23: Anteojos.

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A N T E O J O S —❇

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— ¡Devolvémelos! — Reclamé, cruzando los brazos y dando un pisotón audible.

Sí, parecía una niña malcriada, pero no me importaba, a este punto ya estaba frustrada.

— Nop. — Contestó. Hizo énfasis en la "p" al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

— ¡Sí! — Debatí

— No — Su voz salió cantarina, alargando levemente la "o"

— Gastón, por favor. — Rendida y esta vez más calmada, me acerqué hasta quedar a su lado.

— ¿Para que los querés?

— ¿Como que para que los quiero? — Pregunté, retórica y con una risa sarcástica al finalizar la frase — Para ver. Los quiero para ver.

La cosa era que no quería regresarme los anteojos desde que me los había quitado para besarme, según él, no los necesitaba. Y claro que lo hacía. Sí, distinguía las cosas, pues mi vista no estaba perdida por completo, pero de igual manera, aún veía algo borroso y si no quería tener ningún tipo de accidente era mejor usarlos.

En cambio, se los había colocado él para verse más filosófico. — Palabras de él. — Hizo caso omiso a mi necesidad y siguió caminando conmigo detrás.

— ¡Gastón! — Exclamé

— ¿Qué? — Respondió de la misma manera, fingiendo fastidio.

— Los necesito. — Mi labio inferior salió en un mohín involuntario, casi suplicando.

Gastón soltó una risita y me miró con ternura, como cuando un niño hacía un berrinche y sus padres en seguida le consentían.

— Está bien. — Pretendió colocármelos.

— Dámelos. — Estiré mi mano y la señalé con un pequeño movimiento de cabeza, indicándole que los dejara allí — Yo me los pongo.

— No. — Elevó su mano con los lentes en ella, a una altura que no lograba alcanzarlos. — Te los pongo yo. Si no, no hay trato.

Intenté quitárselos de todas las maneras posibles más no lo logré; Gastón era mas alto, me costaría quitárselos así como así. Con solo alzar su brazo me tendría saltando para probar suerte al quitárselos. —Cosa que no obtuve. — Llegué a tal punto de desesperación que me subí en una banca de la plaza y aún así no obtuve los resultados que quería, pues Gastón se alejó y por poco terminaba estampada en el suelo.

— Gastón, por favor. — Me bajé lentamente del asiento hasta estar, por fin, en el piso.

— Yo te los pongo. — No me quedó de otra más que aceptar; cerré los ojos al sentir que acomodaba los extremos sobre mis orejas. ¿Cuanta necesidad en ponérmelos?

— Abrí los ojos. — Me Pidió

— No. — Contesté yo en cambio.

Negué con tanta seriedad que escuché una leve risa de su parte.

— Bien. Entonces no te los pongo. — Declaró, mis ojos en pequeñas rendijas logré ver que una sonrisa ladina se formaba en su rostro.

— Entonces yo te los quitaré.

Simplemente tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora