíamos. ¡Demonios! No planeé con que no pudiera alejarme de ella.

—¡M@ldita la hora en que se me ocurrió escuchar a Adriano y llevarla a ese club!

—Haces bien en lamentar tu decisión —aludo con voz apesadumbrada— porque ahí comenzó todo. No obstante, creo que habría sido inútil, Federico. De igual forma, Stella me habría cautivado al conocerla.

—Te conozco, Falconi —me apunta con la misma expresión fiera—. Hemos compartido más de una noche y más de una mujer. Evitas apegarte a cualquiera, repites con muy pocas y no más de tres veces. ¡Mi hermana no es un rollo de una noche!

—¡Lo sé! —a estas alturas los gritos podrían asustar hasta a los animales del bosque—. Lo sé, joder. Y no te voy a negar que era lo que tenía pensado. Pensé que en cuanto... —dejo la definición en el aire, pues no deseo poner a prueba su cordura. Con uno de los dos enloquecido ya tenemos suficiente— ya sabes, mi obsesión sé iría con esas jodidas veinticuatro horas, ¡pero no!

—¿Estás obsesionado con ella? ¿Es eso lo que sientes?

—¡No lo sé! —respondo desesperado al mismo tiempo que comienzo a dar vueltas en derredor para combatir la sensación de ahogo—. Me gusta mucho, Federico, más de lo que puedo admitir y no pude apartarme de ella ni siquiera cuando me lo pediste.

—¡M@ldito seas! —el Di Lauro se masajea el cabello cobrizo queriendo arrancarse los pelos—. ¿Es que nuestra amistad no vale nada para ti?

Ahí está, otra puñalada.

«Lo que quería ya lo conseguí», el veneno de su dulce voz me aturde la cabeza.

«Por una vez fuiste tú el usado, Enrico Falconi»

—¿Cuántos amigos tengo, Federico? —pregunto de buenas a primeras.

—Tres y a mí me acabas de perder —añade con zizaña—. Así que ve borrándome de la lista.

—Conoces mis traumas, mi carácter y mis miedos. No tengo muchas personas estables en mi vida, pero tú formas parte del pequeño círculo, el cual puedo contar con los dedos de una mano. ¿Y crees que arriesgaría lo que tenemos por un simple polvo con tu hermana?

Princesa de AceroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora