33. jk

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-Mamá, ¿por qué estás llorando?

Hubo un tiempo en el que solía decir que habría deseado ser capaz de ver esa tristeza que la corroía por dentro.

-¿Mamá?

Solía decir que, simplemente, no había notado su tez pálida y agotada.

-¿Estás bien?

Era un gran mentiroso.

-Sí, cielo. -Su amarga sonrisa era lo que más me alarmaba- Solo estoy cansada.

Me di cuenta de cada mínimo detalle, pero quería creer todas aquellas mentiras que eran disparadas por su boca.

-¿Podrías dejarme sola un rato? -Soltó mi mano con cuidado- Quiero descansar un poco.

Pero todas las balas estaban dirigidas a ella misma.

Mi madre siempre tuvo palabras amables que se transformaban en manos gentiles que rozaban mis mejillas, transmitiéndome una gran paz que acababa con todos mis miedos.

Mis miedos.

Habría deseado que mis temores fueran los de un niño cualquiera. Habría deseado ser incapaz de apagar la luz de mi habitación por temer al monstruo bajo mi cama. Habría deseado gritar al ser sorprendido por el viento golpeando mi ventana en plena noche y esconderme en la cama de mis padres para calmar mi miedo. En cambio, eran otras las razones por las que perdía el sueño y pasaba noches en vela rezando a las estrellas.

Siempre me atormentaba la idea de despertar una mañana y descubrir que mi madre ya caminaba llorando por cada esquina. Me aterrorizaba encontrarla perdida entre las telarañas que tejían todas esas arañas emponzoñadas en su mente débil. Era entonces cuando ella se veía forzada a dibujar una falsa sonrisa en su rostro y regalarme palabras de consuelo para que la preocupación no me devorara.

Mi madre siempre me guió con pasos cautelosos y manos dulces para que el puente por el que cruzaba no se destruyera cuando era ella y solo ella, quién más necesitaba palabras de aliento y un abrazo cálido.

-Vale, mamá. -Y la abandoné allí en su cama.

Intenté evadir la realidad hasta que mis mayores pesadillas se cumplieron y ella se esfumó como el polvo.

Pero seguí intentando desesperadamente por consolarme con sucias mentiras que tan solo apaciguaban la inquietud que pesaba sobre mi alma.

Solía repetirme a mí mismo hasta que conseguía conciliar el sueño que jamás noté todos aquellos cambios que empezaban a consumirla, que ella fue siempre esa mujer risueña a la que yo admiraba hasta el último de sus días.

Me conté mil mentiras para contruir un escudo de ignorancia a mi alrededor que me alejara de la cruda realidad en la que vivía.

Hasta aquel día.

-¿Papá? -Volví a casa siendo recibido por el ruido que provocaban mil objetos siendo estampados contra el suelo- ¡¿Qué estás haciendo?!

-¡Es ella! -Sus gritos se quebraban cuando dejaban su boca, haciendo que su cuerpo se resquebrajara como una estatua- ¡Es ella!

Casi me abalancé sobre él con el corazón en mi garganta y la desesperación devorándome.

-¡Papá, para!

Le rodeé con mis brazos por detrás, fallando al intentar detenerle, y nos sacudía a ambos con ímpetu, gritando tan alto que creí que llegaría a faltarle la voz.

-¡Suéltame!

Todo a nuestro alrededor era un desastre causado por él, pero no era comparable al caos que era su mente. Para él, todo estaba borroso, no le era posible pensar con claridad. Perdió la cordura, y la locura le conquistó.

-¡Necesito deshacerme de todo esto!

Mientras aún trataba entre suspiros por calmarle con palabras banales, mi vista cayó sobre todo lo que había esparcido por el suelo. Todo tenía su nombre escrito. Todo tenía el rastro de su alma, sus huellas plasmadas. Todo eran recuerdos de cuando ella aún vivía aquí con nosotros.

Comenzó a disminuir su ira o, quizás, sus fuerzas se disiparon porque los remordimientos que le perseguían no le otorgaban ni un segundo de paz.

-Por favor, Jungkook. -Esa vez, era solo un ruego- Quita todo esto de mi vista.

Aquel fue el día en el que cargué en mis manos cada pequeño objeto que ella alguna vez tocó y los encerré en la habitación donde ella una vez pasó horas bailando; el único lugar que aún olía a ella. Pero incluso tras haber acabado con cada rastro de su esencia en el resto de la casa, su sombra aún se percibía en cada esquina.

Cuando terminé y el Sol ya despedía a la tormenta que había arrasado con la tranquilidad aquí dentro, mi padre aún estaba sentado en el salón con la mirada viajando a través de recuerdos dolorosos que dejaban cicatrices en su triste corazón.

-Fue culpa nuestra. -Confesó en voz alta, una sentencia que a ambos nos desgarró el alma- Veíamos cómo la vida se le escurría de sus dedos, pero era más fácil actuar como si no se hubiera derrumbado su mundo.

Aquellas palabras envenenadas despertaron algo en mí, encendieron algún tipo de mecanismo que comenzó a remover sentimientos en la cueva de mis memorias que nunca imaginé que llegarían a liberarse. Aquellos que por tanto tiempo intenté ignorar.

-Era más fácil vivir en una mentira, ¿verdad?

Su tono de voz era seco, cortante como el filo de un cuchillo, no había ni una señal que pudiera ayudarte a adivinar qué estaba sintiendo.

Se giró hacia mí con sigilo y deseé no haber presenciado nunca esos ojos que parecían ser una ventana hacia un agujero negro. Aquel día, perdí a mi padre también. Estaba vacío.

Y todas las piezas se separaron. El puzzle que había sido completado por nosotros tres, se desplomó. Algunas piezas desaparecieron, otras se perdieron bajo mil capas de palabras que quedaron sin ser pronunciadas por temor a lo que pudieran desatar. Mientras que otras simplemente ya no encajaban.

Durante años, negué lo que siempre supe pero aquel caluroso día de verano, nuestras mentiras se derritieron y la verdad fue expuesta bajo los rayos de Sol.

Nosotros habíamos permitido que la depresión, tan egoísta como ella misma, secuestrara a mi madre y acabara llevándosela consigo al otro lado.

Lo sabíamos y aún así lo ignoramos. Contemplamos cómo se desvaneció y nos cubrimos con un manto de patrañas que hacía este dolor en el pecho más llevadero. Nos dimos cuenta del gran pecado que habíamos cometido y, así como hizo ella, nosotros también nos rompimos.

Y después, tan solo quedaron remordimientos.

mil y una mariposas. | kookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora