80. Hielo

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RAPHAEL SE DESPERTÓ TEMPRANO, COMO CASI TODAS LAS MAÑANAS PARA INICIAR EL DÍA ENTRERNANDO; pero esta vez era distinta, Arlet estaba entre sus brazos aún plácidamente dormida.

Alzó la cabeza para asegurarse de que no la despertaba al moverse, pero la verdad es que quería estar un rato más junto a ella. Echaba de menos esa sensación, sobre todo cuando ella cogía su mano con las suyas y la abrazaba como si fuese una almohada. Además, hasta el bebé parecía darle los buenos días con alguna que otra patada justo donde tenía la otra mano colocada.

Llegado un momento, Arlet suspiró largo y profundo, lo que hizo pensar a la tortuga que se había despertado. La abrazó acercándola más a su caparazón y besó su cuello.

―Echaba de menos esto, nena ―susurró colocando la barbilla en su hombro―. ¿Has podido dormir?

―Sí ―respondió ella con la típica voz débil de acabar de despertarse―. Duele... ―murmuró sintiendo las vibraciones de su tráquea al contener un gimoteo.

Raphael frunció levemente el ceño sin saber a qué podía referirse, pero al retirar con cuidado el brazo que Arlet estaba usando como almohada extra para elevarse, pudo verlo. Tragó saliva con incomodidad al darse cuenta de que Arlet acariciaba delicadamente con el pulgar el corte que había bajo la venda de su muñeca izquierda.

―¿Quieres que cambiemos las vendas? ―susurró rozando su sien con los labios. No hizo falta que ella dijera nada, tan pronto como vio sus ojos, supo que el roce de su piel con la venda no era el adecuado. Es posible que en la casa del bosque no tuvieran medicinas suficientes―. Espera aquí ―le dijo antes de darle un beso en la sien y levantarse de la cama.

Mira que soy tonto, ¿cómo no le eché un vistazo antes?, pensaba mientras caminaba por el pasillo para coger el botiquín del baño. Seguramente se hubiera infectado, no tendría por qué dolerle de esa manera si lo hubiera limpiado bien, refunfuñaba sin parar.

Al volver a las habitaciones, se cruzó con sus hermanos.

―¿Ya has desayunado? ―se sorprendió Leonardo arqueando una ceja. Raphael apretó los labios y negó con la cabeza echándole un breve vistazo al botiquín, no había que ser un genio para saber lo que iba a hacer con ello.

―¿Va a venir Arlet? ―preguntó Michelangelo habiendo dado unos pasos más para ir preparando el desayuno.

―Sí ―respondió rodando la vista sin estar verdaderamente irritado, al menos no tanto como otras veces―. Dadnos un momento, ahora vamos ―murmuró evitando mirarles a los ojos, escabulléndose lo más rápido que pudo para evitarlos.

Al cerrar la puerta, se dio cuenta de que la luz estaba encendida. Cuando se dio la vuelta, Arlet estaba sentada en el borde de la cama ligeramente inclinada hacia adelante, intentando quitarse la venda. La chica fruncía el ceño y siseaba de dolor porque al parecer, la sangre se había secado uniendo la piel y las cintas haciendo imposible retirar las gasas de manera indolora.

―Espera, espera ―le dijo él arrodillándose delante de ella―. Déjame a mí.

Raphael dudó un momento porque no sabía por dónde empezar; el ver la ―poca― sangre que salía bajo la nuevamente abierta herida había hecho que su mente se ausentase. Sacudió la cabeza y alcanzó una toalla que tenía en uno de los tambores de la batería y la extendió sobre el regazo de su novia para no mancharlo todo de sangre, agua y desinfectante.

Sujetó la mano izquierda de Arlet y con delicadeza intentó retirar las vendas que quedaban. Por mucho cuidado que tuviera, no podía evitar que las costras se rompiesen y volviesen a sangrar. Trataba ignorar los siseos de Arlet porque era normal que le doliese algo, pero no dejaba de sentirse culpable por ello, especialmente cuando la echó un breve vistazo y vio una lágrima recorriendo su mejilla derecha.

tmnt2012, al caer la noche (ES) [acabada y editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora