130. Hay alguien

152 15 4
                                    

CUANDO HALLEY LLEGÓ A LA COMPAÑÍA EL VIERNES POR LA NOCHE, NO PUDO EVITAR SONREÍR CON VERGÜENZA. Al parecer, Michelangelo había tirado pétalos de rosa para que hiciesen un caminito desde el ascensor hasta su pequeño apartamento.

―Oh, Dios... ―sonrió nerviosamente para sí. Salió del ascensor y se acercó al apartamento llevándose una mano a la boca, esperando que no hubiera ninguna sorpresa salida de tono tras la puerta.

Se asomó lentamente y con un ojo cerrado, pero sonriendo como si se tratase de una fiesta sorpresa, aunque no tan sorpresa. Escaneó la habitación en busca de la tortuga mientras cerraba la puerta de nuevo, y no tardó en divisar un nuevo montón de pétalos de rosa delante de la puerta del dormitorio.

Suspiró y dejó la mochila junto al sofá para ver qué se encontraría detrás de la puerta número uno.

―Buenas noches, gatita ―sonrió Michelangelo.

Estaba recostado en la cama habiéndose quitado la bandana, las cintas de manos y pies, y la protección de sus extremidades. Sólo conservaba el cinturón. Halley se quedó sujetando el pomo de la puerta con una sonrisa nerviosa a la vez que divertida.

―¿Qué tal el día? ―preguntó la tortuga de nuevo, ladeando la cabeza en sentido circular.

―Bien ―asintió ella con un tic nervioso en el labio, conteniéndose para seguirle el juego―. Traje un poco de tarta, por si te apetecía.

―Podemos dejarlo para luego ―insinuó pasando la mano por las sábanas―. No has cambiado de idea, ¿verdad? ―preguntó dejando de lado la actitud juguetona por un momento.

Halley apretó los labios pestañeando una y otra vez. Negó con la cabeza.

Soltó una risilla antes de acercarse a él, gateando por la cama para besarle. Michelangelo acarició la carita de la humana, deslizando los dedos por su pelo. Tiró de Halley hasta que la recostó sobre su caparazón y pudieron quedar en los brazos del otro.

Michelangelo la continuó besando incluso cuando rodó para que ella quedase tumbada en el colchón. Dirigió las manos a su vientre para poder ir levantando su sudadera poco a poco, pero se entretuvo acariciando su abdomen con los pulgares.

Halley soltó un suave suspiro, aprovechando que Michelangelo buscaba los bordes de la sudadera, para mirar también hacia abajo. Arqueó la espalda y levantó los brazos para permitir que le quitase la sudadera pese a sentirse, de repente, más insegura.

―Preciosa ―susurró él besando su vientre en un sentido ascendente, hasta llegar a su cuello. Acarició delicadamente sus brazos, casi como si buscase que el contacto le provocase cosquilleos al deslizar los tirantes del sujetador.

*

Los dos estaban sentados en bordes opuestos de la cama, dándose la espalda. Halley respiraba de manera entrecortada, abrazada a las sábanas con las que se cubría, y Michelangelo de vez en cuando la miraba por encima del hombro, sin saber qué decir.

La tortuga resopló lentamente, palpando el borde de la cama con los dedos índices, indeciso.

―Halley, lo siento ―dijo intentando romper el silencio, volviéndose un poco.

―No, perdona ―se esforzó en decir ella, tratando de vencer a sus sollozos―. Es que cuando me ha dolido... me he puesto nerviosa ―murmuró agachando la cabeza, sucumbiendo otra vez. Michelangelo se deslizó hasta ella para poder rodearla con un brazo y besar su cabeza en señal de consuelo.

―Lo siento mucho, gatita ―susurró abrazándola con ternura.

―No lo has hecho aposta ―respondió Halley con el labio tembloroso. Michelangelo la besó en la sien para luego apoyar ahí la frente, frotó sus brazos con simpatía y la mecía con cuidado, esperando reconfortarla.

tmnt2012, al caer la noche (ES) [acabada y editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora