21. De secadoras y bañeras

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De repente apareció una mansión enorme sobre una colina. Me quedé mirando sin poder creerlo. Llegamos a la puerta. Él abrió. Apareció una chica que por su ropa deduje que trabajaba en ese lugar.

— Nancy, necesitamos unas toallas— dijo Dalton mientras me ayudaba a bajar.
— ¡En un momento regreso!— dijo ella y se fue corriendo rápidamente.

La observé irse. Aún no me podía creer todo lo que estaba pasando. Simplemente era imposible, no podría inventarlo aunque quisiera.

— Vamos adentro— dijo él.

Lo seguí. Para entrar habían unas cuantas escaleras. Las puertas estaban abiertas. Adentro era como todas esas casas de millonarios que salían en películas.
Apareció un hombre.

— Bienvenido— le dijo a Dalton, luego me observó—. Siéntase bienvenido también.

Me sonrió. Yo estaba demasiado confundido.

— Mark, ¿Hay alguien más en la casa?— le preguntó Dalton.
— El señor aún no llega de su viaje y la señora fue de compras con sus amigas— dijo el hombre.

Parecía tener unos 50 años y se veía como alguien confiable.

— Emery va a necesitar ropa— le dijo Dalton—. Estaremos en mi habitación.
— De acuerdo— dijo el hombre.

Iba a decir algo cuando la chica de antes apareció.

— Aquí están— dijo ella feliz.

Dalton tomó las toallas. Me ofreció una. La tomé más por instinto que por que la necesitara.

— Bien, vámonos— me dijo Dalton.

Lo seguí por unas escaleras. Los demás se quedaron ahí. Todo era muy confuso.

— ¿Estás bien?— me preguntó Dalton—, pareces pensativo.
— Sólo estaba pensando que éstas escaleras se parecen a las que pasan en algunas películas, cuando el villano empuja al protagonista para quedarse con su herencia.
— Gracias por la imagen mental, ahora me asustan mis propias escaleras— dijo él.
— Instala un tobogán— dije.

Él se detuvo. Me observó.

— Es una increíble idea.
— No, no es cierto— dije—, ¿Cómo subirías por un tobogán?
— Podría instalar un ascensor.
— Entonces ya no necesitarías el tobogán.
— Emery, nadie en este planeta necesita un tobogán— dijo él—. Los inventaron para ser divertidos, no necesarios.
— No crearé un debate sobre eso— dije.

Nos detuvimos en una habitación. Él entró. Lo seguí. Era enorme, se veía muy limpia.

— Bien, tomarás un baño— me dijo él.
— ¿Qué?— le dije alterado.
— O te resfriarás. Le dije a Mark que te consiga ropa.
— No es necesario— dije.
— ¿Planeas esperar en bata mientras Nancy lava tu ropa?
— No veo por qué no— dije.
— Bien, le enviaré un mensaje a Mark para que aborte la misión.
— Además era imposible, él no sabe qué talla soy— dije.
— Lo sabe, te vio y eso es suficiente.
— Nadie puede tener ese poder— dije escéptico.
— Claro que sí, Mark sí, por eso lo contrató papá.

Debí imaginarlo.

— Bien— dijo él mientras comenzaba a desabotonar su camisa—, ¡Fuera ropa!
— ¡De ninguna manera!— le dije un poco avergonzado—, ¡No voy a desnudarme enfrente de alguien más!
— ¿Por qué no? Yo lo hago todo el tiempo— dijo él—. Gracias a eso conozco a todos mis compañeros del equipo de basquetbol perfectamente. El presidente tiene un lunar en el hombro izquierdo.
— ¿Qué te hace pensar que eso me importa?— le dije.
— Te gusta el presidente. Deberías agradecerme por el dato.
— No, en primer lugar es una gran invasión a la privacidad de la gente. En segundo lugar en verdad no me interesa.
— ¿Ya no te gusta el presidente?— preguntó.
— No dije eso.
— Sí, era demasiado bueno para ser cierto.
— Ve a bañarte y déjame en paz— le dije irritado.
— Bien— dijo él—. Usaré el baño de mamá. Tú quédate aquí. Adentro hay todo lo que podrías necesitar. Y si no sólo llama a Nancy.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora