13. De estacionamientos y desconocidos

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— Tu abuelo parece una buena persona— dijo Dalton.
— Es una increíble persona— dije—. Pero se enojará si sabe lo que planeo hacer.
— No lo sabrá, soy un mentiroso increíble.

Tuve curiosidad sobre eso último. ¿Sería posible que haya engañado también al presidente?

— ¿También le has dicho cosas así a gente de la escuela? Para ser más agradable.
— No, en la escuela en realidad no hablo sobre mí— dijo.
— ¿Entonces sólo le cuentas cosas íntimas a tus amigos?
— Esto te sonará raro pero trato de no tener amigos.
— Dalton, te he visto rodeado de muchas personas.
— Pero no significa que sean mis amigos. Creo que los amigos se cuentan cosas que confían mutuamente. Pero mi papá dijo una vez que no debería contarle nada privado a alguien que acabara de conocer porque las personas podrían usar esa información para destruirme.

Concluí que su padre definitivamente debía ser un mafioso.

— Pero tú me acabas de contar sobre ti— le dije.
— Sí pero no eres un desconocido. Es decir, ya te has subido a mi auto en un par de ocasiones y no dejo que nadie entre a mi bebé tan fácilmente.
— No recuerdo que haya sido difícil.
— Es cierto, no lo fue— dijo él—. Qué raro. Es que ya en retrospectiva sí eres un desconocido. Pero pareces decente. No me traicionarías.
— No lo haría, principalmente porque sabes cosas sobre mí.
— No había pensando en eso pero qué bueno que me lo recuerdas.

¿Me acababa de condenar a mí mismo? Posiblemente.

— Yo no usaría tu información para destruirte— dije—. Tú no lo harías así que yo tampoco.
— Me alegra saber eso— dijo él—. Recuerda que debemos confiar en nosotros para que esto funcione.
— Ya lo sé— dije, luego recordé lo que en verdad quería preguntar—. Entonces... ¿No mientes con los demás para ser agradable? ¿Nunca lo has hecho? ¿Con el equipo de basquetbol al menos?

Él me observó repentinamente y luego volvió a lo suyo.

— Me molesta— dijo de la nada y parecía en verdad enojado—. Quiero que no me importe pero en serio me pone furioso.
— ¿Qué cosa?— dije.
— Que siempre estés pensando en él y su bienestar.
— ¿Qué?— dije sorprendido—, ¿De qué hablas?
— No puedes engañarme, sé que quieres saber si le he dicho mentiras al presidente.
— Nunca dije eso.
— Te enfocaste en el equipo de basquetbol y el presidente suele jugar con nosotros en veces. Él es el único que te interesa.

Me había descubierto muy rápidamente. No dije nada, estaba muy confundido.

— Puedes estar tranquilo— dijo él—. No he tenido la necesidad de mentirle a él. El presidente nunca quiere agradarle a nadie y justo eso es lo que lo hace agradable para los demás. Así que como no se esfuerza en ser amable yo tampoco tuve que serlo con él.

Significaba que fue natural con él. No era una mentira lo que me contó el presidente.

— Zac me agrada— dijo él—. No es una mala persona. Quizá suele ser demasiado sarcástico y la gente lo malinterpreta por eso pero no es malo.
— Pero acabas de decir que te molesta que piense en él.
— Porque pareces obsesionado. Y si también estuviera obsesionado contigo yo te apoyaría pero no es así. En serio, deja de considerarlo para todo.
— No estoy obsesionado con él— dije molesto.
— ¡Fuiste a la biblioteca por sus libros! Apuesto a que él no tuvo que pedírtelo, tú te ofreciste.
— No eran libros, eran unos registros.

Me miró de reojo enojado. No dije nada. Me sentía avergonzado. Odiaba sentirme así.

— No me gusta pelear contigo— dijo él—. Aún cuando eres torpe y te lo mereces.
— No soy torpe y no tienes que pelear conmigo— dije—. Se supone que seremos un equipo, debemos dejar de hacer esto. Así que te propongo que hablemos sólo de nuestro trato.
— Qué conveniente para ti— dijo él—. Así puedes seguir obsesionado con el presidente sin que te interrumpan porque nadie lo sabe.
— No es por eso, estás muy equivocado— dije tratando de no perder la cabeza.
— No veo ningún otro motivo.
— Quizá simplemente quiero que esto sea más profesional que personal.
— Qué maduro— dijo con sarcasmo.

Me enojé en serio.

— Si vamos a hacer esto tienes que dejar de meterte en mi vida privada— dije—. No es asunto tuyo.
— Está bien, te dejaré sufrir en paz.
— No estoy sufriendo.
— Te encontré llorando porque no pudiste darle tus chocolates en San Valentín— dijo—. Es lo más triste que he visto en mucho tiempo.
— Ya dije que no es asunto tuyo, ¿Por qué sigues hablando de eso?
— Yo no quería hacerlo pero tú metiste el tema primero. Me preguntaste sobre si le he mentido a él porque es obvio que te obsesiona su bienestar y aunque no quería responderte lo hice. Es tu culpa. Si quieres que deje de señalarte tus errores entonces no lo menciones para nada porque cada vez que te veo siendo patético por su culpa lo odio un poco y en serio no quiero odiar al presidente, me agrada y tengo que jugar con él algunas veces. Ahora cada vez que lo veo aparece tu cara de sufrimiento en mi mente y odié verte así.

Me quedé sin palabras.
No dije nada hasta que llegamos a la esquina donde debía bajar. Tomé mis cosas y esperé que abriera la puerta. No quería mirarlo, en serio me sentía muy avergonzado.

— Abre— le dije en voz baja.
— No, debemos solucionar esto. No quiero que estemos enojados el resto del día.
— No estoy enojado— dije sin mirarlo.
— Claro que sí, por eso no estás hablando conmigo.
— Creo que ya no hay nada de qué hablar— dije.
— Yo fui muy honesto contigo y me gustaría que tú lo fueras conmigo también.
— Bien— dije y lo observé—. No volveré a hablarte de nada que no sea nuestro trato y así tú ya no podrás molestarte con mi patética situación.
— De acuerdo— dijo él—. Si crees que es lo mejor entonces está bien para mí. Después de todo no tiene nada qué ver conmigo.
— Ahora abre la puerta.
— Sigues pareciendo molesto— dijo él.
— Así es mi cara.
— No cierto. Recuerda que te vi sonreír una vez.
— No estaba sonriendo— dije.
— Claro que sí— dijo él—. Y ojalá cada vez que mirara al presidente pudieras aparecer tú sonriendo en mi cabeza. Sería una imagen más agradable.
— Sólo déjame salir— dije.
— Sonríe.

Lo observé. Él parecía feliz.
Yo quería matarlo.

— Contaré hasta cinco— dije—. Si al finalizar no me has dejado salir, ya no tendremos ningún trato.
— ¿Y eso porqué? Sólo te pedí una sonrisa...
— Uno... Dos... Tres...
— ¡Está bien pero ya deja de contar!— dijo.

Abrió y salí rápidamente.

— Espera— dijo desde adentro—, ¿A dónde nos veremos en la salida? ¿Aquí?
— En el estacionamiento— dije—. Iré ahí cuando termine mis tareas.
— ¿Y tardarás mucho? Porque si aceptas ir por más registros para el presidente nunca terminarás.
— Lo siento pero tendrás que esperarme— dije y comencé a caminar.

Ya estaba arrepentido de aceptar su trato y eso que aún no empezábamos nada. De alguna manera tenía un mal presentimiento. Una corazonada de que todo cambiaría.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora