53. De reuniones y exámenes repentinos

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Cuando desperté en la mañana faltaban treinta minutos para la hora de la entrada en la escuela. Entré en pánico.

— ¡Dalton, la escuela!— le dije mientras lo movía.

Él seguía acostado a mi lado. totalmente inmóvil.

— ¡La escuela!— le dije.
— ¿Qué pasa con ella?— dijo adormilado—, ¿Se está incendiando?
— ¡No, llegaremos tarde si no nos vamos ahora!
— Hay que faltar hoy. Ven, acuéstate conmigo...
— ¡No puedo faltar, le dije al abuelo que iría!

Me levanté. Busqué mi uniforme. Me lo puse rápidamente. Comencé a buscar mis libros y otras cosas que debía llevar. Dalton se levantó lentamente e instintivamente buscó sus cosas. De alguna manera que no comprendí cómo, logramos estar listos en muy pocos minutos. Subimos al auto.

— ¡Rápido, conduce!— le dije.
— Pero tengo sueño...
— ¡Conduce ahora!— le dije molesto.
— De acuerdo, pero si vas a darme órdenes deberías casarte conmigo primero.

De milagro llegamos a la escuela unos segundos antes de que cerraran las puertas. Ya casi todos estaban en sus respectivos salones de clases.

— No puedo creer que por primera vez en mi vida voy a llegar tarde a clases— dije.
— No es tan malo, a mí me pasa todo el tiempo— dijo Dalton.
— Pero tú no eres secretario del consejo estudiantil, yo sí.

Entonces Dalton que había estado medio dormido todo ese tiempo, despertó por completo. Me miró asustado.

— ¿Qué pasa?— dije preocupado.
— Tú... tú tienes... eso— dijo y señaló mi cuello.

No entendí a qué se refería pero había un baño cerca. Entré. Me miré en el espejo más cercano y entonces descubrí que tenía un marca bastante grande en el cuello. Dalton se acercó.

— ¿En qué momento habré hecho algo así?— preguntó muy tranquilo.
— ¡Y qué importa cómo fue! ¿Ahora cómo explicaré esto?
— Cierto, sin duda todos pensarán que alguien te lo hizo sin importar lo que digas— dijo.
— ¿Y?
— Hay que cubrirla. Y yo sé cómo— dijo.

Tomó su teléfono. Le llamó a alguien. Poco después apareció Gigi. Le entregó un pequeño estuche. Él le dijo que se lo devolvería luego. Ella se fue.

— ¿Qué es?— dije.
— Maquillaje— dijo él—. Lo cubriremos con esto. Así que quédate quieto para que quede bien...

Lo hizo. El resultado era bastante bueno.

— No se ve— dije.
— ¡Ya sé!— dijo Dalton—, ¡Debió ser durante la tercera ronda!
— ¿Qué?— dije.
— Sí porque creo que antes no lo tenías... ¿O sí?
— ¡Las clases!— dije y salí corriendo.

Ya en mi salón (donde el profesor no estaba para mi suerte porque se retrasó pero llegó poco después), descubrí que no me despedí de Dalton.
En un espacio entre clases le envié un mensaje.

“No me despedí. Así que lo haré ahora. Pero ya no tiene sentido, ¿Cierto? Lo haré de todas formas. Nos vemos luego. Adiós.”

Pasó otra clase y no tomé mi teléfono hasta que terminó. Dalton había enviado un mensaje.

“Necesito verte.”

Me pareció extraño. Envié uno yo.

“¿Por qué?”

Me respondió.

“Porque tengo ganas de besarte.”

Eso hizo que mi cara se pusiera roja. ¿Cómo podía decir cosas así tan tranquilamente? Al menos era muy honesto. Le respondí.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora