5. De vecinos y robots

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Estaba desayunando silenciosamente con mi abuelo cuando el sonido de una bocina casi me hace derramar mi zumo de naranja sobre la mesa. Reconocía ese sonido.

Mi abuelo miró por la ventana.

— Es un pandillero— dijo él muy tranquilamente—. Últimamente hay muchos de ellos por estas calles.

No dije nada, sólo odié a Dalton en secreto por tomar decisiones sin tomar en cuenta mi opinión.

— Ya debo irme— dije mientras me levantaba y buscaba mis cosas.
— Por supuesto— me dijo él—. Buen día.
— Igualmente— dije.
— Recuerda esforzarte al máximo.
— Lo haré— afirmé.

Fui a la puerta. Salí de ahí. Dalton estaba con su auto en la calle. Corrí hacia él rápidamente para que no me viera mi abuelo.

— Buenos días— dijo él contento.
— ¿Qué haces aquí?— le dije enojado.
— Te dije que vendría.
— ¿Por qué sabes dónde vivo?
— Investigué todo sobre ti. No fue difícil, sólo tuve que sobornar a un par de personas— dijo él—. Vamos, sube o llegaremos tarde.
— ¡No voy a subir!— dije.
— ¿No te gusta mi auto? Yo lo amo. No será el más costoso o moderno pero es como mi hijo. Tiene cuatro cilindros multiAir Turbo de 1,4 litros, alcanza una velocidad máxima de 215 km/h y acelera de 0 a 100 en menos de ocho segundos. Pero yo le digo que es mi bebé.
— Ya entendí que sabes mucho de autos y no me interesa, lo que quiero saber es por qué estás aquí— dije enojado.
— Quiero convencerte para que aceptes mi trato— dijo él—. Y también odio las bicicletas.
— ¿Por qué?
— Los ciclistas siempre aparecen cuando menos lo sospecho. Podría arrollar a uno e ir a prisión— dijo él—. No quiero ir a prisión, mis tíos dicen que no es bonito.

Me miraba feliz.

— Sube— insistió.
— No, prefiero mi bicicleta— dije.
— Entonces tocaré mi bocina hasta que se enojen los vecinos.
— Está bien— dije—. Te meterás en problemas tú, no yo.
— Tu abuelo también saldrá. Yo le diré que te conozco.

Me miraba fijamente. Nuevamente, me tenía.
No dije nada. Fui al otro lado del auto, abrí la puerta y entré.

— Gané— dijo él orgulloso.
— No, no es cierto. Ahora conduce o me enojaré de verdad.
— Es imposible que parezcas más enojado que de costumbre- dijo él mientras conducía por las calles—. Porque todos piensan que naciste enojado. Yo lo creo.
— Así es mi cara— dije.
— Sí, la gente dice que no puedes sonreír.
— ¿Eso dice la gente?— pregunté.
— Sí— dijo él de buen humor—. Pero no les creas, también dicen que posiblemente eres un robot. Es obvio que no.

Decidí que no me agradaba para nada ese tipo. Solía pensar antes de conocerlo que era un idiota y en ese instante pude comprobarlo. Lo mejor era dejar las cosas claras para no tener que involucrarme con él.

— Fingiré que no tuvimos esta conversación— dije—. Es más, voy a pretender que nada de esto pasó. No voy a aceptar tu trato. Así que déjame en alguna de estas calles y haremos como que nunca nos conocimos.
— Yo no puedo hacer eso— dijo él.
— ¿Por qué no? Sólo debes ignorarme como antes de que me hablaras.
— Me refería a que si te dejo por aquí aún estarás lejos de la escuela y podrías llegar tarde— dijo él.

Lo observé. Tenía razón.

— Está bien, llévame a la escuela— dije—. Pero después de eso ya no quiero saber nada de ti.

Él detuvo el auto al lado de la calle.

— ¿Qué haces?— dije enojado y confundido.
— Voy a dejarte aquí— dijo contento—. Al menos que aceptes mi trato.
— ¿Me estás chantajeando?— dije sorprendido.
— No quería pero tú te niegas a ayudarme.
— No dejaré que lo hagas, me bajaré y no aceptaré tu trato.
— Está bien. Te reto a que lo hagas— dijo muy serio.

Nos miramos fijamente por varios segundos.

— No lo harás, ¿Cierto?— dijo.
— ¡Te odio, sabes que no puedo llegar tarde!— dije enojado.
— Entonces acepta mi trato.
— No lo haré, no es ético.
— Entonces llega tarde a la escuela.
— No planeo bajar de tu auto— dije—. Así que tendrás que obligarme a hacerlo o llevarme contigo.
— ¿Y qué te hace pensar que forzosamente iré a la escuela? No soy secretario del consejo estudiantil como tú. Puedo o no ir, en realidad no me importa. Por otro lado, sería trágico que tú llegaras tarde o peor aún, que no fueras.

Si hubiera tenido una arma en mis manos en ese momento le habría disparado.

— No soy tan cruel como para hacer que llegues tarde o pierdas un día de escuela— dijo—. Es obvio que significa mucho para ti.
— Si significara lo mismo para ti no estarías en tantos problemas— dije.
— Ya te dije que no es mi culpa que me vaya tan mal— dijo él.
— Sí, eres inenseñable— dije.
— Exacto. Y te llevaré a la escuela. Pero a cambio debes reconsiderar lo que te propuse.
— Ya dije que no.
— Entonces nos quedamos aquí— dijo.
— ¡Sí estás chantajeándome!— dije molesto.
— Llámalo como quieras, sólo tómalo o déjalo.
— Está bien, lo reconsideraré— dije.
— Qué alegría— dijo feliz.

Condujo hasta la escuela. En el trayecto me contó más sobre su auto aunque yo no le puse atención. Me sentía frustrado y eso que el día apenas estaba comenzando.

Llegamos a la escuela. Era aún temprano así que no había mucha gente.

— Piénsalo y en la salida me das la respuesta— dijo él—. Nos veremos en el salón de siempre.

Bajé. Él se fue. Me pregunté a dónde iba hasta que entendí que al ser alumno, no podía dejar su auto en el estacionamiento de la escuela así que probablemente debía llevarlo a algún otro lugar.
Suspiré y entré.

Mi día fue una locura. El próximo festival que debía organizar el consejo estaba causando muchos problemas porque el presidente no podía organizar los horarios de las actividades. Así que estaba de mal humor. Y eso sólo significaba una cosa: todos estarían estresados y suicidas por su culpa.

Zac era un buen presidente del consejo estudiantil, había logrado muchas cosas durante su mandato. El bullying ya no era un problema tan grande, recaudó fondos para apoyar a los clubes haciendo una fiesta en halloween y el próximo festival que sería en unos días era para mostrar las actividades del club y hacer que más jóvenes quisieran entrar a nuestra escuela.
Y aunque sonaba maravilloso, la realidad era que organizar algo así era muy complicado. Sobre todo si el presidente caía en un colapso nervioso.

— Presidente— le dije—, yo me ocuparé de los horarios.
— ¿De verdad?— dijo él muy sorprendido—, ¿Y cómo le harás para que los horarios queden bien?
— Buscaré una manera— dije.
— ¡Gracias, no sé qué haría sin ti!— dijo contento y me abrazó.

Me sentí internamente feliz por ese abrazo pero al mismo tiempo muy triste.

— Mejor tómate un descanso— le dijo Laura al presidente.

Zac salió del lugar. Con él de mejor humor, todos los miembros del consejo pudieron seguir con sus vidas. Salieron no sin antes agradecerme por salvarlos (de otra forma Zac estaría gritándoles).

Todos se fueron menos Laura.

— ¿Necesitas que te ayude?— dijo.
— No, gracias— dije.

Me observó atentamente.

— Sólo fue un abrazo— dije.
— Lo sé, no te estoy acusando de nada— dijo ella—. Sin embargo... no creo que eso sea bueno para ti. Es decir, debes superar a Zac y que él sea tan amistoso contigo no ayuda para nada.

Luego ella salió después de tomar sus cosas.

Suspiré. Entendía perfectamente a lo que se refería. Y ella tenía razón: no superaría a Zac nunca si seguía dejando que fuera tan amigable conmigo.

Luego recordé que no debía dejar de ninguna manera que Dalton supiera que el presidente me gustaba o si no lo usaría para chantajearme. Lo bueno era que sólo Laura me había descubierto recientemente. De otra forma estaría en problemas. Deseaba no llegar a eso.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora