Mis investigaciones no se extendieron mucho. Sólo me quedó confiar en las opiniones de las personas cercanas a él. Sus compañeros lo consideraban una buena persona. En realidad no pertenecía a ningún grupo social dentro del salón de clases. Estaba en todos según su humor, razón por la que todos lo conocían. Me parecía que su método de interacción social era bastante efectivo: establecía vínculos con todos en el salón pero no le demandaban intimidad ni tiempo. No estaba solo nunca (cosa que imaginé que no le gustaba) pero tampoco podía considerar amigos a los demás. Era además de mi manera, una forma perfecta de ser sociable sin comprometerse.
Físicamente era alguien atractivo y atlético, cosa normal porque se ejercitaba mucho con el equipo de basquetbol. Era agradable según parecía pero lo que lo hacía tan aceptable básicamente para todos era que se podía tener una conversación satisfactoria con él sobre cualquier cosa. Al menos eso decían algunos compañeros.
Me parecía fascinante eso último porque él era alguien que también era conocido por no dar una en ninguna asignatura. Sin embargo sus compañeros podían hablar sobre cualquier tema de cultura pop y él tendría una opinión al respecto. Era bastante curioso.
Me pasé esa semana divagando mucho (bueno, en mi tiempo libre), así que no pude profundizar como quería. Al ser más reservado, no sabían nada de él.
El día de lo acordado llegó. Aunque solía tomar mis decisiones con antelación si tenía oportunidad, esa era demasiado difícil. Nadie podría ayudarme en eso porque era ilegal pero no dejaba de darle vueltas en mi cabeza. Entonces estaba distraído, tanto que en la reunión del consejo el presidente notó mi poca concentración. Fue vergonzoso ser descubierto. Pero el presidente no dijo nada. No enfrente de todo el consejo.
— Emery, ¿Te preocupa algo?— me preguntó cuando la reunión terminó, todos ya se habían ido.
— No precisamente— dije.
— Porque siempre estás muy enfocado. Es raro ver que hasta tú puedes divagar un poco.
— Me gustaría disculparme por eso— dije.
— No hace falta— sonrió—. Me gusta saber que eres humano.Luego tomó sus cosas y salió. Me quedé ahí, observando cómo se iba. El presidente era todo lo que alguien debía ser. Todo el mundo lo respetaba, no por miedo, si no por las cosas que hacía o decía. Tenía el mejor promedio de todo el último año. Un trofeo como campeón nacional y según los rumores, entraría a la mejor universidad del país. Una muy costosa universidad, cosa que no me sorprendía porque su padre era candidato a alcalde de la ciudad. Aún así, estaba seguro de que fácilmente ingresaría en alguna otra escuela porque era un genio. Memorizaba cosas fácilmente así que aunque sí estudiaba, sacar una buena nota no le costaba tanto como yo, que debía estudiar con regularidad y prácticamente dejar mi alma en el proceso. En cambio el presidente hasta tenía tiempo para hacer cosas con sus amigos, practicar basquetbol y liderar el consejo estudiantil. Era la persona más perfecta que conocía.
Salí de la sala. Pasé mis primeras horas tomando apuntes pero pensando en qué debía hacer. El dinero me vendría muy bien. Pero hacer trampa decepcionaría al presidente. Claro, la idea general era que él nunca lo descubriera pero si lo hacía no me perdonaría nunca. Estaba seguro de que no lo haría, ante todo era un hombre de principios.
Llegó el receso. Tenía que ir al mismo salón de siempre en caso de que aceptara. O no ir si no quería.
Me quedé en mi salón un rato. Luego busqué un libro para estudiar un poco pero no pude concentrarme. Entonces me levanté y salí. Caminé hasta el salón. No planeaba entrar, sólo dar un vistazo. Ver si estaba ahí. Quizá todo había sido una mentira. Me acerqué lo suficiente hasta que alguien me tomó del hombro. Salté del susto. Me giré y vi que era Laura, una chica que también estaba en el consejo.— Emery, ¿Has visto a Zac?— preguntó.
— ¿El presidente?— pregunté un poco nervioso—, pensé que estaría contigo en el jardín, con los demás.
— No, no ha llegado— dijo ella—. Pensé que estaría contigo.
— No lo he visto desde la mañana— dije.
— Qué mal— dijo ella—. Debe andar por ahí. ¿Estás bien? Hay algo extraño en ti...
— Estoy bien, gracias— dije.
— Ok... nos vemos— dijo mientras se iba.Suspiré. Guardar secretos no se me daba bien al parecer. Pero gracias a la intervención de Laura pude pensar mejor. Ella formaba parte del consejo también. Sería presidenta del consejo el próximo año. Ella o el presidente jamás me perdonarían por ayudar a alguien a hacer trampa. No era ético y sería un insulto a los que sí estudiaban.
Regresé. Me sentía bien con esa decisión. Me daba pena Dalton pero su bienestar no era mi responsabilidad. Además, había dicho que buscaría una forma de arreglarse con eso.
El receso terminó. Me sentía más aliviado. Hasta me sentí tonto por preocuparme por algo así. Mis siguientes clases fueron más sencillas. Pasaron rápidamente. Al final del día, sólo me quedaba regresar a casa.
Fui a buscar mi bicicleta. Estaba poniéndole la clave a la cadena cuando alguien tocó mi hombro. Era Dalton, que me miraba enojado.— ¿Por qué no fuiste?— preguntó furioso.
— Porque decidí que no lo haré— dije.
— ¿Y no podías ir siquiera a avisarme?
— Creo que quedó implícito en nuestra anterior conversación que si no iba era porque mi respuesta había sido negativa— dije.
— No recuerdo cuando dije eso. Además, qué poco amable eres, en serio quieres que me vaya mal.
— No es mi culpa si las cosas no han salido como quieres.
— Tú podrías ayudarme pero no quieres— dijo ofendido—. Así que será tu culpa cuando no logre graduarme.Suspiré.
— Señor Meisel, por favor hágase cargo de las consecuencias de sus actos en lugar de culpar a otros y más importante aún, déjeme tranquilo— dije.
Tomé mi bicicleta y caminé con ella hasta la salida.
— ¿Señor Meisel?— dijo él—. No me llames así, mi papá es el señor Meisel, no yo. Todavía soy joven.
— Trataba de ser respetuoso al momento de darte mi negativa absoluta— dije—. Pensé que te alejarías pero me seguiste.
— Tengo que convercerte— me dijo—. Naturalmente debo seguirte.Lo fulminé con la mirada.
— Adiós, señor Meisel— le dije.
Subí a mi bicicleta. Me alejé un poco. Giré en una esquina. Me relajé un poco. Anduve por las calles pacíficamente mientras pensaba seriamente en mi decisión. Estaba mal querer hacer trampa pero una parte de mí creía que él no merecía reprobar. Es decir, no parecía una mala persona.
Estaba analizando eso cuando la bocina de un auto detrás de mí me hizo saltar del susto. Me detuve de golpe, más por instinto que por seguridad. Miré hacia un auto a mi lado. Era de un extraño color azul marino. La ventanilla del conductor bajó lentamente.
— Hola— dijo Dalton feliz.
— ¿Qué quieres?— dije.
— Sube, te llevaré a casa— dijo él.
— No— dije.
— ¿Por qué no?
— Mi bicicleta y yo estamos bien, gracias— dije.
— Pero podrían estar mejor— dijo él.
— No lo creo— dije.Él bajó del auto. Me observó pensativo. Yo sólo lo miraba sin poder descifrar en qué estaba pensando.
— Bien, mañana iré por ti. Así tu bicicleta podrá tomarse un descanso— dijo.
Dicho esto, se giró a su auto, se subió y se fue.
Me quedé mirándolo irse. ¿Qué había pasado?
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De Amor Y Otras Cosas Imposibles
Teen FictionDalton necesitaba graduarse a como diera lugar. En su desesperación, le ofreció un trato a Emery, un chico muy inteligente: si le ayudaba a pasar los exámenes, él le pagaría una buena cantidad de dinero. Emery necesitaba el dinero para la universid...