54. De enfermerías y descansos

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Le expliqué lo que pasó. Me observó sorprendido.

— ¡Oh por dios, de verdad estoy en problemas!— dijo preocupado.
— ¿De qué crees que te hablaba antes?
— Pues no sé, pensé que nuestra relación iba a ponerse interesante— dijo—. Como parecías muy interesado en que yo entrara aquí...
— ¡Sólo quería deshacerme de esos dos! ¡Así que deja de pensar cosas raras y concéntrate! ¿Qué vamos a hacer?

Nos miramos. Eso era bastante malo. Muy malo a decir verdad.

— Si me descubren copiando estaré perdido— dijo él.
— Lo sé. Definitivamente debo dictarte las respuestas.
— Pero si faltas a esa reunión será sospechoso. Además es importante.

Lo miré. Lo era. Pero no más importante que él.

— Faltaré— dije—. Debo hacerlo. Ya se me ocurrirá algún pretexto...
— No quiero que faltes por mi culpa— dijo—. Sé que ser secretario te importa mucho. Seguramente hay otra forma...
— No la hay, el tiempo no es suficiente— dije.
— Además el clima de hoy no amerita que use mi gorrito de invierno.

Se me ocurrió una idea de repente.

— Claro que sí— dije—. Si la profesora pregunta, dile que ayer durante la tormenta te mojaste y te resfriaste. Ella lo entenderá porque tuviste que exponerte a eso por el equipo de basquetbol.

Me miró sorprendido.

— Yo diré que me siento mal por lo mismo y apuesto a que Zac me enviará a la enfermería— dije—. Además muchos me vieron en el partido, me creerán. Te dictaré las respuestas desde ahí.
— ¿Y qué hay de la profesora Lucille? Ella se hace cargo de la enfermería, si está ahí no podrás decir nada.
— La profesora muy pocas veces tiene tiempo de atender ese lugar porque está muy ocupada. Me dejará solo si le digo que simplemente necesito descansar. Confía en mí, soy el secretario del consejo estudiantil después de todo.

Me miró aún más sorprendido.

— Eres demasiado listo— dijo—. No sé por qué me asombra, me acerqué a ti por eso... pero aún así no deja de ser sorprendente. Tú... eres simplemente perfecto.

Esas simples palabras hicieron que mi corazón comenzara a latir muy rápidamente. Desvíe mi mirada a otra parte.
Él se acercó a mí y me abrazó. Eso se sintió bien. Cerré los ojos por unos segundos. Como si se me olvidara todo... hasta que lo recordé. Me separé de él abruptamente.

— ¿Qué estamos haciendo? No hay tiempo qué perder— dije.
— Pero Emery...
— Ve a tu salón de clases y prepárate. Yo haré lo mío.

Me dirigí a la puerta. Él me detuvo. Lo miré.

— ¿Un beso de despedida?— dijo.
— Pensé que no te gustaban las despedidas.
— Entonces que sea uno de buena suerte.

Sonreí.

— No creo que mis besos tengan ese poder— dije.
— Los míos sí— dijo él.

Entonces se acercó y me besó suavemente en los labios. Fue algo muy breve y rápido. Pero que hizo que mi corazón casi se detuviera.
Me sentía muy avergonzado así que no dije nada y sólo abrí la puerta hasta que recordé algo y me detuve. Lo miré. Me observó.

— Por cierto— dije—. Te ves muy bien cuando duermes.

Luego me fui corriendo. No era una mentira.
Busqué al presidente. Le dije que no me sentía bien. Le conté que fui al partido del equipo y que después la tormenta me mojó un poco. Me miró preocupado.

— Deberías ir a la enfermería— dijo—. Al menos a descansar un poco.
— Pero... ¿Y la reunión?
— Harry se encargará de tu parte, no te preocupes— me dijo—. Ahora ve a la enfermería. Es una orden.

Lo hice pero antes fui por algunas cosas a mi salón de clases. Había anotado las respuestas en una hoja inmediatamente después de terminar mi examen para no olvidarlas. Ya en la enfermería, la profesora Lucille estaba ahí. Le dije la razón por la que fui.

— Yo también considero que deberías descansar— dijo—. No tienes fiebre por ahora... pero si te sientes mal avísame. No puedo quedarme porque debo atender mis clases... sí que hace falta una enfermera. Pero la que estaba aquí sigue en huelga con su sindicato y al parecer eso va para largo. Pero si te preocupa puedo enviar a alguien para que te vigile...
— Estaré bien— dije—. Sólo me siento cansado.
— Es que esa tormenta fue terrible. Pero no te preocupes, seguramente no debe ser nada grave.

Se fue. Tomé mis auriculares. Le llamé a Dalton. Él debía ya tenerlos puestos. Sólo tenía que aceptar mi llamada. Eso hizo.
Escuché la voz de la profesora Clara. Ella le preguntó por su gorro. Él le dijo lo que le indiqué que debía decir. Ella se lo creyó por completo y además lo felicitó por tener un buen partido. Dijo que definitivamente iría a ver el próximo.

Comenzó el examen. Me concentré en darle las respuestas. Lo hacía de manera lenta y clara. De todas formas las volvería a repetir por si se le pasaba alguna. No era algo muy complicado. Traté de que le fuera bien pero que no pareciera sospechoso aunque sí lo sería porque gracias a su comentario de antes, todos sabían que él no estudió porque tuvo sexo toda la tarde. Imaginé que ya buscaría un pretexto para eso luego. Lo importante era el examen. Terminé de dar las respuestas y después las repetí. Aún sobraba tiempo. Entonces él habló.

— Profesora, no me siento muy bien, ¿Puedo ir a la enfermería?
— Claro— dijo ella—. Ojalá no te enfermes porque el equipo te necesitará para el próximo partido.
— Seguramente no es nada— dijo Dalton—. Pero debo estar seguro.

Escuché sus pasos. Eso me dio ansiedad.

— Emery, espérame ahí— dijo con su voz mientras parecía agitado.

Tener que esperarlo así me estresaba mucho. Lo quería a mi lado inmediatamente.
Salí del lugar. No había nadie afuera en los pasillos. Él apareció. Apagué mis audífonos. Me acerqué. Se quitó el gorro, los audífonos y me abrazó. Lo hice también. Eso se sintió muy bien.

— Ven, vamos adentro o nos verán— dije.
— No me importa que me vean— dijo—. Me encantaría que todos supieran que estoy saliendo con la persona más maravillosa del mundo.
— No es para tanto, sólo te ayudé con el examen.
— No por eso, sino que recordé nuestra conversación de aquella vez cuando te conté que mi cara era rara mientras dormía... y sentí ganas de llorar porque tenías razón, sí existía alguien que no le importaba mi rostro raro y mi estupidez... y eres tú...
— ¿Por qué... por qué recuerdas algo así en este momento?— dije avergonzado.
— Estoy muy feliz— dijo—, tanto que no quiero alejarme de ti...
— Pero no se puede. Tenemos sólo unos cuantos minutos hasta la próxima clase...
— Pero pasaremos el resto del día después de las clases juntos, ¿No?
— No me gustaría otra cosa más que eso— admití.
— Entonces esperaré— dijo feliz.
— Bien, hay que ir adentro.

Eso hicimos. Ya ahí, tomé la hoja donde anoté las respuestas, la hice bolita y la arrojé a la basura. Me sentí un poco más relajado.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora