CAPITULO LXXXIII "EL GRAN DÍA"

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SEIS MESES DESPUÉS

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SEIS MESES DESPUÉS.

CANCÚN – QUINTANA ROO, MÉXICO.

Fue una puta grosería casarnos seis meses después de que lo habíamos planeado para casarnos en uno, pero no voy a pelotudear, el tiempo se había ido rápido, había mantenido a Liza a línea con el sexo, me dio tentación, pero pude ser fuerte, el pardo argentino ganó todas las partidas, pero no la culpo, es normal, todas se volvén locas con el sexo de un Rivas Palacios. Me tardé demasiado en ponerme el traje y hacerme el peinado perfecto, es una boda en playa, el traje no era un elegante Pradda, pero si un Pradda, sin embargo, yo con cualquier ropa me veo perfecto, las manos me temblaban, mierda.

— ¡La puta madre que parió al hijo de las re mil pelotas que le hizo estos ojales a la camisa, loco!

— Cálmate, estas cagado de nervios, Gamaliel, la que debería estar preocupada de que vos no te arrepientas es la pelotuda de Eli.

— Vos no le digas así, pelotudo. – le dije mientras mi hermano me abrochaba la camisa.

— Deja de moverte, la santa pulcra que te parió, che, quieto vos.

— No puedo, no puedo, no puedo. – bailoteé. – Me voy a desmayar, vos dile que se cancela todo, no quiero hacerlo, no quiero, se acabó. – mi hermano me cacheteó.

— Cálmate mojigato de mierda, vos compórtate como un Rivas, no estés de boludo.

— No, quiero, no quiero, no voy a poder decir más nada, pelotudo.

— Cálmate vos, estás nervioso, pero todo saldrá bien, solo tenés que decirle algo cursi a la hija de conchesumadre de Eli y después decir vos "sí, sí quiero casarme con esta extraña mujer".

— ¿Y ya?

— Si, es fácil, sos pendejito cuando estás nervioso, pero podrás decir vos que sí.

— Vos me tenés mucha fe, nene.

— Yo siempre voy a tener fe en el pelotudo que más amo en esta tierra santa. – me palmea el rostro. – Vos sos tan atractivo, debés parecerte a tu hermano, ese pibe debe ser impresionantemente hermoso el hijo de puta. – me reí de nervios.

— Me voy a desmayar, te lo juro a vos.

— No, no, abre la boca. – me metió una menta. – Para que mantengas el azúcar a flote, vos sos el macho.

— Soy el macho.

— El nene que la va a destrozar en la cama hasta que llore como una purreta que queré biberón.

— La voy a destrozar.

— Vos la vas a montar como un verdadero jinete, como solo vos sabés hacerlo.

— Lo haré, sí, sí que lo haré. – dije acomodándome las mancuernillas de la camisa. – No va a saber si sube al cielo o le está cayendo encima, loco.

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