65. Reptil indefenso

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Como era de esperar, Kimani no podía volver sola a casa, y Donatello ya no podía llevarla porque había amanecido, así que Arlet se ofreció a llevarla en su coche cuando se iba para terminar se repasar su examen. Naiara se quedó en la guarida para ayudar a Leo a preparar la comida y demostrar a sus hermanos que efectivamente estaba aprendiendo a cocinar como es debido.

Arlet siguió las indicaciones de Kim hasta que llegó por fin delante de su edificio. Se equivocó al tomar una salida y tuvo que dar un rodeo al no haber sido Kim lo suficiente rápida para indicar un giro.

—Bueno, un placer conocerte —dijo Arlet deteniendo el vehículo junto al edificio, soltándose el cinturón para poder alcanzar las muletas del asiento trasero. Kimani sonrió y se deslizó por el asiento del copiloto para poder posar su pie bueno y apoyarse con las muletas que su nueva amiga le extendía.

—Igualmente, hasta otra —se despidió cerrando la puerta. Arlet continuó el trayecto antes de que el coche que se aproximaba por detrás le pitase para que no permaneciese ahí parada, cortando el paso.

Kim se ayudó de sus muletas para llegar a las escaleras que daban contra la entrada de su edificio y, subió tomándose su tiempo. No era cuestión de hacerse más daño ni ralentizar la curación de su pie, así que mejor prevenir que otro mes de descansos forzados.

Suspiró aliviada cuando por fin pisó en llano y fue balanceándose hasta el ascensor. Pulsó el botón correspondiente a su piso —el segundo de tres— y se recostó en la pared mientras esperaba.

Resopló antes de entrar en su apartamento, había escuchado la voz de su padre antes de introducir la llave en la cerradura. No estaba segura de poder afrontar la mirada de decepción que le dedicaría. Tragó saliva esperando que, por la ausencia de su voz, se hubiera ido a su despacho para no tener que encontrarse con él en el trayecto a su habitación. Qué desafortunada fue cuando se topó con él, cargando con una caja de documentos ahora inútiles.

Al parecer, uno de esos hombres de los que Donnie le había hablado, le acompañaba. Bueno, acompañaba... estaría asegurándose de que no se quedaba con ningún tipo de información relacionada con las armas.

Anthony resopló con decepción y pasó de largo, dejando a su hija confundida y desanimada. El otro hombre —robot—, al pasar junto a ella, le dedicó una breve mirada a través de esas extremadamente negras gafas de sol y le dio discretamente una tarjeta de visita en la que había dibujado un alfil. En el reverso había un número de teléfono y un texto escrito con bolígrafo: «Si te enteras de algo más, ponte en contacto conmigo».

Kimani frunció el ceño y volvió a tomar sus muletas para descansar en la comodidad de su habitación. Al menos era la idea que tenía, nada más llegar hasta su cama para sentarse y soltar las muletas, su hermano abrió la puerta.

—¿Qué has hecho? —quiso saber él.

Kim le aguantó la mirada esforzándose por no expresar ningún tipo de emoción en el intento. Sólo le miraba, como si le estuviesen hablando en otro idioma.

—¿Desde cuándo papá está tan enfadado, Enzi? —insinuó imitando la voz de su hermana de una forma cómicamente aguda, haciendo que ella rodase la vista—. ¿Me vas a decir que es casualidad? ―añadió señalando la dirección a la puerta principal.

—No sé qué insinúas, pero sal de aquí antes de que te comas la muleta —refunfuñó señalándole con uno de sus apoyos.

Enzi habría protestado, pero con un rápido vistazo a su derecha, Kim intuyó que su madre le había instado a que la dejase en paz. Volvió a mirar a su hermana con recelo y desconfianza y cerró la puerta, dejando a Kim mirando la tarjeta del Kraang con amargura.

tmnt2012, al caer la noche (ES) [acabada y editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora