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Otro día más en el infierno, o al menos eso sentía Peter.

Llevaba alrededor de una semana yendo a ese centro y seguía sin gustarle nada. Aunque las clases de arte hubiesen sido buenas de no ser porque su profesor era quien era.

Al llegar al complejo en la tarde, hacía como si nada pasase, ayudando en organizar la fiesta del bebé incluso. Rezaba por tener un tiempo libre para recriminarle al rubio que fuera su profesor pero o se le estaba haciendo imposible o Lucas se lo estaba poniendo imposible.

De todas formas, con el paso de los días su enfado e impresión se habían disipado y ya lo tomaba con tranquilidad. Ese día, después del receso tenía arte y en cierto modo le entusiasmaba, pues podría sentarse con Carey y no solo, que era lo que acostumbraba a hacer.

Al entrar, todos rompieron su agobiante silencio y hablaron unos con otros con comodidad. La clase de Arte no solo era un espacio para la creatividad y la libertad de expresión, sino que también era una clase libre de presión, exigencias, agobio y protocolo. Allí los estudiantes realizaban los trabajos por placer y no por obligación, escuchaban la música que quisieran, hablaban con los demás compañeros e incluso se sentían cómodos con el profesor para hablar sobre sus frustraciones sobre el estudio.

Por eso mismo, Lucas había puesto como iniciativa una caja en la entrada de la clase. En ella, cualquiera podía escribir alguna preocupación o algún problema del que necesitase ayuda y no tuviera la confianza para contarlo, los escritos se hacían anónimos y Lucas los leía en alto para que todos los alumnos  le diesen consejos a esa persona "misteriosa". En unos días la clase parecía estar más unida y los alumnos se esmeraban cada vez más en buscar soluciones a los problemas de los demás. En cuestión de meses él esperaba mejorar la empatía perdida en una clase desmotivada y separada.

—Vayan a por sus trabajos y no tarden, recuerden que deben tenerlo listo para la próxima semana. —dijo en voz alta Lucas mientras cada uno iba a por su lienzo, los cuales estaban secando al final del aula.

—Peter tu lienzo está aún en blanco. —le dijo Carey tomando el de ella con cuidado.

Peter tomó su trabajo y se encogió de hombros. No le gustaba dibujar ni pintar y se negaba tanto que ni siquiera lo intentaba, aunque era evidente que tarde o temprano acabaría haciendo algo.

—Supongo que... la pintura al óleo no es lo mío. —dijo el chico con una pequeña mueca.— además creo que unos materiales tan costosos deberían de estar destinados a alguien que sí sepa usarlos.

—Tu problema es que no has buscado algo que te inspire. —dijo Carey con una sonrisa mientras colocaba el lienzo con cuidado sobre su caballete, que estaba al lado del de Peter.

Él hizo lo mismo y se quedó admirando la gran llanura blanca que tanta frustración le generaba. No sabía ni agarrar bien el pincel y el olor de la pintura le daba nauseas, tampoco sentía seguridad para pintar directamente pues seguía sin saber qué dibujar.

—¿Tú tienes inspiración? —preguntó el chico mirándola mientras ella empezaba a retomar su trabajo.

Carey apartó la vista del dibujo momentáneamente y miró a Peter. Este trataba de escoger bien el pincel con el que empezaría a dibujar, parecía estar indeciso entre dos de ellos y su cara de
concentración hizo sonreír a la chica. Su inspiración era el hombre por el que suspiraba y que le había devuelto la alegría, trataba de representar sus sentimientos hacia él con combinaciones de colores y de momento iba bastante bien. O eso creía.

—Sí que tengo inspiración, pero es un secreto. —dijo con una sonrisa para luego volver a pintar, sintiendo un pequeño escalofrío al volver a ver su dibujo. No era una artista ni se le daba bien, pero estaba orgullosa de su dibujo. Era un degradado de de negro en la izquierda que se iba tornando a un arcoíris de colores a la derecha. Justo cómo sentía que había sido su vida antes y después de él.

La Stark Donde viven las historias. Descúbrelo ahora