Ni siquiera las hojas que todo lo ven, ni las nubes que juegan a ser detectives ni esas estrellas que han resuelto ya mil enigmas y han seguido el rastro de mil siluetas cabizbajas. Nadie había visto su silueta moverse entre la multitud, y su cuerpo delgado no pudo ser hallado. Buscamos durante horas sin descanso, con nuestros corazones escondidos en unos puños firmes y decididos a dar con algo que nos guiara hasta él. En cada esquina que llevaba a una calle más abarrotada que la anterior, en cada rincón en el que él solía perderse para evadirse de la realidad, incluso en aquellos lugares en los que jamás habríamos puesto un pie. Buscamos hasta que nos costó respirar y nos reunimos en el centro de la ciudad para, frustrados, negar en silencio al ver que todos volvíamos con las manos vacías y mil cristales rotos bajo nosotros.
Cristales de una esperanza tan frágil como un espejo.
Ahora, abatidos, de rodillas frente a la rendición, volvemos al club.
Los copos disfrazados de balas, la niebla transformándose en pólvora y esta ciudad en un campo de batalla. El ruido de los motores de los coches y los gritos del gentío son la señal de que esta batalla ha tocado su fin; una batalla de la que salimos más muertos que vivos. Pese a que aún faltan horas para que el Sol se ponga, algunas farolas ya nos alumbran ya que, ya débil, el Sol apenas consigue brillar a través de las nubes. Y me pregunto cuándo nos abandonará este invierno interminable. Supongo que, incluso para las estaciones, tan parecidas a nosotros, también es difícil cambiar. Ya sea un par de colores o la dirección que tomamos, el paisaje que observamos o los muros a nuestro alrededor que forjamos; cambiar siempre ha sido una tarea a la que muchos temen y de la que otros tantos huyen. Por ello...
Me paro en seco, abruptamente; los demás se unen a mí con gritos ahogados seguidos por suspiros aliviados. Pestañeo varias veces para comprobar que mi mente no esté comenzando a alucinar, anhelando mostrarme aquello que más deseo y no, no es producto de mi imaginación. Un cuerpo a penas visible lucha por mantenerse cálido bajo una gran nevada.
Así que vino hasta aquí. Volvió a nosotros por sí mismo.
Nos apresuramos hacia él, casi tropezando en alguna ocasión, y deteniéndonos en el momento exacto para no colisionar con él.
-Jimin...
Aquel que quiso negar más que nadie esas ganas descomunales de encontrarle bajo el polvo del ayer, es quien, antes que ninguno de nosotros, deja escapar su voz que, como una cuerda que ya había vivido demasiados tira y afloja, se rompe con un sonido sordo.
-Estás aquí.
Tae se agacha junto a él, poniendo sus manos sobre su silueta que ahora se nos asemeja más pequeña, dando la impresión de que encogió en estos últimos días. Al palpar la preocupación en su rostro, tengo la sensación de que sus actos fueron simples pruebas para, así como hice yo, cerciorarse de que él realmente se encuentra frente a nosotros.
-Hacía frío y no sabía a donde ir.
No, definitivamente, las personas no cambian con facilidad. A veces, ni una tempestad despiadada provoca un cambio en ellas y otras, tan irónico como pueda sonar, basta una brisa fría y amable que traiga consigo piezas del pasado. Y puede que sea algo diminuto, un cambio que podría pasar desapercibido a ojos ajenos.
Jin, veloz, se desprende de su chaqueta para arroparle con ella.
-¡¿Por qué no te fuiste a casa?! -Grita, más angustiado que enfadado- ¡Está nevando!
Podría ser tan solo la forma en la que hablan.
-Perdón. -Sus ojos tristes hicieron mi corazón añicos- Yo...no quería estar solo.
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mil y una mariposas. | kookmin
Fanfiction❝-Quedémonos así.❞ ❝-¿Cuánto tiempo?❞ ❝-Para siempre.❞ All Rights Reserved. ©oihoney