Aura perversa

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Torre Dalton, Las Vegas, Nevada, 19 de enero de 1987


   Me bajé del auto de Melinda acomodándome la máscara de harpía sobre el rostro, ella me lanzó el arma Jericho de 9mm y revisé que estuviese cargada en su totalidad. Apreté la coleta de mi cabello con fuerza para ajustarla mucho más y ambas caminamos a paso coordinado por las afueras de la Torre Dalton, donde nuestro objetivo estaba apunto de salir de su trabajo.

   Justo al llegar al oscuro callejón iluminado solo ténuemente por las luces de las lámparas de la calle logramos divisarlo, corbata, traje, ojos azules y cabello negro. Yo lo intercepté directamente mientras que Melinda se puso de pie a sus espaldas.

   Le apunté con la pistola justo en la cabeza, él dejó caer su maletín a la vez en que movía sus manos retrocediendo a cada paso que yo daba. Yo me le acerqué con firmeza cubriendo mi identidad con la máscara y sin dejar de apuntarle en ningún segundo. Se tropezó de espaldas a Melinda quién tenía una soga lista.

   Pareció asustarse al sentirse emboscado.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué es lo que quieren? —Se arrodilló en la acera en el fondo del callejón sin salida. Melinda lo rodeó amarrándole las manos mientras yo inclinaba la cabeza hacia un lado como una psicótica y le rozaba la frente con el cañón del arma.

—¿Quieres pasar los últimos minutos de tu vida haciendo preguntas? —le dije inclinando la cabeza al lado contrario mientras retraía el seguro del arma.

   El hombre empezó a llorar como si fuese un niño mientras Melinda terminaba de atarlo.

—¡Ya basta! —le grité mientras con una tela llena de cloroformo lo adormecía para que dejara de sollozar.

—¡Subámoslo ahora! Este es el último. —Mel ya estaba impaciente.

  Ella lo tomó por las piernas y yo por el torso, y lo trasladamos hasta las sombras donde habíamos estacionado el vehículo. Le quitamos toda la ropa, dejando expuesta por completo su desnudez y luego lo encerramos en el maletero trasero del auto.

—¡Espera! Mel... ¿Me dejas conducir? —Me retiré la máscara y la lancé en el asiento trasero.

   Me miró sorprendida por mi espíritu aventurero de la noche. Pero me lanzó las llaves y me dejó hacer lo mío. Después de encender el motor, apreté con mi pie el pedal del gas con fuerza y aceleré a una velocidad bastante alta.

—¡Alana más lento, nos vas a matar a las dos! —Se giró hacia el maletero—. Y al idiota desnudo que traemos como equipaje.

   Presioné el freno de golpe y dimos un tirón brutal en nuestros asientos.

—¡Eres una maldita loca! —Mel estaba molesta por mi intento fallido de Tokio Drift, pero no era mi culpa, apenas y sabía conducir.

—Eres tú quien está mal de cabeza... ¿Por qué me dejaste conducir si sabes que no sé lo que estoy haciendo?

La Biblia De Una Dominatrix © [ EN FÍSICO ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora