CAPITULO LXII. PENSAR EN EL VIENTO

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Si ponía los pies contra la luz parecía un fenómeno un poco mágico

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Si ponía los pies contra la luz parecía un fenómeno un poco mágico. Podía cortar una hoja oscura de papel con la misma forma y decir que esa era una extremidad humana. Agitó los dedos, los separó y volvió a juntarlos. <<Mi pie es bonito>>, pensó. Se llevó el dulce mexicano de nuevo a la boca y disfruto del azúcar tocando su lengua, el calor y la saliva hacían que se derritiera con rapidez, y dejara salir un sabor a sandía artificial bastante sabroso. Pronto se lo acabó. Dejó salir un largo suspiro y recordó tarde que ese era el último que tenía en casa, la bolsa de dulces ya estaba vacía, seguramente en el bote de basura. La tristeza creció más en su pecho. Arrojó el palito de plástico a la mesa central de cristal y se giró sobre el sofá ciento ochenta grados: ahora su espalda descansaba donde se supone deberían estar los glúteos, y sus largar y bellas piernas estaban en el respaldo, colgando a centímetros del suelo. Se quedó observando su mundo al revés hasta que se mareo y cerró los ojos. Pasó menos de tres minutos escuchando el movimiento del mar y: ¡DING, DONG!, el timbre de la puerta se escuchó por toda la mansión, causando que abriera los ojos de golpe. Reiko sabía que la empleada doméstica se encargaría de eso, así que no se preocupó. Volvió a cerrar los ojos y guardó calma. <<Piensa>>, se decía. <<Piensa, piensa>>, pero por más que lo intentaba no podía hallar solución al problema que lo carcomía por dentro, la frustración se apodero de su cabeza, comenzó a sentirse ansioso, incluso pudo sentir que el aire no llenaba por completo sus pulmones. Aspiró oxigeno con gran fuerza y lo dejó salir con lentitud, agitó los pies, sintió como colgaban y entonces comenzó a balancearlos de arriba hacia abajo.
─Señora ─podían pasar más de cien años y Kutaragi tenía la seguridad de que nunca podría acostumbrarse a esa palabra─, el hermano menor del señor está aquí ─el beta abrió los ojos, se echó hacia adelante y se sujetó a la orilla del mueble.
─¿Qué? ─era raro recibir visitas.
─Uno de los hermanos menores de su esposo, está aquí ─repitió la mujer con una sonrisa incomoda.
─¿Quién?
─¡Hola! ─no se pudieron hacer más preguntas. Un chiquillo flacucho, con el cabello oscuro, se asomó por el pasillo. <<¿omega?>> adivinó Reiko─, lo siento, es que... todo el camino hacia aquí he tenido la urgencia de pasar al baño y...
─Subiendo las escaleras, pasillo derecho, al final de corredor, puerta derecha ─le contestó el médico, pues no sabía de dónde pero lo había visto antes. <<Quizás en un traje blanco a lado de un novio>>, divagó. El omega no esperó nada más, corrió.
─¡Patito! ─se escuchó un grito grave después, una voz imponente y malhumorada que el beta a penas y había escuchado. Pero cuando el extraño por fin apareció frente a sus ojos, se sintió afortunado de contemplar el atractivo de semejante hombre: ojos y cabellera, ambos rojos, brillando en plena mañana de primavera. Pero eso no era lo único especial, tenía en sus brazos a un niño exactamente igual al omega que había subido, apresurado, a hacer sus necesidades, y a los costados, a dos más pequeños jóvenes amo, semejantes al alfa con aura siniestra─. Mi hermano, ¿está en casa? ─ni siquiera se molestó en saludar, Reiko sonrió. John le había mostrado tantas fotografías de la familia Atwood que ya había memorizado los rostros de cada uno de ellos.
─Lucifer ─saludó con una amplia sonrisa en los labios─. Trae agua, aperitivos ─indicó a la empleada, quien había estado esperando órdenes para ejecutar─... dulces ─agregó observando a los niños─. Gracias ─y cuando la muchacha se retiró, volvió a hablar─. Pasa, quieres. La sala es cómoda ─entonces el beta soltó el agarré y volvió a su antigua posición de meditación.
Un rato después tenia al hombre, y a los niños, mirándolo con ojos curiosos, algunos otros, tal vez, lo juzgaban.
─Tu esposa ya se demoró, ¿No es cierto? ─inició la liebre aún con los ojos cerrados.
─¿Por qué está de cabeza, señorita? ─no fue Lucifer quien preguntó eso, la voz de un pequeño se había escuchado en cada rincón. El médico suspiró.
─Estoy afligido ─dijo en breve.
─¿Abligido?
─Afligido ─repitió corrigiendo.
─Significa que siente tristeza, angustia, sufrimiento, pena o dolor ─le explicó su padre─. Como patito esta mañana ─era extraño escuchar a ese Atwood decir palabras como: "patito" con una voz tan arisca.
─¿El tió John tampoco quiso hacer lo que le pediste? ─el alfa miró de mala manera a uno de sus chiquillos pelirrojos.
─¿A qué te refieres? ─curioseo Reiko.
─Mami estaba triste esta mañana porque papi no durmió con él anoche ─explicó el otro chiquillo pelirrojo.
─¿Es así? ─sonrió el beta.
─¿Peleaste con John? ─por fin habló el dominante, impidiendo que sus chiquillos dejar a la luz todos sus problemas maritales.
─Ojalá fuera eso ─<<pensé que no tenías lengua>>─. Es abril ─y antes de que continuara fue interrumpido por el hombre.
─Es veintisiete de marzo.
─¡Es el cumpleaños de mi marido! ─gritó frustrado mientras abría los ojos y de nuevo se echaba hacía adelante. Entonces llegó la empleada, y puso en el centro de la mesa aperitivos para todos─. Gracias, Midori ─ella solo asintió y se marchó deprisa.
─¿Es ese un motivo para estar afligido? ─negó con la cabeza el atractivo padre de familia.
─Lo es si no tienes que regalar ─soltó con brusquedad. Había escuchado de John que Lucifer era difícil de tratar, pero no se imaginaba que el tipo resultara ser tan insensible.
─Por dejarme usar el baño... Gracias ─al fin había llegado el tímido omega, éste caminó directo hacia su esposo, donde se acomodó en el lugar libre a su derecha.
─No debes preocuparte por eso ─rió la liebre─. Si tienes la necesidad de ir de nuevo, ve tantas veces como quieras ─el recesivo se sonrojo y asintió.
─Eita Atwood ─se presentó, y Kutaragi por fin se acomodó como es debido sobre el sofá. Examinó al chico adecuadamente, parecía como si estuviera viendo a un universitario, era mucho más joven que Lucifer, eso seguro. Parecía que al demonio le gustan las cosas llenas de juventud y belleza, las cosas... esponjosas.
─Yo soy Ku... ─pero luego se lo pensó mejor─: Reiko Atwood ─y devolvió la reverencia.
─Bueno, y ¿por qué estaba usted...?
─¿De cabeza?
─La señorita esta aflibligido ─respondió el chiquillo que era igual a su madre.
─¿Se siente mal? ─preguntó alarmado el joven─, ¿Quiere que llame a un médico? ─la señora de la casa negó con la cabeza.
─No, no es necesario ─pusó su mano izquierda sobre su cien y masajeo con paciencia─. Estar de cabeza me ayuda a pensar.
─¿Pensar?, ¿Pensar en qué?
─No tiene un obsequio para mi hermano ─Atwood tomó un par de galletas de la mesa y las repartió a sus hijos y a su esposa en cantidades iguales─. Le preocupa una tontería así, ¿No es exage...?
─¡No puede ser!, ¡Ese es un gran problema! ─el omega mostró empatía absoluta─, ¿Cuándo será?
─Abril ─le siguió otra esposa presa del pánico.
─¡Pero si ya estamos en abril! ─explotó Eita levantándose del sillón─, ¿Qué día?
─Cinco ─respondió deprimido y casi llorando. El recesivo fue a sentarse a lado del beta, le tomó las manos y con un rostro lleno de compasión le dedicó una gran sonrisa.
─Voy a ayudar, voy a ayudar ─se ofreció rápido y antes de que su marido pudiera impedirlo.
─Esto no puede ser posible ─murmuró Lucifer para sí mismo─. Patito, esto no puede...
─Pero nadie me ayudó cuando preparé tu fiesta de cumpleaños ─le reprochó─. Pasé seis meses enteros planeándolo, y nadie podía ayudarme porque nadie sabía nada de ti. Ni siquiera Christopher... ─esa última parte la dijo mientras hacía un puchero.
─La temporada acaba de iniciar no hace mucho. Solo tengo tres días libres, vinimos aquí porque insististe en que los hermanos mayores son...
─Está bien, solo vete ─le contestó "patito" sin el más mínimo temor─. Los niños... ─se quedó pensando, mirando el alto techo.
─No iras a sugerir que...
─Niños, ¿Con quién quieren quedarse?, ¿Conmigo o con papá? ─los chiquillos pelirrojos no dudaron en gritar:
─¡MAMI! ─pero el que era idéntico a Eita estaba entre la espada y la pared, su mirada iba entre su padre y su madre, luego pareció sentirse abrumado y comenzó a llorar.
─Hur ─lo llamó su padre con una voz bastante amorosa. Lo cual tomó por sorpresa a Kutaragi, porque ese hombre frío y ceñudo pareció volverse blando y manso de repente─. No llores. Si no puedes escoger, entonces mamá y papá se quedaran juntos, ¿De acuerdo? ─le secó las lágrimas con los dedos y le sonrió─. Deja de llorar. ¿Qué te había dicho? Si lloras, mi corazón se pondrá triste y ya no podré ganar más carreras ─y como por arte de magia, el niño se calmó con los mimos de su progenitor─. De todas formas ─y Atwood volvió a su personalidad altanera de siempre─, ¿Dónde está mi hermano? Sé que es entre semana, pero es feriado, ¿No debería de estar aquí?
─Está trabajando ─contestó el obstetra bastante despreocupado─. Sí, cuando tienes tu propia isla no puedes darte lujos por ser días festivos. Han sido buenos días para John, han surgido varios proyectos en la isla y tiene que cerciorarse de que toda construcción este siendo debidamente realizada. Gracias a eso tengo más tiempo, pero, ¿De qué me sirve todo este tiempo si no tengo nada en mente? ─Leonor apareció de pronto en la sala, ya era mediodía pero tenía la bata de dormir mal puesta, sus ojos entrecerrados la delataban como una vieja con mala vista.
─¿Reiko? ─saludó la bruja.
─Buenos tardes ─saludó también Eita.
─El desayuno, carajo, ¡el desayuno! ─se dio media vuelta y regresó por donde había venido. La señora de la ostentosa y minimalista mansión Atwood se puso de pie y se dirigió a sus invitados:
─Parece que el almuerzo está listo, ¿Pasamos al comedor?

NAVEGANTE DE LAS ESTRELLAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora