54. jk

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Y siendo impulsado por las palabras de Jimin, esas que han abierto mil puertas en el laberinto por el que caminaba perdido, corro. Y corro, y corro, y corro. Estas calles tan llenas de gente parecen vacías a mis ojos, ya que tan solo me centro en el sendero frente a mí. El cansancio dificulta mis pasos, pero mientras el Sol es eclipsado por unas nubes grises, una fría brisa me empuja desde atrás, ayudándome a seguir hacia delante. Los rayos tenues se funden entre edificios, colándose tan solo levemente entre algunas ventanas, las cuales tan solo reflejan el cielo sobre nosotros porque aún están las luces apagadas. Sobre la ciudad se vierte un tinte blanquecino, una niebla entrometida se confunde con nuestras sombras, mezclando el sonido de nuestros pasos con el leve repiqueteo de las gotas sobre el asfalto.

Esta casa que ahora se alza frente a mí, ya no me parece tan imponente. Rozo el pomo de la puerta sin que mis manos tiemblen y dirijo mis pies sobre el parqué  sin sentir que un terremoto acabará haciéndome caer.

Le encuentro en ese mismo viejo sillón de siempre, embarcado en un velero hacia lugares lejanos encerrados en su propia mente.

-Papá.

Es una ardua tarea adivinar qué sentimientos recorren veloces sus venas ya que sus movimientos son sutiles y su expresión apenas cambia, siendo congelada por fantasmas del ayer.

-¿Qué estás haciendo aquí?-Sigue ensimismado en el paisaje que divisa a través del ventanal.

Ni siquiera su voz ronca brinda algo de claridad a mis dudas, pues suena más muerta que viva. Aún así, con un nudo en la garganta, tomo entre mis dedos todo el coraje que ha ido resbalándose por mi piel hasta estamparse contra el suelo durante tantos años. Decidido, me acerco a él con cautela, siendo impregnado por el aroma de esta habitación que tantas guerras ha presenciado.

Me siento frente a él, en el suelo, y tan solo se limita a observarme preguntándose qué estoy haciendo.

Me atrevería a decir que han pasado ya más días de los que me gustaría admitir desde la última vez que contemplé su tez marcada por la edad desde tan cerca. Casi había olvidado esa pequeña cicatriz que, desde que mi memoria me permite recordar, ha reinado en su frente. Casi había olvidado esos ojos de un color azabache que arrebatan el aliento, esos que calan tu alma al provocar mil escalofríos y, al mismo tiempo, regalan una mirada confundida y gentil que tan solo se desespera entre gritos. Por un instante, creí haber olvidado esa forma tan peculiar en la que él pregunta mil veces sin mediar palabra alguna; dejando caer levemente su cabeza hacia un lado y entre cerrando esos abismos de pupilas dilatadas que intentan descifrar los enigmas que escondes en el desastre que guardas.

-El último día en el que pudimos reír juntos...-Pronuncio estas palabras en voz baja- Estaba lloviendo.

Toma una gran bocanada de aire, invitándome a creer que durante todo este tiempo estuvo aguantando la respiración o que, quizás, esas palabras le impidieron respirar por un segundo.

-Recuerdo que aquel día tuviste la brillante idea de volar aquella cometa roja porque, tú mismo lo dijiste, el viento nos rogaba que lo hiciéramos.

Encojo las piernas, llevando las rodillas hasta mi pecho y rodeándolas con mis brazos para, así, poder construir un pequeño fuerte a mi alrededor que me proteja de cualquier tormenta que puedan desencadenar estas memorias que tanta amargura podrían atraer ahora que parecen tan lejanas.

-Y aunque sabíamos que llovería, aquello no nos detuvo.

Su expresión se me asemeja más relajada, y miles de arañas parecen tejer una y cien telarañas entre el polvo que comienza a disiparse, ese polvo que por por tanto tiempo le ha impedido mirar hacia atrás.

mil y una mariposas. | kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora