Abro la puerta de esta vieja casa para encontrarle, una vez más, sentado en ese sofá ya marcado por los años, con su mirada fija en la televisión apagada. Se podría decir que está hipnotizado por la nada mientras confesiones que dejan sin aliento arañan las paredes de su cuerpo.
-¿Papá? -Le llamo para captar su atención.
Pero nada cambia, ni siquiera gira su cabeza hacia mí y la posibilidad de que quizás no tenga fuerza ni para esto cruza mi mente.
-Te he traído algo para comer. -Digo mientras me encamino hacia la cocina, aún observándole.
Desde aquel día oscuro en que ambos perdimos la esperanza y aquello que nos mantenía dirigiéndonos hacia delante, él dejó de vivir. Ahora, tan solo sobrevive. Es como una muñeca que un niño ya cansado tiró al suelo, como un pájaro que perdió sus alas y no puedo culparle porque, también yo, perdí la vida aquella tarde.
Incluso esta casa parece haber perdido su brillo desde entonces. Estas paredes blancas hacen juego con las estanterías vacías que antes estaban a rebosar de esos libros en los que ella se perdía por horas. La falta de alegría combina con este pesado silencio y la tristeza que fluye de acá para allá. Este frío que cala tus huesos es provocado por esa misma fuerza extraña que te debilita con solo poner un pie sobre este suelo. Pero hay una pequeña luz que se asoma tímida desde algún rincón de esta casa, aún hay una habitación plagada de deseos e impregnada por paz y la certeza de que, venga lo que venga, podrás luchar contra ello.
En el segundo piso, si cruzas la última puerta, descubres una estancia no muy grande que sigue conservando el olor a ese perfume que ella usaba mezclado con su anhelo por bailar un día más. ¿Cuántas tardes pasé obsevando cómo se movía de un lado para otro? ¿Cuántas veces fui capturado por sus movimiento y me pregunté cómo era posible que siguiera bailando cuando le faltaba el aire y el sudor la cubría?
Si me quedo aquí el tiempo suficiente y cierro los ojos, puedo escuchar su canción favorita sonando levemente de fondo. Puedo oír sus pasos a medida que su respiración se vuelve más pesada. Puedo escucharla maldecir cuando se equivocaba y gritar de alegría cuando plasmaba en la realidad aquello que tenía en su mente. Puedo oír su voz llamando mi nombre, invitándome a bailar con ella.
Si me paro justo donde ella lo hacía antes de comenzar, si tomo aire y repito esos pasos que han quedado guardados en los recovecos de mi memoria, casi soy capaz de sentir su tacto sobre mi piel. Casi puedo sentir su dulce voz guiándome a través de la música y su leve risa cada vez que mis pies se liaban.
-Bailar es lo único a lo que puedo aferrarme para ser libre.
Aquellas palabras que cayeron en saco roto eran imposibles de entender para un niño como yo, ni siquiera podía imaginar el gran peso que guardaban. Y pareciera que la vida se empeñó en que hallara el significado que escondían, porque en uno de esos golpes que ésta me dio, me mostró de la manera más cruel que ella siempre se sintió como un pájaro encerrado en una jaula, robándole su derecho a volar.
Como una mariposa encarcelada.
Quizás si hubiera escuchado con más atención, podría haber intentado forjar una llave que hubiera abierto la puerta de aquella maldita jaula, quizás habría sido capaz de liberarla. Ahora ya es demasiado tarde.
Los días pasan tan rápido que se asemejan a un tren a toda velocidad cruzando unas vías ya roñosas, y quiero pensar que el invierno ya intenta decir adiós. Las nubes se tornan más blancas y la brisa más amable. Siento a los árboles renacer y a los colores llegar.
La primavera era su estación favorita.
-Es entonces cuando todo lo que ha perdido la vida, resurge de sus cenizas.
Eso es lo que ella siempre decía.
-¿No sería genial si los humanos también pudiéramos?
Esta pregunta acababa en un mero susurro, formulada con esa voz de los que sueñan desesperados.
La atmósfera que rodea este cuarto, consigue que en mi mente se proyecten miles de películas de un ayer al que aún me sostengo aterrado por el qué habría pasado si algo hubiera sido diferente. Pero, sin importar cuánto intente urgar en los recuerdos del pasado, esta habitación que aún tiene sus huellas por todas partes, no me mostrará su rostro.
Necesito salir de aquí, sin embargo, algo me lo impide. Esa diminuta y azul mariposa vuela delante de mí por milésima vez. Y podría simplemente pasar por su lado, ignorarla, pero, juzgando por sus ojos curiosos clavados en mí, aseguro sin miedo a equivocarme que quiere gritar alto y fuerte, pero su voz se disipa y es alejada por el viento travieso. Por alguna razón que quisiera saber, me siento en calma al estar a su lado y la necesidad de tocarla recorre mi cuerpo, pero, al intentar alcanzarla, desaparece.
Áyudame a huir de mi pasado.
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mil y una mariposas. | kookmin
Fanfiction❝-Quedémonos así.❞ ❝-¿Cuánto tiempo?❞ ❝-Para siempre.❞ All Rights Reserved. ©oihoney