114. El teléfono en la mesa

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MICHELANGELO NI SIQUIERA OCULTABA SU SONRISA CUANDO SALÍA A PATRULLAR, y sus hermanos sólo podían seguirle con la mirada tratando de imaginarse la razón.

Lo que más les confundía es que en alguna ocasión, hasta tarareaba o canturreaba una cancioncilla que más tarde maldecirían porque se les hubiera pegado.

Por otro lado, tampoco querían decirle nada. Volvía a casa temprano ―para tratarse de un supuesto patrullaje―, y nunca daba la impresión de haberse metido en ningún lío porque volvía con la misma sonrisa y actitud relajada.

Sencillamente, no les parecía justo preguntarle ahora por su extraña y apagada conducta de hacía unas semanas, después de haber librado la ciudad de criaturas de la noche.

Podían hacerse una idea, se trataba de Renet, seguro. Eran conscientes de que su hermanito podía pasarse horas hablando con ella a través de ese trasto futurista que le dio. Pero de repente, se acabó su fase de Luna de Miel para dar paso a una de depresión post-ruptura.

Podría haber pasado primero por la negación, ira y negociación, pero no, saltó directamente a la tristeza más absoluta y ahogarse en un vaso de agua.

La cuestión es que en algún momento había pasado también por la aceptación, y se le veía incluso más alegre de lo normal. Parecía que no hubiera noticia que le bajase el ánimo.

Así todo... Mejor no tentar a la suerte.

Sus hermanos mantuvieron silencio, aunque no podían evitar cuestionarse si algún día se arrepentirían de no haber preguntado.

―¿Deberíamos seguirle? ―preguntó Raphael a Donatello después de haber visto que Michelangelo había abandonado la guarida con una breve despedida.

Era como un reloj, siempre salía a las 18:22, y volvía aproximadamente a las 20:15. Estaba claro que seguía algún tipo de rutina, porque era sólo de lunes a viernes. Y ya era viernes de nuevo.

Raphael y Donatello estaban sentados en el salón viendo una nueva serie que Casey les había recomendado. El vigilante no podía hacer mucho más, su mujer insistía en que guardase reposo por el bien de ese par de costillas rotas.

―No le agües la fiesta, Raph ―bufó Donatello rodando la vista―. A ti tampoco te gusta que te sigan.

Porque... lo que quiero es alejarme de vosotros ―recalcó, dando su respuesta por evidente―. A este le pasa algo ―añadió echando un vistazo por encima de su hombro.

―¡No! ¡Gino! ―se escuchó advertir a Leonardo desde el dojo, y a Gino quejarse.

Las tortugas del salón dirigieron la vista a la entrada de su sala de entrenamiento, frunciendo el ceño por lo que fuera que había pasado. Instantes después, Leonardo salió del dojo con el pequeño en el brazo izquierdo y un sai en la mano derecha.

―Creo que alguien tiene prisa por entrenar ―suspiró acercándose a sus hermanos, zarandeando el arma.

―Ay, como se entere mamá ―dijo Raphael llevándose las manos a la cara para fingir sorpresa, decepción y miedo―. Se va a enfadar...

Gino pegó un respingo y miró preocupado a su tío. Leonardo compartió una mirada con él, pero se encogió de hombros ladeando la cabeza para seguirle el juego a su hermano. Dejó al niño en el suelo.

―¡No...! ―gimoteó él alcanzando a su padre, poniendo ambas manos en su brazo derecho para mantenerse firme a la vez que suplicante―. Mama, no ―insistió zarandeando un poco el hombro de su padre para que no se chive.

―¿No? ―se cuestionó Raphael mirándole―. Pero si sabes que no puedes coger las armas ―le dijo sentándole en su regazo, haciéndole cosquillas como si se tratase de un castigo. Gino pataleaba riéndose, pero en el fondo sabía que lo que había hecho sí que podía costarle un castigo más serio.

tmnt2012, al caer la noche (ES) [acabada y editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora