20. De besos y princesas

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Nunca me había sentido tan avergonzado, y eso que Dalton me había visto llorar aquella vez en San Valentín.
Me encontraba tan confundido que no noté que estábamos yendo por una pequeña ruta a través de una parte boscosa.

— ¿En dónde estamos?— pregunté aún avergonzado.
— En el atajo— dijo él.
— Pero no hay nada ni nadie por aquí.
— No muchos conocen este sendero. Lo usan los que acampan por los alrededores. Es muy útil.

Estaba tan cerca de él que su voz me causaba escalofríos. Y aunque quisiera moverme, el cinturón me presionaba contra él. En verdad me sentía incómodo pero él parecía feliz, igual que siempre. Empecé a preguntarme si el único avergonzado era yo. Imaginé que debía ser porque yo no solía relacionarme tanto con otras personas. Pero él tenía amigos, seguramente estaba acostumbrado al contacto humano. Posiblemente ese nivel de intimidad no era un problema porque él ya tenía experiencia siendo novio de chicas, posiblemente cosas como que alguien se sentara en sus piernas no significaba nada.

— ¿Por qué no pareces incómodo?— dije enojado y apenado—. Me molesta.
— Me siento bastante cómodo— dijo él.
— ¿No estás cansado?
— Creo que se me durmieron las piernas— dijo él—. Pero no es tu culpa, me ha pasado antes.
— Aún así yo debo ser bastante pesado. Y en esta posición es obvio que no puedes moverte mucho.
— He cargado chicas más pesadas que tú— dijo él—. Y ellas no parecen preocuparse mucho por ese aspecto. Tú sólo déjate llevar.
— Me resulta imposible llegar a ese nivel de confianza.
— ¿Por qué? Te salvé de morir ahogado. Deberías confiar en mí más que en ninguna otra persona.
— Creo que no estoy listo para tanta intimidad— admití.
— Entonces creo que te vas a enojar si te digo cómo le hice para ayudarte a respirar después de que te saqué del río— dijo él.
— ¿Qué?— dije atónito, sentí cómo mi cara se puso caliente.
— Tenía que salvarte, créeme, yo tampoco quería hacerlo— dijo—. Pero no es un beso, es una técnica de reanimación. Funcionó, eso es lo que cuenta.
— Qué pena— dije.
— Si te parece vergonzoso podrías tratar de no ponerte en peligro la próxima vez— dijo él—. Así yo no tendré que ir a salvarte.
— Intentaré mantenerme con vida— dije.

Lo miré de reojo. Estaba atento al camino. Desvié la mirada al frente. Aunque ya me sentía un poco mejor, seguía sintiéndome muy nervioso. No tenía frío, de hecho Dalton en verdad me había transferido su calor tal y como dijo. Aunque él debía estar muy húmedo por mi culpa. Podía verlo en su camisa. Decidí no moverme. No quería complicarle más las cosas.
Así que miré hacia abajo y traté de enfocarme en tranquilizar a mi loco corazón.
No resultaba, seguía agitado.

Estuvimos en silencio un rato. Por fin llegamos a una zona habitada.

— Emery— dijo él de repente—, ¿Sigues vivo o el resfriado ya te mató?
— Estoy vivo— dije.
— Entonces muévete o habla, me pone nervioso verte tan tranquilo, siento que estás muerto y no planeo abrazar a un cadáver.
— No me estás abrazando— dijo.
— Técnicamente sí.
— No, y no trates de convencerme de lo contrario— dije.
— ¿Qué tiene de malo? He abrazado a las novias que he tenido y ninguna se ha quejado.
— No me estoy quejando.
— Parece que sí— dijo él—. Me haces sentir mal. Es decir, te gusta el presidente, apuesto a que si él te abrazara no te enojarías.
— Ya me ha abrazado. Y no era como esto.
— Lógicamente no, cuando lo abrazaste no estaban mojados conduciendo por calles peligrosas tratando de no estrellarse.
— ¿Estamos en calles peligrosas?— dije asustado.
— Sí pero no te preocupes, si ocurre algo te salvaré otra vez. Como si fueras una princesa. De hecho si lo piensas soy el equivalente moderno a un príncipe. Te salvé y te estoy llevando a mi castillo mientras te cargo sobre mi corsel de acero.
— No soy una princesa— dije molesto.
— Te desperté con un beso.
— Dijiste que era una técnica de reanimación.
— Eso le dije también a una chica que salvé una vez cuando estuve de vacaciones en la playa. Funcionó, nunca sospechó que disfruté ese beso.
— Eso es acoso, la besaste sin su consentimiento— dije.
— No, la besé para salvarla pero disfruté el proceso. No es un crímen. Si ya iba a hacerlo de todas formas, no sé porqué no debía disfrutarlo al menos.
— Ese tipo de lógica no me agrada— dije—. Es legal pero no me agrada.
— Además ella no se quejó por tener que besarme. Tú tampoco deberías hacerlo. Es más, tienes suerte de poder besar a alguien como yo.
— ¿Suerte?— dije con ironía.
— Claro que sí. Hoy una chica me declaró su amor y la rechacé. Ella se merecía más ese beso que tú.
— ¿Y qué hago, te lo agradezco?
— ¿El beso? No, pero sería lindo que alguien me lo agradeciera. He dado muchos besos en mi vida y nunca he escuchado un “gracias por eso”.
— Quizá porque hay gente que no te ve como un regalo del cielo.
— Deberían verme así. Soy un buen sujeto. Me va mal en la escuela pero es mi único terrible defecto. Los demás defectos son pasables, estoy seguro.
— ¿Qué otros defectos?— pregunté.
— Ya sabes, todas esas pequeñas cosas que hacen que yo sea yo.
— ¿Estás contando los defectos físicos?
— ¿Cuáles defectos físicos?— preguntó.
— Tienes una cicatriz en el cuello, debajo de tu oreja— dije mientras lo miraba—, justo aquí.

Lo toqué con la punta de los dedos y de repente él giró el volante (seguramente por la impresión) y por poco impactamos a otro auto. Grité cuando lo noté y me abracé a él tan fuerte como pude. Dalton reaccionó rápidamente y volvió al carril correspondiente. Se detuvo en la orilla del camino.

— ¿Qué fue eso?— dije enojado.
— ¡No fue mi culpa, tú me tocaste de repente!— dijo él.
— Casi morimos— dije furioso.
— Me sorprendiste, eso es todo.
— ¿Cómo? Sólo te toqué.
— Pues me tocaste de forma extraña.
— ¿Extraña?— dije confundido.
— No puedes ir tocando a las personas de manera rara, sería incómodo.

Se veía raro. Yo aún estaba enojado, no entendía nada. Lo miré atentamente un poco y él me observó también. Nuestros ojos se encontraron. Desvíe la vista rápidamente. Estábamos en silencio. Se me ocurrió mirarlo nuevamente para ver si estaba enojado.
Su cara estaba ligeramente ruborizada. ¿Se había avergonzado de repente? Me pareció imposible. ¿Por qué? Se veía tan cómodo... al menos que fuera porque lo toqué. Me confundí más. Él hasta me había besado, ¿Por qué de repente lo avergonzaba que yo lo tocara?

— Hay que seguir— dije un poco apenado.
— Dame unos segundos— dijo mientras miraba hacia el frente.

Parecía incómodo y eso me hizo sentirme más incómodo. Si es que era posible.

Después de un momento, comenzó a conducir otra vez. No dije nada. Todo era muy extraño.
Llegamos a una zona bastante apartada, rodeada de árboles.

— Pensé que íbamos a tu casa— dije.
— Ya casi llegamos.
— Pero parece que estamos en medio de un bosque.
— Es el bosque de mi casa.
— ¿Tu casa tiene su propio bosque?— pregunté sorprendido.
— Sí, pero no es tan grande como el bosque uva. Aunque sería bueno tener uno así de grande.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora