8. De pañuelos y paisajes

219 43 17
                                    

No podía creerlo. ¿Qué hacia él ahí?
Avergonzado y confundido, bajé la mirada al suelo.
Él puso el pañuelo sobre mi pierna. No quería tomarlo (porque admitiría que había llorado) pero mi cara lo necesitaba. Yo tenía pañuelos en alguna parte pero estaba tan nervioso que mis manos temblaban y no recordaba en dónde los guardé.
Lo tomé. Limpié mi cara.
Él se sentó a mi lado. Lo miré de reojo. No estaba viéndome, miraba el cielo. Él entendió que no quería que me miraran.

Me sentía extraño y muy avergonzado. No sabía qué decir. Así que me quedé en silencio unos minutos.

— Una vez leí que el chocolate hace feliz a las personas— dijo él de la nada aún sin mirarme—, ¿Es cierto o no?
— Es cierto— dije aún confundido.
— Entonces cómete el que tienes en la mano— dijo.

Miré que aún sostenía la caja de chocolates en mi mano izquierda. Sentí ganas de llorar. Así no debían resultar las cosas.
Zac debía quedarse con ese chocolate. Y yo iba a ser feliz.

Usé toda mi fuerza de voluntad para no ponerme a llorar. Aún así no fue suficiente. Me levanté del suelo sintiéndome miserable y mareado.

— Gracias por el pañuelo— dije y caminé lentamente a la salida.
— Espera, ¿A dónde vas?— preguntó.

No dije nada. Fui a buscar mi bicicleta. En realidad me sentía muy mareado y no sabía porqué.
Cuando llegué al área de bicicletas, resbalé y casi caigo al suelo de no ser porque Dalton me sujetó del brazo.
Asombrado, lo miré fijamente. Él también me veía.

— De acuerdo, tú definitivamente no estás bien como para manejar hasta casa— dijo él.
— Estoy bien— dije y me liberé de él porque aún sostenía mi brazo.
— Claro que no, parece como si estuvieras ebrio— dijo él.
— Me siento bien— mentí.
— Pero caminaste hasta aquí tambaleándote.

Mis manos aún me temblaban.

— Te llevaré a casa— dijo él.
— No puedo dejar mi bicicleta aquí.
— Sí puedes, no le pasará nada— dijo él—. Y mañana iré por ti para que tengas en donde transportarte.

Lo observé.

— ¿Por qué harías eso?— le pregunté.
— Quiero ser amable— dijo él.

Iba a decirle que no pero me sentía tan mal que sólo quería llegar a casa rápidamente.

— Está bien— dije avergonzado.

Salimos de la escuela. Lo seguí aún mareado. Buscamos su auto. Él me abrió la puerta. Subí.
Nadie dijo nada. Él condujo por las calles. Al igual que la última vez, me dediqué a mirar por la ventanilla mientras el viento tocaba mi cara.

Me sentía nostálgico. Y recordar lo que había pasado no ayudaba.
Así que no pude evitar que algunas lágrimas se me escaparan. Pero estaba seguro de que Dalton no debió darse cuenta.
Cuando me sentí un poco más dueño de mí mismo, me relajé un poco y me dediqué a mirar el paisaje. El sol parecía muy alegre y el cielo estaba muy azul, casi sin nubes.

Pensé en lo que pasó. No sabía qué debía decirle a Dalton. Sólo quería llegar a casa.
Entonces noté que el viaje ya había llevado un tiempo y todavía no llegábamos a mi casa. Es más, no reconocía esas calles en las que andábamos.

— ¿En dónde estamos?— le pregunté.
— De camino a tu casa— dijo.
— No es cierto, no reconozco este lugar— dije.
— Es que vamos por el camino largo.
— ¿Por qué?
— Noté que estabas tan cómodo ahí que pensé que sería lindo extender un poco el camino— dijo él.
— Sólo llévame a mi casa.
— Tranquilo, llegaremos dentro de poco. Relájate y disfruta el viaje. El clima es increíble.

Quería reclamarle por tomar decisiones por mí pero no tenía energía para eso. Así que volví mi mirada a la ventanilla y observé el paisaje.
En realidad sí me relajó. Despejé un poco mi mente. Me sentía menos mal. Llegamos a mi casa. Él detuvo el auto. Yo estaba por abrir la puerta cuando él habló.

— El chocolate era para el presidente— dijo—, ¿Por qué no se lo diste?

Lo miré asombrado. ¿Qué tanto había visto?

— ¿Me estabas espiando?— pregunté.
— No, sólo estaba recostado en el cesped del jardín cuando ustedes llegaron.

Ni siquiera lo noté ahí. No supe qué más decir. Pero él sí.

— Te gusta el presidente— dijo él—. Pero no le diste el chocolate.

Lo miré asombrado. No lo podía creer, me había descubierto. Asustado, estaba por salir pero la puerta no abrió.

— Está bien, no le diré a nadie— dijo él.
— Déjame ir— le dije.
— ¿No quieres hablar conmigo? Creo que te vendría bien...
— Quiero irme— le dije y me sentía muy abrumado—, deja que me vaya.
— ¿El presidente sabe lo que sientes por él?

Traté de insistir en la puerta.

— Vamos, habla conmigo. Confía en mí— dijo.
— ¿Cómo quieres que haga eso si no me dejas ir?— le grité.

Me miró sorprendido.

— No quiero retenerte— dijo—. Pero te ves mal. Quería ser amable. Pensé que tu abuelo podría preocuparse si te ve llegar tan alterado.

Lo observé confundido. Quizá tenía razón. Pero yo no planeaba decirle nada.
Así que me quedé en silencio, mirando mis manos.

— Sé que no confías en mí— dijo él—. Pero nunca me burlaría de alguien que la pasa mal en San Valentín.

Parecía muy serio.

— ¿Puedo irme ya?— pregunté.

Él abrió las puerta. Estaba por salir pero pensé que sería prudente agradecerle. Lo miré. Él me veía a mí.

— Gracias por traerme— le dije.
— Está bien, me agrada ser de ayuda— dijo él.

Sujeté mis cosas y corrí hacia adentro de mi casa. Sin detenerme, fui a mi habitación. No quería encontrarme con el abuelo. Ya ahí, lloré bastante.
En realidad no sabía exactamente por qué. Mi corazón me dolía, como si algo lo estuviera presionando.

Después de repasar lo sucedido varias veces en mi cabeza llegué a la conclusión de que estaba en demasiados problemas. Dalton sabía lo mío. Había prometido no decirlo pero algo me decía que no lo haría gratis.
Me sentí tonto. Había pasado mucho tiempo escondiendo lo que sentía y siempre pensé que lo hacía bien. Logré engañar a todos, incluso al propio presidente.
Y todo era en vano porque por un pequeño descuido me descubrieron. Estaba seguro de que Dalton no sería como Laura que me comprendió y prometió guardar mi secreto.

Pensé en lo terrible que sería que el presidente supiera lo que sentía. No volvería a ser mi amigo jamás. Estaba total y absolutamente seguro de eso.
Aunque sabía que él no me quería de esa forma, deseaba seguir a su lado. Ya era suficientemente doloroso todo como para que se complicara más.

Tomé una decisión: si Dalton usaba mi secreto para chantajearme, tendría que aceptar ayudarle. De ninguna forma iba a dejar que arruinara lo que había entre el presidente y yo. No podía perderlo.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora