17. De aliens y fantasmas

184 45 5
                                    

— Este es el bosque Uva— dijo él de la nada—. No sé por qué se llama así. Es raro.
— Quizá hay plantas de uvas silvestres por aquí— dije.
— Nunca he visto una.

Seguimos comiendo. El aire se sentía un poco tenso. Decidí mirar el flujo del agua. Era hipnótico.

— Dicen que hay fantasmas por aquí— dijo Dalton.
— Pensé que decían que habían aliens— agregué.
— ¿Qué prefieres, los fantasmas o los aliens?
— ¿Para qué?— pregunté.
— Para que te maten.

Lo pensé un poco.

— No creo en los fantasmas— dije.
— ¿Y en los aliens?
— Tampoco.
— Pero si existieran y estuvieran por destruirte, ¿A quién preferirías?
— He leído un poco al respecto y creo que los aliens me darían una muerte muy dolorosa— dije.
— Sí, creo que experimentarían un poco contigo antes de matarte. Pero los fantasmas también matan muy cruelmente en las películas de terror.
— El club de estudios paranormales de la escuela dio una conferencia en el festival pasado sobre fantasmas— dije—. Y concluyeron que las apariciones espectrales son acumulaciones de energía que se manifiestan en un lugar repitiendo una escena o patrón determinado. Es decir, rara vez pueden herir personas.
— ¿La escuela tiene un club de estudios paranormales?— preguntó Dalton sorprendido.
— Sí, hacen cosas muy interesantes aunque no lo parezca.
— ¿Y qué hacen ahí? ¿Invocan demonios y hacen pactos con Satanás?
— No, estudian eventos paranormales desde una perspectiva científica.
— ¿Cómo es que lograron hacer que algo tan maravilloso como los fantasmas sonara aburrido?
— No es aburrido en absoluto— dije—. Pero me imagino que a ti muchas cosas deben parecerte aburridas. Principalmente yo.
— No realmente. Aunque verte hacer tu tarea sí me pareció aburrido. Es decir, diviértete un rato, disfruta de tu juventud.
— Disfruto haciendo mis tareas.
— No es cierto, nadie podría disfrutar eso. No hace falta que me mientas.
— ¿Tan raro es que me gusten cosas de la escuela?— pregunté.
— Claro que sí, tan raro como alguien que diga que le gusta trabajar.
— Existe gente así— dije—. No es mucha pero existe.
— Sin embargo los que fantasean con incediar sus escuelas son más.
— Sólo un sociópata fantasearía con algo así— dije.

Me observó.

— Emery, cuando yo tenía seis años diseñé un complejo plan para incendiar mi escuela— dijo él muy serio—. Lo tenía todo previsto. Nadie sospecharía nunca de mí. Mis empleados testificarían a mi favor.
— ¡Qué terrible!— dije un poco asustado.
— Odiaba esa escuela y a mi profesora.
— ¿Por qué?
— Porque era muy difícil. Y se molestaban conmigo por no pasar los exámenes.
— ¿Entonces siempre has tenido dificultad en eso?— pregunté.
— Definitivamente no tengo talento— admitió—. No como el que tú tienes.
— Te equivocas— dije—. No soy talentoso para nada.
— Claro que sí, no seas modesto. Tus calificaciones son casi perfectas.
— Pero no totalmente— dije—. Y aunque no lo creas, me esfuerzo mucho para obtener esos resultados.
— Obviamente te esfuerzas— dijo él—. Así se hacen esas cosas, ¿No?
— No exactamente. El presidente es en verdad alguien talentoso. No se mata estudiando como yo y sus calificaciones son perfectas. En realidad para él nada de la escuela es un problema. Cuando me habla de cosas que lo preocupan nada tiene que ver con proyectos o exámenes. Tiene dominado todo eso. Quizá el consejo estudiantil lo angustia pero en otras cuestiones es un verdadero genio.
— ¿Y por eso te gusta?— preguntó él.

Lo observé de reojo. Luego volví a mirar el río.

— No realmente— dije—. Para ser honesto lo envidio en ese aspecto.
— ¿Y qué le envidias exactamente?
— Si yo fuera así de inteligente podría usar mi tiempo para otra cosa. Quizá el abuelo me dejaría trabajar de medio tiempo. Así podría ayudarle con los gastos. Pero él sabe que necesito tiempo para estudiar.

Nos quedamos en silencio un rato. Imaginé que mis problemas debían ser incomprensibles para alguien como él. Lo observé. Parecía pensativo.

— No tienes que decir nada— dije.
— ¿Qué?
— Parece que estás pensando en qué debes decir. No hace falta, sé que lo que dije es deprimente. Probablemente no debí decirlo.
— No pensaba en eso— dijo—. Sólo imaginaba cuántas personas deben estar pasando por lo mismo que tú en el mundo justo ahora. Es decir, quizá son miles de personas listas que se preocupan por dinero. La gente así de talentosa no debería preocuparse por dinero. Parece injusto. Tú mereces vivir sin tener que conseguir un trabajo. No deberías preocuparte por dinero. Deberías estar en casa haciendo la tarea tranquilamente.

Pareció muy tranquilo y reflexivo cuando dijo eso que por un momento me pareció otra persona.
No encontré qué decir.

— Yo creo que esforzarse y dar lo máximo es un talento— agregó él—. Quizá el presidente sí es un genio pero tú también lo eres a tu modo.
— Sólo soy alguien común.
— No es cierto. La gente común no tiene tanta mala suerte.
— ¿Qué?— dije.
— Lo tuyo es mala suerte definitivamente. Eres listo, tienes metas en la vida pero no los medios suficientes para cumplirlas sin que te preocupe. Por si fuera poco, la persona que te gusta no te quiere. Lo que necesitas es preguntarle al club de estudios paranormales sobre algún ritual para quitar la mala suerte.
— Me agradabas más cuando creías que era talentoso— dije un poco desanimado.
— Aún lo creo— dijo—. Aunque también eres torpe. Bastante torpe para ser exacto.
— ¿En qué aspecto soy torpe?
— Te gusta el presidente. Tú no le gustas. Pero sigues ahí.
— Ya te dije que no quiero hablar de eso.
— Pero hablaste de él hace un rato— dijo él—. Aún no me cuentas por qué te gusta.
— No lo haré. No sé por qué quieres saber eso.
— Conozco mucha gente— dijo—. Dime qué características del presidente te gustan y puedo presentarte a alguien igual.
— No quiero conocer a nadie por ahora.
— Podría hacerte olvidar al presidente.
— No es necesario, estoy tan ocupado ayudándote a hacer trampa que no tengo tiempo para pensar en el presidente.
— Qué bien, ya es un avance. Pero yo no puedo ser el que te ayude a superar al presidente— dijo él—. No totalmente. Necesitas a alguien nuevo.
— ¿Y tú no necesitas a nadie también? Deberías enfocarte en conseguirte una novia en lugar de pensar en gente para mí. Creo que tú definitivamente lo requieres más, al parecer tienes mucho tiempo libre.
— Últimamente sí he pensado en salir con alguien. Pero de alguna forma nadie parece la adecuada para mí.
— Quizá tú tampoco les parezcas adecuado— dije.
— ¿Bromeas? Tengo un lindo auto, soy el adecuado para cualquiera... acabo de tener una idea. Necesitas alguien con auto.
— ¿Por qué dices eso?
— Porque disfrutas mucho viajar— dijo él—. De hecho no había conocido a nadie que pareciera tan feliz sólo por mirar por la ventanilla.
— ¿Quién te dijo que soy feliz viajando?— dije un poco avergonzado.
— Puedo ver tu cara por el espejo retrovisor— dijo él.
— Claro que no.
— ¿Por qué no quieres admitirlo? Te gusta viajar conmigo. No veo qué tiene de malo.
— No es cierto.

Me había descubierto. Decidí aparentar un poco, no iba a darle la satisfacción de ver que algo que él hacía me gustaba.

— El presidente no tiene auto— dijo él—. Esa es una razón más para que deje de gustarte.
— No sabe conducir— dije.
— Entonces definitivamente debe dejar de gustarte. Al menos que tú quieras conducir para él. ¿Sabes hacerlo?
— No.
— Te enseñaré— dijo mientras se levantaba animadamente.

Lo observé acercarse al auto. Se subió.

— ¿Vamos a hacerlo ahora?— pregunté confuso.

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora