26. De pasas y pepinos

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Perdí la competencia. De hecho me quedé sin aire. Ya sabía que estaba en una pésima condición física pero no pensé que fuera para tanto. Sin embargo pude relajarme en el auto mientras el aire entraba por la ventanilla y golpeaba mi cara. Cerré los ojos y simplemente me dejé llevar.

Llegamos a su casa. Nancy apareció velozmente. Dalton le dijo que la llamaría cuando la necesitara y vaya que la necesitó. Su casa tenía muchas cosas interesantes. Había un salón de juegos en el sótano. Jugamos al billar pero perdí. Luego Dalton perdió cuando tirábamos dardos, principalmente porque le dio a una lámpara que estaba ahí. Nancy estuvo ahí para recoger los vidrios rotos.
Saltamos en un castillo inflable que estaba en una terraza. Nos detuvimos porque Dalton se torció el tobillo y Nancy tuvo que ponerle hielo.
En el salón de videojuegos esperamos a que su tobillo se recuperara. No hace falta decir que también resulté terrible en eso. Como su tobillo seguía mal, fuimos al spa de su mamá.
Así fue como terminé con una mascarilla de arcilla y pepino en los ojos.

— Jamás he comido un pepino en toda mi vida— dijo él—. Siempre los he asociado a las mascarillas de mamá.
— No te culpo, yo asocio las pasas con los ancianos y no quiero tener que comerme a un abuelito.
— ¿Las pasas son uvas ancianitas?
— No lo sé y no quiero descubrirlo— dije.
— Qué cruel sería comerse a un ancianito. Pero hay algo peor: las conservas de frutas. Son tumbas de las frutas que profanamos para comernos los cadáveres.
— No volveré a comer duraznos.
— Tampoco las mermeladas y jaleas— dijo él—. Son cadáveres molidos y embotellados.
— En todo caso no deberíamos comer nada, todo está hecho a base de cadáveres.
— Cadáveres deliciosos. ¿Quieres comer algo?
— No sé si quiero comer después de hablar de cadáveres.
— Podrías pedir lo que quisieras y el chef de papá lo tendría listo rápidamente.
— ¿Lo que sea?— pregunté.
— Así es.
— ¿Y si quiero una tarta de manzana?
— Nancy, queremos una tarta de manzana. Que sean dos.

Escuché sus pasos mientras se iba.

— Podría acostumbrarme a esto— dije—, ¿Traes a tus amigos todo el tiempo?
— No, de hecho no he traído a nadie desde hace años.
— ¿Por qué?
— Porque descubrí que yo les agradaba sólo por las cosas que tenía. Así que decidí no traer a nadie más.
— Pero yo estoy aquí.
— Y no te interesa nada de lo que tengo— dijo—. Es más, creo que ni siquiera yo te intereso.
— Me interesa la tarta— dije.
— Lo sé, es una tarta seductora.
— También tú.
— ¿También soy seductor?
— No, también me interesas— dije—. Lo otro no lo sé pero es raro, ¿Tampoco traes a chicas a este lugar? Porque una hora aquí podría hacer que se enamoren de ti.
— Se enamorarían del spa, no de mí— dijo.
— Y tal vez de Nancy, es muy eficiente.
— ¿Tú ya te enamoraste del spa y de Nancy?
— Sí, y si tengo suerte también de la tarta— dije.
— ¿Qué hay de mí? Yo te estoy proporcionando todas esas cosas.
— Y yo te agradezco por ello. Menos por la tarta porque todavía no la he comido.
— Pues no es suficiente— dijo—. Necesito más que un agradecimiento. Ya sé, vamos a la piscina.
— Estoy bien aquí.
— Emery, no seas aburrido. Ven, vamos.
— Ve tú, yo te alcanzo luego.
— Está bien.

Se fue. Me quedé un rato hasta que me quité las rodajas de pepino de los ojos. Me acerqué a la ventana. Daba a la piscina. Dalton estaba ahí.

— ¡Emery, ven aquí!— dijo desde el agua.
— ¡Por si no lo recuerdas no sé nadar!
— ¡Lo recuerdo, casi te mueres!
— ¡Gracias por gritarlo para que todos lo sepan!
— ¡De nada, me gusta exponer las debilidades de los demás para que el bosque las sepa! ¿Sí recuerdas que no hay nadie más por aquí? ¡Baja, te enseñaré algo!

Eso hice. Abajo estaba Nancy.
Dalton salió de la piscina usando su traje de baño.

— Ven, te enseñaré a nadar— dijo—. Nancy te dirá donde debes cambiarte y...
— No gracias— dije—. Ya casi muero una vez y no volveré a pasar por eso.
— Por si no recuerdas te rescaté. Puedo hacerlo de nuevo.
— Preferiría que no tuvieras que hacerlo— dije.
— ¿Por qué no?
— No quiero tener que deberte la vida otra vez— dije—. Ahora que lo pienso no debería estar aquí siquiera, no quiero tener que deberte nada. Si arruino algo no podría pagarlo aún si vendiera mis riñones u otro órgano.
— Podrías darme tu corazón— dijo—. Pero ese ya es del presidente, ¿No?

Caminó de vuelta a la piscina.
Miré a Nancy.

— ¿Podrías dejarnos solos?— le pregunté.

Ella se retiró inmediatamente.
Me acerqué a Dalton.

— ¿Qué fue eso?— le pregunté.
— No sé de qué hablas.
— ¿Recuerdas que te dije que eres tonto a ratitos? Pues cosas como esa son las que te hacen ser tonto. ¿Por qué siempre metes al presidente en todo?
— Porque tú quieres que lo haga, ¿No? Es más, apuesto a que cambiarías todo esto por poder estar con él un momento.
— Tal vez lo haría, sobre todo porque él no arruinaría una tarde maravillosa metiendo a gente que no tiene nada qué ver en nuestra conversación.
— ¿Piensas que ésta es una tarde maravillosa?
— Lo era antes de que empezaras a molestarme.
— Aún podría serlo— dijo—. ¿Te quedarías si me disculpo?
— No— dije enojado—. No quiero tus disculpas, quiero que no vuelvas a mencionar al presidente, haces que parezca que mi vida gira alrededor de él y por muy increíble que te parezca, ya no es así. Es decir, pienso más en ti que en cualquier otra persona.

Me observó sorprendido.

— ¿De verdad?— preguntó incrédulo.
— Sí, me paso mucho tiempo pensando en como hacer trampa para ti.
— Ah, eso.
— ¿Por qué suenas decepcionado?
— Porque lo estoy— dijo—. Soy tu amigo. No deberías pensar sólo en nuestro trato.
— También eres mi jefe— dije—. Trabajo para ti.
— Pero ahora estás aquí como mi amigo, no como mi empleado.
— Entonces pórtate como un amigo y no digas cosas que me hagan sentir incómodo.

Después pasamos un rato hablando de otras cosas y el ambiente se volvió cómodo de nuevo. Después Nancy apareció. Llevaba una charola plateada.

— ¡Las tartas están listas!— dijo ella.

Miré a Dalton.

— Me comeré esa tarta y nadie podrá evitarlo— le dije.

Todo desapareció en el momento en que esa tarta fue tocada por mis papilas gustativas.

— Creo que amo a esta tarta— dije.
— ¿Más que a cualquier persona?
— Olvida las personas, le propondría matrimonio a esta tarta si no me la estuviera comiendo.
— Bueno, no hay muestra más grande de amor que comerte a quién amas.
— Como las mantis religiosas.
— Hablaba metafóricamente.
— ¿De sexo?
— Así es— dijo.
— Como las mantis religiosas.
— Ellas sí que comen dos veces.

Nos reímos.

— Deberías reír más seguido— dijo—. Así cualquiera se enamoraría de ti. Pero no, prefieres estar todo el tiempo con tu cara enojada.
— Es para alejar a las personas— dije—. Para que nadie se enamore de mí. Soy leal a la tarta.
— Qué bien, te deseo entonces un largo y próspero matrimonio con la tarta.
— Largo no va a ser— dije—. Ya casi me la acabo.
— Te compartiré de la mía.
— No voy a pedirte que me compartas a tu esposa. Vaya, que mal sonó eso.
— Sí, se escuchó terriblemente— dijo él entre risas.

Lo observé. Había algo en él que me hacía sentirme más feliz sólo de verlo.
No sabía qué era. Pero hacía que quisiera quedarme. Y que tuviera ganas de sonreír. Simplemente... era feliz.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora