48. De tormentas y preguntas

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Sin embargo la tormenta empeoró mientras estábamos de camino a mi casa.

— Qué lastima, así no se puede disfrutar del viaje— dijo Dalton—. Además el camino alrededor de mi casa estará terrible... ¿Y si me quedo contigo?
— Podrías pero debería preguntarle al abuelo primero— dije.

Tomé mi teléfono. Le llamé.

— Emery, estaba a punto de llamarte— me dijo—, ¿En dónde estás?
— Con Dalton— dije—. En su auto.
— Qué bueno, estaba preocupado por ti— dijo—. La tormenta es terrible y sé que te ponen nervioso los truenos.
— Creo que ya lo estoy superando— dije.
— Yo visité a un amigo después de que te fuiste y no medí mi tiempo así que sigo aquí. La tormenta está muy fuerte y como ya es tarde me ofrecieron quedarme aquí y creo que sería lo mejor porque viajar así es difícil... sin embargo no quiero dejarte solo...
— Dalton puede quedarse conmigo— dije.

Lo miré. Él se puso muy feliz al escuchar eso. Yo sólo podía pensar en que de verdad él tenía mucha suerte. Todo salía como quería.

— Qué bien— dijo el abuelo—. Me sentiré más tranquilo si se queda contigo. Yo volveré en cuanto pueda.
— Está bien, no te preocupes— dije.
— Así que no se duerman hasta tarde— dijo—. Deben ir a la escuela en la mañana.
— Lo sé— dije.
— Si ocurre algo no dudes en llamar— dijo—. Para lo que sea.
— Te angustias demasiado, ya nos hemos quedado solos antes y todo ha salido bien.
— Sí, ya entendí— dijo—. Eres mayor ahora, ¿No?
— Eso parece— dije—. Pero está bien, si algo pasa te avisaré. Aunque todo saldrá bien.

Él no pareció muy convencido pero no pudo hacer otra cosa más que confiar en mí.
Llegamos a mi casa. Entramos.

— Qué tormenta tan horrible— se quejó Dalton.
— Sí, debe ser incoveniente para alguien que ama estar en su piscina nadando.
— Lo es— dijo—. Odio los climas fríos. No son buenos para mantener mi hermoso bronceado.
— Entonces deberías vivir en una playa.
— No, sería demasiado calor. Lo que yo necesito es una perfecta armonía: que haya calor pero no tanto. Aunque me gusta ir a la playa de vez en cuando.
— Sí, se nota que sabes nadar— dije.
— Ya te dije que yo podría enseñarte— dijo—. Así podríamos ir juntos en algún momento.
— No sé si me gustan las playas. De hecho creo que tampoco me agradan los bosques.
— Pero a mi casa la rodea un bosque y has estado muchas veces ahí— dijo.
— Sí y me asusta la posibilidad de perderme ahí. En realidad creo que la naturaleza no me agrada para nada. Por eso estudiaré economía. Obtendré un empleo que me aleje por completo de lugares así.
— Suena aburrido pero admito que me hace sentir más seguro— dijo—. Nada podría pasarte si estás dentro de una oficina.
— Apuesto a que aún así me ocurrirán cosas— dije—. Tengo mala suerte. Y sinceramente creo desde hace bastante que usé toda la buena suerte que tendría en mi vida al encontrarte.
— ¿Piensas que tuviste suerte al conocerme?— dijo sorprendido.
— En veces. Por ejemplo hace un rato cuando te sentías celoso de Harry pensé que era mala suerte.
— No puedo evitarlo, él es todo lo que jamás seré. Es listo, le agrada a todo el mundo, su padre es el director de la escuela, es rubio, su auto no es tan increíble como el mío pero aún así tiene uno y eso impresiona a muchas personas, es el vicepresidente del consejo estudiantil, me suspendieron por su culpa y presiento que gracias a eso no le agrado... además tiene a ese niñito que siempre está con él, ¿Cómo se llama?
— Tony— dije.
— Pues es su mejor amigo y yo no tengo eso siquiera.
— ¿Hasta eso te parece envidiable?
— Tener un mejor amigo parece algo insignificante pero no lo es— dijo él—. Porque alguien así jamás te abandonaría.
— Entonces búscate uno.
— Tú deberías ser mi mejor amigo también— dijo.
— No gracias, con mucho trabajo soy tu novio, no necesito más.
— ¿Entonces quién debería ser mi amigo?
— Podría ser una amiga— dije.
— Cierto, no tiene que ser un chico. Además le agrado a muchas chicas.

Recordé la forma en la que hablaron de él las chicas que veían el partido a mi lado. No puede evitar sentir un poco de celos.

— Sí, tienes facilidad para agradarle a las mujeres— dije.
— Y eso que no me has visto en las reuniones de mi familia— dijo—. Soy el favorito de todas mis tías y abuelas.
— ¿Por qué crees que sea?
— Ya te lo dije, tengo la habilidad de ser muy simpático y agradarle a la gente.
— En especial a las mujeres.
— Por supuesto, mírame, soy bellísimo— dijo feliz.
— Lo sé— dije un tanto angustiado.

Suspiré. Siempre supe que él era popular por ser muy atractivo y no era un problema hasta que comenzamos a salir y de alguna forma eso me hizo sentir muy... inferior.

— ¿Por qué presiento que estás pensando demasiado en lo que dije?— preguntó.
— Porque así es.
— ¡Lo sabía!
— Es que no puedo evitarlo— dije preocupado—. Me siento un poco... fuera de lugar.

Se acercó. Me miró fijamente 

— ¿Por qué?— preguntó.
— Porque creo sinceramente que no soy el tipo de persona que debería salir contigo.
— ¿Entonces quién debería estar conmigo?
— Alguien como tú. Una chica preferentemente. Que supiera ser tan agradable y llamativa como lo eres tú. Que fuera bonita, simpática, rubia, perfecta...

Descubrí que estaba describiendo a Gigi.

— Si tú no hubieras aparecido en mi vida probablemente saldría con alguien así— dijo él muy tranquilo.
— Entonces no tendrías ningún problema porque ella sería simplemente la chica ideal...
— Sin embargo eso no pasó— me interrumpió—. Porque te encontré. O me encontraste, no sé qué fue lo que pasó pero lo que sí sé es que nos conocimos. Pero de verdad, no como cuando salía con chicas que sólo querían que viera lo mejor de ellas... y aún así no lograban impresionarme... pero tú lo hiciste y sin siquiera proponértelo. Sólo fuiste tú y por eso estoy aquí ahora, porque me encanta la forma en la que eres. Excepto cuando me imaginas con chicas inexistentes, eso sí me molesta. La única persona que quiero que esté a mi lado eres tú. Nadie más.
— ¿Y qué hay de Gigi? Porque ella te gustaba.
— Pues ya no más. Principalmente porque no la he visto en mucho tiempo.
— Pero hoy fue a ver tu partido.
— ¿Estaba ahí? No la recuerdo... realmente no puse mucha atención porque quería mantenerme concentrado. Hasta que te vi y toda mi concentración se fue.
— Lo sé, te golpeó un balón y hasta yo sé que no es normal.
— Me dolió bastante...
— Pobrecito— dije mientras me acercaba.

Acaricié su frente. Entonces descubrí que eso no es lo que debía hacer.

— ¿Por qué estoy haciendo esto? Sigo enojado contigo— dije mientas apartaba mi mano.
— ¿Todavía? Pero ya me disculpé.
— No es cierto.
— Traerte a casa contaba como una disculpa— dijo.
— No recuerdo que llegáramos a ese convenio.
— En mi mente sí pasó. Pero en mi mente pasan muchas cosas así que...

Se quedó pensativo un rato. Lo observé con detenimiento. Se dio cuenta de que lo miraba. Su cara se puso roja y se giró para otro lado.

— Dalton, ¿En qué estabas pensando?— pregunté temeroso.

Se giró y me observó mientras parecía serio y nervioso. Su expresión era rara.

— Tengo que pedirte algo— dijo con mucho trabajo.
— Está bien— dije confuso.
— Yo... yo quiero... es decir... ¡Quiero que tú y yo tengamos sexo!

De Amor Y Otras Cosas ImposiblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora