Epílogo. Hampstead Heath.

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Sara bajó la cuesta lentamente. Lo vio allá abajo, al pie del lago, sentado y tirando piedras al agua. Se sentó a su lado sin decir nada.

-Esto no es lo mismo de día, ¿verdad? –dijo John arrojando otra piedra.

-No.

Pasaron unos minutos sin hablar. Ninguno de los dos tenía prisa por hacerlo, ni se sentían incómodos o nerviosos.

-Cuando tenía catorce años –empezó a decir él –me dí cuenta de que las chicas no se enamoran de tíos como yo. Al principio se sienten atraídas, nos ven "rebeldes" y "peligrosos". Pero luego, en el fondo, prefieren chicos de cara bonita que les susurren románticas palabras de amor al oído. Yo nunca he sido así, así que me resigné.

Cogió otra piedra y la tiró, tratando de darle efecto para que rebotara en el agua.

-Luego me hice famoso, y además de "rebelde", resultó que era rico. Las tenía a cientos, pero ninguna se enamoraba de mí. A Paul, en cambio, lo adoraban todas. Pero lo adoraban si conocerle, era increíble. Siempre me ha sorprendido eso.

-Cyn sí se enamoró de ti.

-Lo sé, y eso la hizo especial a mis ojos. La chica más especial que había conocido hasta entonces. Porque me quiso por cómo era.

-Y todavía te quiere.

John se volvió a mirarla por primera vez.

-Luego apareciste tú. Tan distinta a todas las demás chicas y tan parecida a mí. He llegado a pensar que tal vez nací en la época equivocada. La de cosas que podría haber hecho en tu tiempo, con esos medios.

Hizo una pausa para volver a mirar al lago. Luego sonrió irónicamente.

-Pero, por distinta que seas, tú también te has enamorado del chico guapo que susurra canciones de amor al oído.

Sara suspiró.

-Cyn me dijo que lo más importante en la vida es encontrar a alguien que sabes que estará contigo siempre, en lo bueno y en lo malo, pase lo que pase.

John reflexionó durante unos segundos.

-¿Crees que me perdonaría? –preguntó él.

-Ya lo ha hecho.

Él se volvió hacia ella con expresión chulesca.

-En realidad –dijo imitando la voz de Marlon Brando –es la única que ha demostrado estar preparada para mí. Porque yo, nena, soy duro, más duro que el resto. Ninguna sois lo suficientemente fuertes.

Sara rió de buena gana. Estuvieron un buen rato callados, mirando el lago, cuyas aguas se mecían con la suave brisa. Él, finalmente, le pasó el brazo por el hombro.

-¡Bueno! –dijo alegremente. -¿Por dónde empezamos?

-¿A qué?

-A luchar para impedir que se salgan con la suya. Sabes que puedes hacerlo. Por eso estás aquí ahora, ¿no? Para cambiar el mundo.

Ella sonrió.

-¿Cómo quieres que sea?

John reflexionó durante unos segundos.

-Para empezar, no quiero que haya religiones. Son inútiles, fuera todas. Ni infierno ni paraíso, sólo el cielo sobre nosotros. Y luego eliminaría las fronteras. Ni países, ni intereses, ni posesiones, sin motivos para luchar o matar. Toda la gente unida, por un bien común, compartiendo el mundo, viviendo su vida en paz.

-Qué utópico -dijo Sara suspirando.

-No, no lo es –respondió él con los ojos brillantes –sólo tienes que imaginarlo. Es fácil si lo intentas.

                                                                                                    FIN

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2015 ⏰

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