III

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III.

—Creí que se había suicidado por mi culpa—Jonás apretó los puños, lastimero—. Esa chica me besó, y Soledad... que era mi novia, malinterpretó el suceso. No soporto el alcohol, y me habían puesto un químico en la bebida para confundirme. Eso debió romperle el corazón...

—No fue tu culpa—Jericó caminaba junto al Cambiante con ropa deportiva y un abrigo grueso sobre el diminuto cuerpo de zarigüeya—. Los del Colegio Bolivariano empezaron a sospechar que no eras humano... y te drogaron para que mostrarás tu forma de lince. La chica que te besó era una de las más guapas de ese sitio, y te provocó para...

—Pero Soledad está viva—sonrió Jonás—. Significa que nosotros...

Jericó negó con la cabeza.

—Samuel dijo que abandonó su humanidad—se frotó las pequeñas manos—. Debió ser difícil para ella desprenderse de todo lo que sentía...

Jonás bajó la mirada con las manos en los bolsillos. Fue el único Gonzalez que encontraron deambulando por el Bosquecillo Encantado, dejando a sus primos encargados de custodiar el rancho... perdiéndose en un territorio vasto e inexpugnable de escarpados pináculos de piedra vulcanizada en torrentes de lejía alcalina, bajo un cielo inundado de miasmas costrosos y océanos de brea. El paisaje nauseabundo apestaba a pordiosero y savia... y los árboles se retorcían como gusanos viscosos. Con cada temblor, bajo el firmamento inescrutable, sentía que vagaba en un sueño infinito e inaccesible.

Jonás se convertía en un lince alargado de lomo plateado e hirsuto pelaje cobrizo, tenía orejas puntiagudas que se encrespaban ante los movimientos repentinos en la penumbra, y ojos penetrantes de un mostaza pálido... entornados por círculos blancos. El lince era tan alto como la diminuta Jericó, y su andar denotaba cierta gracia felina junto con el contoneo de la cola tupida.

Finchester concluyó que el Cementerio Indio era el epicentro del Dominio Imperfecto, debido a la afluencia de energía negativa que brotaba en raudales como luces ultravioletas. El Bosquecillo Encantado estaba irreconocible: los espíritus oscuros sobrevolaban las ramas espinosas, y los arboles eran estrangulados por zarzales tubulares y serpentinos. Samuel pocas veces había vislumbrado el Mundo Onírico, sabiendo que en ciertas horas de la madrugada los portales se abrían para dar paso a seres descarnados...

Desde que el Chivato los condujo sobre la Carreta Maldita al mundo de los sueños, y cerraron la Puerta de Piedra, las incidencias de las entidades que irrumpían con pesadillas se vieron interrumpidas; pero la Llave de Oro ejercía una extraña influencia de ingentes fuerzas oscuras, que abrían portales con cada fluctuación, y hacían chocar ambos Reinos en una conjunción apoteósica de surrealismo. El humo negro que cubría el cielo era indescriptible y vaporoso... y los velos distantes parecían murallas ilimitadas de negrura infinita.

Ante el efluvio de negatividad, Finchester anunció que las entidades durmientes emergían de sus sepelios mortuorios para usurpar los cuerpos desprotegidos. Trina Rocca confirmó numerosos reportes de posesiones demoníacas y ataques inexplicables por criaturas invisibles... Andrés y Jericó partieron en bicicleta recorriendo los sectores más vulnerables para repartir rosarios, encender inciensos sacros y tejer cruces en las esquinas para frenar la epidemia dionisíaca. Por ahora, Finch era el único atormentado por las risas de los íncubos, y el resoplar de unas flautas macabras... haciendo eco en un valle inquietante de música azarosa. Trina y Boris esperaban pacientemente a Diana Blanco y sus hijas para organizar un Dimicatio en la cima de la colina, junto a los católicos, para repeler las plagas inmutables que infestaban Montenegro en forma de legiones repulsivas...

Andrés cosió muñecas Vudú con pelo de cada uno y los hiló en cruces ungidas con oleos benditos. Le dio a cada uno un muñeco consagrado con un Guardián predilecto... para mantener alejados los espíritus abusones mientras se adentraban en la indescriptible y misteriosa foresta que crecía y se retorcía con espasmos de imaginación. Sam sospechaba que Andrés tanteaba con la magia negra... desde que consiguió el Libro del Dragón Rojo. Aquella exhibición demostraba sus conocimientos de ocultismo referente a los ritos africanos. Alan Castro iba último, junto a Nelson y Finchester... murmurando y azogado por el frío.

Sol de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora