CAPITULO LII. LYCORIS RADIATA

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John, después de varios minutos, por fin pudo dar con su madre. Ella estaba completamente bien, observaba como una trabajadora a domicilio arreglaba sus uñas con delicadeza.
─Oh, cariño, estas aquí, ¿Ya te vas? ─
su rostro estaba limpio, excepto que fuera un delito que estuviera repleto de maquillaje costoso.
─No, aún no. ¿Cómo estás?
─¿Quién?, ¿Yo? Bien, aunque, dormí mal ayer, me duele un poco el cuello ─aseguro mientras sobaba su nuca.
─¿Dónde está papá?
─No lo sé, ¿Trabajando? ─Atwood se frustró ante su torpeza.
─Mierda ─<<Maldito idiota>>, se maldecía. Corrió de nueva cuenta hacia el jardín principal, la casa no era pequeña, por lo que le tomo dos minutos llegar hasta ahí, ¿Por qué la habitación de su madre tenía que estar hasta el otro lado de la mansión?
En el extenso jardín resplandecían aún las hermosas mariposas, los pájaros cantaban al sol, y el sonido de las hojas chocando unas con otras por la suave brisa era tranquilizador pero, no había nadie.
Pensó en las palabras de su hermano: "Te puedo asegurar a que ya lo vio", incluso Judáh se había atrevido a jugar con él.
Mientras corría, ahora a la oficina de su padre, juró que, organizaría una muy sucia y divertida revancha a ese hermano pequeño que tanto estimaba.

+.+

─¿El pene de mi hijo es cómodo? ─seguía molestando mientras se acercaba poco a poco─, escuché que dijiste algo así. Me dieron muchas ganas de conocerte.
─¡AH, ASQUEROSO! ─era bueno que solo sintiera un roce, aún podía salvarse.
─¿Sabes? Estuve pensando en que si no estuviera ya enlazado con una de mis esposas yo podría haber...
─¡Viejo asqueroso! ─la puerta se abrió, y un agitado John se paralizó ante la vista.
Por unos segundos nadie se movió, pues se quedaron quietos como estatuas, pero fue Christopher quién vaciló antes de por fin decidirse a alejarse.
─¡Seis cero! ─el viejo se levantó y se acomodó la ropa desordenada─, nos estábamos conociendo ─Kutaragi por fin pudo respirar, detestaba eso, que tuviera encima el pesado cuerpo de un hombre, así que tragó saliva, un largo suspiro de alivio le siguió después, estaba todavía horrorizado pero pudo cubrir de nuevo su cuerpo con la gabardina.
El viejo caminó hacia su hijo, dispuesto a saludar como si nada.
<<¿Ibas a acostarte con mi padre?>>, la serpiente no podía pensar en nada más.
Pero, Reiko, quien estaba ya poniéndose de pie, se tambaleo un poco en el proceso, y cuando levantó el rostro, Atwood pudo observar con claridad la expresión perturbada de la liebre.
─Son unos auténticos hijos de puta ─susurró riendo, pero sus ojos estaban ardiendo en furia, y además de eso: <<¿Una lagrima?>>, estaba llorando. Chasqueo la lengua mientras caminaba cojeando hacia la puerta─. Ojalá mueran pronto ─no hacía falta que John preguntara sobre los hechos.
Luego de un largo suspiró:
─¿Por qué lo hiciste? ─preguntó frustrado─, ¿Por qué siempre haces cosas imprudentes? ─el joven alfa se acercó a su padre y le golpeo la mejilla sin mucha fuerza─. Ay, Christopher, te haces abuelo.
─¿Qué?
─Si no fueras un maldito viejo ya hubiera hecho que te metieran una botella de whiskey por el culo ─volteo a mirar al médico, quien estaba fascinado por las palabras duras─, ¿Te pareció divertido dejar a mi prometida en ese estado?, ¿Creíste que era como las putas de tus esposas? ─sonrió─, escucha yo... Lo aguante por mucho tiempo, pero si vuelves a meterte con algo que es tan precioso para mí... de verdad que voy a olvidar que eres mi padre.
─¿Eres imbécil, seis cero?, ¿Crees que...?
─Christopher, de verdad que puedo acabar contigo ahora ─mencionó con total seriedad, sus profundos ojos estaban brillando, podías incluso confundir ese brillo con las llamas del infierno─. Te repito, eres viejo y tienes la fuerza de un abuelo violador.
─¿Vas a golpearme? ─ocultando su temor decidió burlarse, pero su nerviosismo lo delató, y eso hizo más feliz al diablo.
─No, no lo haré. Te perdono esta vez ─sonrió y se alejó.
─¿Estás bien? ─la mejilla de la liebre estaba comenzando a ponerse morada.
─Estoy bien ─Reiko sintió una extraña sensación en el pecho, John estaba mirando el golpe con preocupación, rozando su rostro con suavidad.
─¿Lo metió? ─miró las piernas largas y blancas delante de él─, ¿Te lastimó en algún otro lugar?
─No, no, no lo hizo ─a pesar de eso, el alfa no le creyó, los pies y manos del beta estaban maltratadas y enrojecidas. Se tragó el enojó, tomó el cuello delgado del doctor y lo acercó a él para besarle la frente─. Lo siento, es mi culpa. Lo lamento tanto ─se agachó para rodear, con el brazo, las piernas de su "prometida", y lo llevó, sin mucho esfuerzo, a su hombro derecho─. Vámonos de aquí ─con el trasero a un costado del rostro de Atwood, la liebre no puedo evitar sentirse como una princesa.

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