CAPITULO CI "DOS VIEJOS CORAZONES ROTOS"

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Mauro estaba maravillado con lo que veía, desde que llegó al mundo, no había despegado los ojos del bebé, lo mantenía en brazos, lo arropaba y lo miraba con singular y tierna incredulidad

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Mauro estaba maravillado con lo que veía, desde que llegó al mundo, no había despegado los ojos del bebé, lo mantenía en brazos, lo arropaba y lo miraba con singular y tierna incredulidad.

— ¿Si se parece a bodoque? – le pregunté, él frunció el cejo y negó.

— Eiden está demente, Balam es perfecto. – llamaron a la puerta.

— Adelante. – respondí, entonces apareció mi suegro y mi abuelo.

— ¿En dónde está? – preguntó el abuelo Mauro.

— Aquí. – Mauro se lo mostró, estaba realmente maravillado, igual mi suegro, Mauro se lo entregó en brazos a su abuelo quien lo miró con absoluto orgullo, besó su frente.

— Bienvenida a la familia. – a pesar el terrible inconveniente y de que Balam había nacido en la Carretera Tequila – Cofradía en el extremo de una soberana balacera, ambos estábamos en perfectas condiciones y Mauro parecía haber sanado una herida que llevaba ocho años abierta.

— ¿Se puede? – Eiden llamó a la puerta, traía a Yoan en brazos.

— Adelante, hijo. – le dijo mi suegro, miró a Balam.

— El bodoque.

— Cállate ya que si me pongo observador tu hijo se parecerá a alguien.

— Si, se parece a mí, míralo.

— Si claro, se parece a Darién. – Eiden elevó las cejas.

— Repite eso conservando tus dientes.

— Muchachos, tranquilos. – dijo mi suegro.

— Yoan tiene un regalo para Balam. – les mostró una esclava, que era igual a la que el mismo Yoan portaba, era el inicio de una inseparable amistad que llevaba cuatro generaciones siendo.

— Gracias, Eiden, es preciosa.

— Espero que ellos puedan tener una amistad tan sólida como la nuestra, Mauro, como la tuvieron nuestros padres, nuestros abuelos y bisabuelos también.

— Que así sea.

— Felicidades amigo.

— Gracias. – Balam comenzó a moverse inquieto, el abuelo Mauro me entregó al pequeño.

— ¿Tienes hambre? ¿Qué pasa?

— Tiene buen pulmón. – dijo Eiden al escucharlo estallar en llanto. – Tal vez sea un tenor cuando sea grande, tiene muy buenas cuerdas.

— Te dejamos a solas con el pequeño, Madaí, llamé a tus padres ayer, no creo que tarden en llegar.

— Gracias señor Castillo.

— Si no me llamas abuelo desde ahora pensaré que piensas huir y dejar a mi nieto sin un compromiso. – me reí.

— De acuerdo, abuelo. – me quedé con Balam a solas y lo amamanté, él adoraba el pecho, sin duda, lo adora. – Eres igual que tu padre, ven tetas y se vuelven locos, hombres.

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