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—¿Entonces eres el señor... Murphy? —preguntó aquella mujer con un acento italiano pronunciado.

Lucas la miraba con el máximo odio posible, aunque más bien odiaba a Tony que era el que la había traído. Dicha mujer era una psicóloga, una especialista que ayudaría a varias personas del complejo a superar los últimos acontecimientos, empezando por Lucas.

—No necesito hablar contigo. —contestó de forma directa el hombre.— y no me llames señor, apenas y tengo veintinueve años, por dios.

—No vea esto como una amenaza, esto es una charla amistosa, le ayudaré a entender sus sentimientos. —sonrió de forma amable la mujer, llevándose como respuesta que Lucas le enseñase el dedo del medio.

—No necesito ayuda, ¿en qué idioma tengo que hablarte para que me entiendas? —volvió a decir con agresividad el hombre.— ¿te indico dónde está la puerta?

La psicóloga actuaba ahora de forma neutral, acostumbrada a algunos pacientes que se comportaban de una forma muy similar a como se estaba comportando el abogado. Se sentía amenazado y ofendido, porque él nunca llegaría a querer entender que las personas no son perfectas y a veces necesitan un poco de ayuda.

—Tengo entendido que ha estado consumiendo estupefacientes, y disculpe por el atrevimiento pero no le juzgo, tan solo quiero saber qué es causante de su autodestrucción. —insistió la doctora, queriendo que todo el proceso fuese más rápido.

—No te disculpo el atrevimiento psicóloga barata e inservible. Y no sé qué insinúa pero no, no soy un drogadicto. —dio un pisotón en el suelo, indignado con que se le "acusara" injustamente.— la marihuana es medicinal, tengo receta. —se cruzó de brazos, como un niño después de un berrinche.— y... La cocaína no es mía, se la estoy guardando a un amigo... James Barnes se llama. Apúntelo.

La mujer apuntó algo en su agenda, gesto que ponía de los nervios a Lucas. Se hizo un largo silencio mientras el abogado miraba impaciente a lo siguiente que diría la mujer.

—Está bien, ¿qué es lo que tanto le preocupa, señor Murphy?

—El cambio climático. —respondió con ironía.

—¿Le da miedo hacerle frente a sus sentimientos?

—Y el medio ambiente también.

—¿se lo está tomando en serio?

—No mucho, no.

Lucas se acomodó en su asiento, la mujer cada vez se le hacía más desagradable. Él deseaba que la hora que tenía que estar charlando con ella se le hiciera corta. Tras meditarlo brevemente, comprendió que igual si colaboraba mínimamente podría irse antes y no tendría que verla más, por lo que optó por contarle todo.

—Bien, vale, puede ser que la cocaína sea mía. —comenzó diciendo para luego añadir.— y vale, me he excedido bastante todos estos días. Pero intento huir de un sentimiento que me persigue día y noche y me agobia, estar sobrio es sinónimo de sufrir. —añadió esto último en un tono de voz bajo, temiendo admitir en voz alta que sí que tenía algún defecto.

—Entiendo. —murmuró la psicóloga escribiendo de nuevo algo en la pequeña agenda.— escuche, aquí está a salvo. Nada de lo que me diga saldrá de aquí.

Lucas se volvió a acomodar, suavizando su expresión. La doctora dejaba de ser tan desagradable como a él le había parecido al principio. Ahora que los efectos de otras de sus noches alocadas se iban, comenzaba a pensar con claridad; se había comportado de una manera horrenda todos aquellos días. Se había drogado y había bebido todo tipo de bebidas alcohólicas, había tratado mal a todos a su alrededor y no se había tomado nada en serio. Se sentía culpable, por todo.

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