Capítulo 4:
Corrí, pero era tarde, la puerta se cerró a unos centímetros de mi cara. La golpeé con todas mis fuerzas esperando que me abrieran, acción inútil, porque no abrió.
— Por favor, deben escucharme, él no es malo y si, cometió sus errores, pero no por... — y de nuevo y ya se estaba haciendo costumbre el interrumpirme, el Alfa Erick hablo cortándome cualquier palabra que saldría de mi boca.
— Cómo puedes ser capaz de desobedecerme, las ordenes de tu Alfa— sus ojos lanzan dagas hacia mí. —no me veas como el que te está apoyando para quedarte aquí, no, soy tu Alfa y me estas desobedeciendo gravemente — vi como sus ojos me suplicaban retirarme, lo que él no sabía es que no me iría y dejaría al chico.
— Por favor, solo pido que me escuchen, no pido más— miraba al alfa Dariel para que apoyara mis palabras, sin embargo, evitó a toda costa mi mirada.
—Háganlo hablar y si no coopera saben que hacer, necesitamos al líder — musitó mi padre a su incondicional amigo.
— Solo permítanme cinco minutos para poder explicarles — volví a insistir.
— Solo cinco minutos— sorprendiéndome, por lo fácil que había sido permitirme hablar. Asentí efusivamente. Vi como el alfa Dariel abría la puerta y decía algo casi inaudible para mí, lástima que escuche el final.
— ...tortúrenlo hasta que hable— rápidamente salió de aquel lugar, cerrando con llave la puerta.
—¿Torturarlo? — sentía el pánico floreciendo, el pánico por no saber qué hacer. — ¿Torturarlo? — volvía a repetir, con la esperanza de haber escuchado mal.
— Si, Aidan, torturarlo, esas son nuestras normas, que tu más que nadie deberías aprender, son...
— Él tiene una familia, dos hermanos menores que él, su madre es viuda, él es el único que sostiene aquella familia. ¿Son tan poco sensibles para matar a un chico que lo único que hace es alimentar a su familia? La vida de aquellos niños depende de él— señalé la puerta — y no solo eso, lo conozco porque él es la única persona y me atrevo a decir que la única que ha estado junto a mí, que me ha apoyado más que nadie, me ha defendido de los malhechores de mis pesadillas, algo que debió de haber hecho mi padre, lástima que tengo un padre ausente, que decidió que lo mejor era mandar a su niña lejos, pensando en su bien, sabiendo que la dañó más estando lejos. Ese chico que...— me callé abruptamente. Sabía, con seguridad, que dañé en ese momento a mi padre, pero necesitaba tener toda su atención — Solo... solo digo que no es un lobo solitario, tiene a su familia— evité su mirada por que supe bien las consecuencias de mis acciones.
No había error en mis palabras, quería dañarlo, por no escucharme y por ignorar algo que para mi era importante, en ese tiempo no habría hablado sin miedo.
— Vamos a jugar— le suplicaba un niño de ojos verdes de unos 9 años a una niña de igual edad, pero con cabellos negros y ojos azules — no iremos lejos, solo iremos a mi casa, no se darán cuenta, está dormida ¿no? — volvió a insistir el niño, la niña miró hacia atrás y vio como Alice dormía. Tenía miedo de que despertara y no la encontrara y la castigara. Pero extrañaba jugar porque normalmente no podía, por qué le molestaba a la nana que hiciera ruido, así que aprendió a no jugar cuando se encontrara cerca, aunque ni siquiera tuvo con que, en ocasiones sus juguetes eran piedras y palitos que encontraba, a pesar de saber que ella tenía sus juguetes escondidos en algún lugar, solo se le permitía tenerlos cuando el señor llegaba.
Arriesgándose salió la niña por la misma ventana por la que hablaba con Ethan.
Se fueron corriendo y riendo, por unos momentos disfrutó el reírse y no siendo regañada por eso.
Llegaron a la casa del niño, que era una casa pequeña pero linda, entraron cuidadosos de no despertar a el pequeño hermano de Ethan que acababa de nacer. Su padre era un soldado y ahora se encontraba cuidando de los límites, según había dicho su amigo.
— ¿Mamá? — llamó Ethan.
—Por aquí Ethan— se escuchó la voz de la madre del niño en la cocina, ambos se dirigieron hacia allá y vio, como la madre de su amigo recibía a su hijo con amor, como si hubieran pasado años sin verlo, en ese momento deseó tener una familia como aquella. Entonces los ojos de Michelle dieron con la acompañante de su hijo, sonriéndole con la calidez que solo una madre puede ofrecer.
— Hoy vino Aidan con nosotros, venimos a jugar — explicó brevemente Ethan
— ¿Ya comiste, pequeña? — preguntó Michelle.
— No, aun no— dijo avergonzada la niña.
— Siéntense les serviré algo que comer— rápidamente Michelle tomó unos platos y comenzó a servirles.
Ese día, comió como nunca antes lo había hecho, ni siquiera en la casa de la manada. Jugó hasta cansarse, se divirtieron y rieron, como dos niños sin ningún problema, sin pensar en el mañana. Lástima que fue un momento fugaz que jamos volvió para Aidan.
Olvidándose del tiempo, pasando horas con la familia Dawson. Cuando se dieron cuenta ya era tarde, ambos corrieron, hasta el hogar de Aidan, con el corazón latiendo con desesperación el saber que tan solo llegar le iría muy mal a ella. El chico en cambio, con el miedo de que le vayan hacer algo a su amiga por culpa de él. Y como lo predijo, Alice se encontraba esperándola, sus ojos furiosos la veían a ella, y solo a ella.
— Lo siento, lo siento, perdóneme, fui a jugar— las palabras de la pequeña no sirvieron de nada, tomándola con fuerza la hizo entrar, ignorando al niño que la acompañaba. Recibió la peor golpiza de toda su vida. Gritos pidiendo que parara, esta vez no solo fueron de la niña, estos sin embargo a la chica Alice la enfurecía más. ¿Pero...pero quien podía saciar los gritos de dolor y desesperación? ¿Cómo podía siquiera dejar de llorar? los golpes cada vez eran más, y más fuertes. Entrando un odio desconocido al chico, que decidió poner un alto, sin importar si recibía golpes o no, se interpuso entre Alice y Aidan protegiéndola con su delgado y pequeño cuerpo, porque si, él era su héroe y mientras él estuviera no la iban a tocar. Esa era su promesa.
Una promesa que rompí frente a él, la estrujé entre mis manos mientras él me miraba con lágrimas cayendo, negué despacio, acabó.
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Mi Luna Azul
Hombres LoboEl Renacer de Illazki. "El pelaje negro resurgirá entre las cenizas ciñéndose en el delicado cuerpo de una mujer, sus ojos rojos por la furia, grises por el dolor, azules por la felicidad y cafés por la tranquilidad. Los cuatro elementos a su m...