32. Silencio

278 31 4
                                    

Estando en el hospital, Arlet se fijó en que Naiara solía tener la mirada perdida y apenas era receptiva a una conversación. No es que Arlet tuviera más ganas de hablar, lo que había pasado había sido una tragedia para todo el mundo, no sólo los neoyorkinos.

Arlet solía sentarse en un sillón que había para poder disfrutar de la brisa que ocasionalmente entraba por la ventana. Estúpidas ventanas de hospital... Podría salir tranquilamente por recepción, se decía sin parar. Además, lo de la calefacción era exagerado. Estaban en septiembre, no febrero. Y Arlet no dejaba pasar la oportunidad de mencionarlo cada vez que una enfermera o doctor entraba a comprobar cómo estaban.

Añadir también a la lista de quejas, que nadie se había llevado la ropa de las chicas para lavarla. La de Naiara ni tan mal, pero la de Arlet seguía manchada de sangre. Sí, era un hospital de pueblo pequeño... El servicio mínimo: ¿Le hemos curado, verdad? Pues dese por satisfecho.

Mientras Arlet veía con decepción su reflejo en la ventana, llevando ahora una tirita cicatricial sobre una pequeña herida que tenía en el puente de la nariz -suspiraba pensando que al menos la hinchazón había disminuido-, vio también a Naiara despertándose. Giró la cabeza para dirigirse a ella y desearle unos buenos días, pero en su lugar apareció un médico. Un médico con el que Arlet no había congeniado del todo, por lo que no se molestó en ocultar desdén.

—Muy bien, señoritas... —saludó adentrándose en la sala, consultando el documento de la cama de Naiara en el que habían escrito los datos de las chicas—. ...Jordan y Williams. Me complace anunciaros que hemos decidido daros el alta. Sólo necesitamos hacer una última evaluación de vuestros progresos y daros algunas instrucciones para una mejor sanación. Naiara, me temo que en tu caso, va a tener que ser un poco más restrictivo —la rubia asintió apretando los labios, conforme a la aportación del doctor y asumiendo que su lesión no iba a curarse de un día para otro—. Podéis ir vistiéndoos, no tardaré mucho.

El hombre se disponía a marcharse para acabar con el papeleo de la estancia de las chicas en el hospital, pero Arlet habló:

—Espere —dijo antes de que desapareciese por la puerta—. Naiara está tomando medicación para una deficiencia de hierro. ¿Podría apuntarlo también?

El doctor se la quedó mirando, apreciando un pequeño tono de disculpa por estos últimos cuatro días de borderías. Curvó los labios y asintió levemente.

—Claro. Luego en recepción, nos explicáis qué es lo que necesita exactamente —y dicho esto, abandonó la habitación.

Arlet agachó la mirada pudiendo haber distinguido aceptación por su disculpa silenciosa. Que no la hubieran gustado los tratos que había recibido, no quería decir que el hombre estuviera haciendo mal su trabajo...

Naiara sonrió a su amiga, a lo que Arlet respondió sonriendo también.

—¿Me echas una mano? —preguntó con una suave voz matinal. Arlet se levantó del sillón, caminó hasta la silla en la que estaba la ropa de Naiara y la ayudó a vestirse. La verdad es que su lesión era realmente restrictiva, no se sentía capaz de levantar los brazos por encima de la cintura, al menos no sola.

Cuando Arlet se disponía a vestirse, le dio el teléfono a Naiara para que llamase a Casey.

* * *

Antes de que Casey llegase, Arlet y Naiara aprovecharon esas dos horas de viaje para ir a una farmacia y comprar los analgésicos para el dolor y la hinchazón que les habían recetado y, las pastillas de Naiara.

Todavía tenían tiempo de sobra por lo que, a la primera mujer que se cruzaron por la calle, le preguntaron si había alguna lavandería cerca. Arlet ni siquiera se había atrevido a ponerse la sudadera, la llevaba atada a la cadera intentando simular también la mancha sanguinolenta de sus pantalones. Aunque siendo los pantalones negros, no le preocupaba tanto.

tmnt2012, al caer la noche (ES) [acabada y editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora