Emma Périda

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Para mi existía cierto placer en ducharme luego de limpiar y ordenar por completo el apartamento, llámenme loca si quieren, pero no había nada como disfrutar de un ambiente por completo estirilizado tras una buena ducha. Bueno, sí que había algo más. Esa bolita de seis meses que estaba enrollada en las cobijas de mi cama, dormida profundamente.

Procurando no derramar el café de la taza en mi mano, ni mucho menos hacer ruido, intenté acomodar mi laptop en el escritorio de la habitación, posiblemente no lograra concentrarme pues Emma en cualquier momento despertaría por comida. Sin embargo, debía adelantar algo para mi trabajo; la editorial New century, donde había comenzado pocas semanas después de mi graduación, me tenía en buena estima luego de poseer la mayor cantidad de puntos a la hora de las pasantias, ellos realmente se habían sentido conforme con mi desempeño y por eso no dudaron en darme empleo como correctora luego de recibir mi título, así que no podía permitirme bajar mi nivel por ningún motivo.

Respiré profundo y dejé la taza de café en una esquina del escritorio, mientras que con la mayor concentración repasé el documento que tenía frente a mí, la lectura, a mi parecer, estaba un poco aburrida, lo que me decepcionó un poco porque realmente había tenido altas expectativas con esta escritora, así que no me quedó de otra más que adelantar las páginas y hacer las correcciones debidas, así pasó un buen tiempo hasta que las quejas casi inaudibles de mi hija me alarmaron. En cuestión de segundos ya estaba frente a la cama, llevando a la bebé a mis brazos.

Hey, amorcito... — Mi voz automáticamente se convirtió en lo más cursi y dulce que puedan imaginar. Efectos secundarios de ser mamá, que les puedo decir. — ¿Tienes hambre? ¿Si? —  Llevé el biberón a su boquita de forma delicada, para solo frustrarme porque se negaba a recibirlo — ¿O es solo que extrañas a papi? Yo también lo hago mi amor...

Tras varios intentos más finalmente logré darle el biberón, tratando de acomodarme sobre la cama y quitando todas las almohadas que estaban regadas, no hice más que acariciar su cabecita mientras cantaba alguna canción de cuna. Los ojitos verdes de Emma me miraban atentos, como si estudiaran cada parte de mi rostro, yo sonreía como tonta mientras la miraba de vuelta. En momentos como esos era que me hacía más falta que nunca Gastón, imaginando como nos veía desde el otro lado de la habitación o nos tamaba alguna foto desprevenidas, diciendo cuanto nos amaba.

Sonreí recordando, con añoranza.

Odiaba la sensación que me quedaba luego de colgar alguna llamada tras hablar con él por teléfono, o cuando tenía que irse al hacernos una visita relámpago. Odiaba aquella emergencia en la empresa de su familia, que lo había hecho regresar a la Argentina para ayudar a resolverlo, al principio solo era cuestión de días, pero algunos problemas legales los convirtió en meses. Dos largos meses en los que prácticamente vivía sin él. En los que nuestras conversaciones sólo se limitaban a verme llorar frente a la pantalla porque lo extrañaba, oírlo hablarle dulcemente a Emma, y el recordando entre sonrisas que no le gustaba verme así y que pronto regresaría. Y yo solo lloraba más. Que les puedo decir, las hormonas aún seguían al tope; otro efecto secundario de ser madre.

Ya es suficiente cariño... — Me reí al verla protestar cuando le saqué el biberón, ya no quedaba nada y no podía seguir aspirando aire. — Ahora te sacaremos los gases, para darte un baño.

Emma me sonrió, y fue ahí que mis ojos se aguaron. Era maravillosa esta sensación, el tener a mi chiquita en mis brazos, o verla hacer algún gesto, me llenaba el corazón de amor. Al fin entendía todo aquello que viví con mis padres, lo protectores que eran en ocasiones, y es que el tan solo ver a mi bebé me hacía querer protegerla de cada cosa, tenerla en mis brazos por siempre.

Simplemente tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora